A lo largo de mi vida, tener amistades no ha sido tan fácil, nadie me enseñó a ser amiga, es más, mi papá decía que “no existían los amigos”, así que crecí pensando que nadie podría ser mi amiga o amigo y que yo tampoco podría ser amiga de nadie. Me costó, hasta que llegué a la universidad. Y por dicha comencé a romper creencias. Logré conocer gente que hasta hoy puedo llamar amigas y estoy aún aprendiendo a ser una buena amiga.

Preparando el tema de esta columna me puse a reflexionar sobre esas personas clave en la vida, que no forman parte de la familia, pero las tenemos presentes como si lo fueran, aunque no llevan la misma sangre. Y ¿Se han preguntado qué hace que algunas amistades sean tan profundas y significativas? ¿Por qué ciertos amigos/as parecen entender lo que pensamos incluso antes de que digamos una palabra? La respuesta, en gran medida, radica en la comunicación, al igual que los hilos de un tejido cuidadosamente entrelazados, la comunicación es el elemento vital que une nuestras amistades y les otorga la resistencia necesaria para perdurar a lo largo del tiempo, como si fueran hilos de oro.

¿Pueden imaginarse la amistad como un puente que conecta dos almas? Pensemos en cómo la comunicación fluye a lo largo de este puente. ¿Es un flujo constante de ideas, pensamientos y emociones, o es un poco tambaleante y a veces frágil? La calidad de nuestra comunicación juega un papel fundamental en la fortaleza de este puente. Cuando las palabras fluyen libremente y la escucha empática está presente, el puente se vuelve sólido y confiable, exactamente como deberían ser nuestras relaciones de amistad. Las verdaderas. Las sanas, las que alimentan el alma y hacen sonreír el corazón. Cuando esto no está presente, entonces no es amistad, quizá es simplemente codependencia, miedo a la soledad, apego o el famoso, le hablo por compromiso, peor aún si es por conveniencia.

Me gusta imaginarme que la comunicación en la amistad es como una danza armoniosa entre dos personas. Una persona habla, la otra escucha y responde, y viceversa, pero en un momento dado, se vuelve más bien un fiestón, una charanga, una danza contemporánea y un breakdance,  todo al mismo tiempo, porque hablamos un idioma de amistad que se convierte en un código único, con gestos, palabras, “palabrotas”, sonrisas, palabras inventadas sólo por el hecho de que nos conocemos y tenemos un mundo de vivencias y experiencias que entretejen una realidad, como un multiverso paralelo a todo, donde sólo entran aquellos que consideramos amigos/as/ Pero, ¿qué sucede cuando la música del diálogo se vuelve discordante? ¿Cuándo las palabras se atascan en la garganta o las respuestas se convierten en monólogos unilaterales? Aquí es donde la comunicación entra en juego: al sincronizar y escuchar lo sutil de lo que se dice y lo que no se dice, creamos una experiencia de comunicación auténtica y enriquecedora, también es cuando quizá tenemos que validar o reconocer la amistad con tal o cual persona. Es cuando muchas veces decimos hasta aquí, o cuando lo damos todo y decimos aquí estoy.

A veces, las amistades se vuelven tan cercanas que la comunicación trasciende las palabras. ¿Han experimentado momentos en los que un simple gesto, una mirada o incluso un silencio compartido hablan volúmenes? Este es el poder del lenguaje no dicho en la amistad. Pero incluso en esos momentos, la comunicación sigue siendo el catalizador que permite que esta conexión sin palabras.

Sabemos que un amigo o una amiga está en nuestro corazón, tiene nuestra atención y merece el respeto, cuando ha pasado tiempo, la vida no nos permite vernos siempre, cuando podemos sacar ese espacio único donde sea que nos encontremos, parece que nos vimos ayer. ¿Cómo están sus amistades? ¿Cómo se está comunicando con ella/ellos/elles… cuanto tiempo dedica? Y ¿cuáles son sus códigos más especiales? Quizá sea un buen momento o excusa para mandar ese mensaje o agendar ese café/birra que está pendiente.

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