Una broma originada hace varias décadas y de mal gusto para los sinaristas, es aquello de que el Sinart es como el Espíritu Santo, todos saben que existe, pero nadie lo ve. Y en efecto, una de las características de los medios públicos en Costa Rica es el bajísimo nivel de audiencias que alcanzan. Muy pocas personas ven Canal 13 o escuchan Radio Nacional. Aceptemos entonces que el Espíritu Santo reina en las ondas de la radio y la televisión públicas.

Pero esa analogía provoca hoy una cierta paradoja. ¿Cómo entender a ese Espíritu Santo que, cuando se manifiesta lo hace frecuentemente de manera perversa y escandalosa, contra la gloria del interés público? Si de referencias bíblicas se trata, la reciente seguidilla de cuestionamientos a la agencia de publicidad del Sinart y sus contrataciones, me haría pensar más bien en los evangelistas cuando afirman que “nadie puede servir a dos amos al mismo tiempo.  En el caso del Sinart, yo digo que en realidad no debería haber ningún amo, pero la historia no ha sido esa.

Quiero proponer algunas claves para comprender los hechos recientes y para sugerir algunas tareas de cara al futuro del Sinart.

Un largo ayuno de 40 días, y 45 años

A inicios de los 80, Canal 13 ocupaba un lugar relevante en la pantalla de la televisión nacional, con producciones emblemáticas (Antorcha, Marcos Ramírez, el noticiero Cosmovisiones y Deportivas de Canal 13, entre otras). Lo propio hacía Radio Nacional con su noticiero, Campo Abierto y Somos como Somos.

Sin embargo, desde ese mismo momento y en adelante, el Sinart comenzó a ser despojado de sus primeras conquistas, privado de condiciones para crecer y sometido a un doble dominio, errático, caprichoso y a veces perverso. Así se redujo a los medios públicos a estática y ruido blanco, secuencias de imágenes y sonidos irrelevantes para la mayoría de la gente. Nació ahí el Espíritu Santo.

La falta de recursos financieros mantuvo al Sinart, hasta el día de hoy, en un ayuno forzoso al que ningún gobierno ha prestado verdadera atención ni prioridad. Cada año el deber de pagar los aguinaldos mantiene en vilo a la administración hasta los últimos minutos.

La Ley Orgánica del Sinart del año 2003 (Ley 8646), se proponía entre otras cosas, reducir su dependencia del presupuesto del gobierno central. Para eso, la mayor apuesta estuvo en lograr que el Sinart se financiara con la colocación de publicidad en sus medios. Una vieja y polémica aspiración. Se obligó entonces a todas las instituciones públicas a pautar “por lo menos el diez por ciento (10%) de los dineros que destinen a publicidad e información en radio, televisión u otros medios de comunicación.”

Desconozco los datos actuales, pero en el 2017 se cumplía menos de la mitad de lo que ordenaba la ley (43.5%). Solamente entre el 2009 y el 2014 se dejó de percibir más de 11.000 millones de colones. Esa situación acumulada era en parte producto de la negligencia de las autoridades del Sinart, más dedicadas a garantizar votos de pobreza y austeridad que a reclamar los recursos necesarios para que los medios públicos recuperaran algo de su antigua musculatura. Esta fue la motivación fundamental para plantearnos, en el 2015, la necesidad de activar la Agencia de Publicidad del Sinart.

Hay que recordar que esta agencia fue creada en la Ley Orgánica del 2003 y que se le asignó, entre otras funciones, la de contribuir al financiamiento de los medios estatales, colocando servicios en el mercado de la publicidad, sobre todo con clientes públicos.

A partir del 2015, se inició un proceso de crecimiento que atrajo a cerca de veinte clientes públicos con contrataciones, algunas de ellas, cercanas a los 1.000 millones de colones anuales. Así se pasó de facturar 34,6 millones de colones en el 2014 a 3.855,7 millones de colones en el 2017. Entiendo que esa cifra alcanzaría cerca de 8.000 millones de colones en el 2023, de los cuales el Sinart debe retener entre el 16% y el 18% como utilidad. Es decir, al cabo de 8 años de crecimiento, la Agencia agregó a las finanzas del Sinart una partida equivalente a la transferencia anual de recursos del presupuesto nacional.

El principal componente de los servicios que presta la Agencia del Sinart, es la ejecución de los llamados ‘planes de medios’ (planificación y ejecución de inversiones de pauta publicitaria en medios —no solo los del Sinart— por encargo de los clientes públicos). Se trata básicamente de un negocio especulativo.

Los medios comerciales compiten por las audiencias, y sobre todo por la publicidad. Su objetivo comercial es atraer anunciantes, e impedir que su inversión en pauta se dirija al canal, la emisora, el programa, el periódico o el medio digital del al lado. Para ello ofrecen descuentos, bonificaciones y sobre todo, comisiones que van del 10% al 20% de la inversión. Esas comisiones las reciben las agencias de publicidad, sin que el cliente, en este caso público, perciba ningún beneficio. Esta dimensión del trabajo de las agencias es fundamentalmente especulativa, no agrega valor y percibe una inmensa rentabilidad, únicamente por la intermediación de inversiones públicas. Y es en ese negocio donde el Sinart cometió el atrevimiento de reclamar un espacio.

Eso tiene inquietas a las agencias de publicidad desde hace algunos años, por la lenta pérdida de esa fracción del negocio, que podría representar en algún tiempo varios miles de millones de colones, libres de polvo y paja. Los señalamientos recientes contra el Sinart deben estar avivando en algunas agencias privadas la esperanza de recuperar ese terreno.

Hay dos motivos por los cuales, en mi opinión, eso no debe ocurrir. Primero, por la contribución que hace esta actividad a las tristes finanzas del Sinart. Y segundo, porque quien crea que las agencias privadas no se han prestado para dirigir contrataciones a favor de proveedores señalados desde el despacho de alguna autoridad pública, pagando así favores de campaña u otras afinidades, o para excluir de esas contrataciones a sus enemigos, medios canallas incluidos, peca de una tierna ingenuidad.

Si bien es difícil de imaginarlo en las circunstancias actuales, la ejecución de estos planes y de los servicios contratados por parte de la Agencia del Sinart, podría ofrecer (haciendo los ajustes necesarios), mayores garantías de competencia entre proveedores finales, mayor transparencia en el manejo de estos recursos y mayores posibilidades de control y rendición de cuentas.

Sin embargo, hay cosas que deben cambiar en el Sinart para que esto ocurra, digamos, como dios manda.

El amo en el Sinart

El primer presidente del Consejo Ejecutivo del Sinart nombrado durante la administración Chaves Robles, Alan Trigueros, decidió un buen día que había que cambiar radicalmente la identidad gráfica de los medios, o del Canal 13 al menos. Justificó su decisión en la importancia de “darle valor a lo nuestro”. La atropellada ejecución de ese cambio radical no tiene nada que envidiarle a la infame restauración del fresco Ecce Homo, si se consideran las reacciones de asombro y rechazo que abundaron en redes sociales. Ni siquiera el propio Consejo Ejecutivo, que conoció y aprobó la identidad gráfica y sonora anterior y a quien le correspondía por reglamento cambiarla, se atrevió a reclamar por la actuación unilateral del señor presidente.

Parece una anécdota irrelevante, pero me cuesta imaginar que un hecho como este pueda tener cabida en la estructura de mando del ICE, del INS o de algún banco público, donde la divisoria entre la conducción política y la gerencial están bastante mejor comprendidas y llevadas a la práctica.

Ese presidencialismo desmedido ha sido necesario en el Sinart, entre otras cosas, para servir como correa de transmisión de las órdenes de Zapote. El papel del anterior presidente del Consejo del Sinart en una contratación a favor de un protegido de Casa Presidencial, es solo una más de las innumerables intervenciones del nivel político en los asuntos gerenciales y administrativos, a pesar de ser estos resorte de la dirección general y de toda la estructura operativa del Sinart (artículos 10, 11 y 26 de la Ley Orgánica).

¿En cuántos programas hemos visto protagonizar a alguno de los presidentes de turno del Sinart, comenzando con el célebre restaurador? ¿Cuántos contenidos han ingresado o salido de la programación sin ningún criterio técnico o intersubjetivo, solo por voluntad presidencial? Habrá que terminar de averiguar también cuántos contratos de la agencia se han dirigido por los designios de las últimas dos presidencias del Consejo.

Aquí hay entonces una primera tarea: restablecer el cumplimiento de la propia Ley Orgánica, permitiendo a la administración cumplir su trabajo (y dar cuentas por él), y devolverles a los órganos políticos del Sinart su papel de reflexión, prospectiva y conducción, gestión de alianzas estratégicas, mejoramiento de sus modelos de financiamiento, diálogo con el conjunto del Estado y de la sociedad, apertura y expansión de horizontes. El órgano político dirige, no manda; y la administración ejecuta, no obedece.

La segunda tarea es todavía más urgente y requiere de reformas a la Ley Orgánica.

El amo en Zapote

Una fuente muy confiable cuenta que, a cambio del respaldo de las televisoras privadas al inicio del gobierno de Luis Alberto Monge, Casa Presidencial ordenó el cierre del noticiero Cosmovisiones y de ‘Deportivas de Canal 13’, que hasta hacía poco tenía los derechos exclusivos de transmisión del futbol de primera división. Bien podría decirse que eso marcó el inicio del declive del Sinart.

Poniendo de lado honrosas excepciones de presidencias del Sinart que han defendido la autonomía, las intervenciones de Zapote han sido la norma durante estos 45 años. Salidas de programación abruptas (Diagnóstico, Bosque Adentro, Contra el Muro, entre otras), adopción de líneas editoriales favorables al gobierno, pago de favores y silencios a cambio de espacios en el Canal o la Radio. Llegó a ocurrir incluso que por tres meses en 1996, durante el mandato de José María Figueres, se puso al Sinart en manos de la Iglesia Católica, y por sugerencia del PUSC, se le propuso a la Conferencia Episcopal asumir su administración permanentemente. Los obispos rechazaron la oferta, después de cierto debate público.

No deben extrañarnos entonces los hechos que hoy son objeto de escándalo. Las llamadas de Zapote al Sinart valen el despido o la permanencia en el puesto de la presidencia del Consejo Ejecutivo, lo que impide que el Sinart actúe de forma verdaderamente autónoma. Sin que sean paradigmas perfectos ni mucho menos, los sistemas de medios públicos bajo el modelo de Europa occidental ofrecen algunas respuestas para limitar esa influencia, incorporar a otros actores y lograr balances mínimos.

Librar al Sinart del peso de Zapote es entonces la segunda y más importante tarea. Luego vienen muchas otras: fortalecer su autonomía financiera, ponerse al día en las modalidades de la comunicación digital en red, abrirse a la eclosión del audiovisual costarricense, atreverse en nuevos formatos, ofrecerse a todos los debates y a todas las voces, para que el Espíritu Santo no tenga que ver nunca más con el Sinart, ni en broma.

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