En el pasado la ancianidad era la cúspide de la vida humana terrenal. El conocimiento se pasaba verbalmente de generación en generación. La escritura y los libros vinieron a facilitar el conocimiento elaborado por generaciones anteriores pero ancianos y ancianas continuaron siendo medio fundamental de transmisión de cultura, valores, normas y conocimientos.
La Biblia en Proverbios 16:31 nos indica: “La cabeza canosa es corona de gloria, y se encuentra en el camino de la justicia” y en el Libro de Job 12:12 señala: “Se halla entre ancianos la sabiduría y la inteligencia donde hay muchos años”.
La sabiduría popular recogió esa convicción:
Más sabe el diablo, por viejo, que por diablo”.
El renacimiento, la imprenta y la ciencia moderna cambiaron las cosas. Ahora era la experimentación y la discusión entre los conocedores la fuente del conocimiento. Pero todavía en el siglo XVIII Jean Jacques Rousseau afirmaba:
La vejez es el tiempo de practicar la sabiduría”.
La velocidad del cambio tecnológico y científico, su magnitud antes inimaginable, la urbanización galopante con el desarraigo de los antiguos vecindarios de familias bien conocidas y entrelazadas, y las redes sociales vinieron a debilitar la tarea de la familia como integradora entre generaciones.
Los ancianos y ancianas perdimos la importancia de nuestro rol en la trasmisión de la cultura, sus valores, la sabiduría adquirida con el tanteo y el error milenarios estableciendo formas pacíficas y productivas de convivencia humana.
Hoy los dramáticos cambios que en Costa Rica se están dando en la estructura social demandan un cambio en el rol que se nos asigna a las personas de edad avanzada.
Por una parte, los nacimientos han caído radicalmente. Del año 2019 al 2022 la cantidad de nacimientos disminuyó en un 15%. La tasa Global de Fecundidad —que desde 2004 era menor a 2,1 que es la necesaria para que la población no baje en el futuro— siguió bajando y se aceleró su disminución en los últimos años. En 2018 era de solo 1,66 y para 2022 fue de 1,29. Es una de las más bajas del mundo.
Por otra parte, nuestra esperanza de vida al nacer ha seguido en aumento. En 1900 era del orden de 34,7 años, para mediados del siglo pasado había llegado a 57,7 y en el 2000 a 77,8. En este siglo para 2010 había subido a 79,1 y en 2022 a 80,9 años. Una de las más altas de América.
Estas modificaciones demográficas significan grandes cambios. Tendremos menor proporción de personas entre los 18 y los 65, una menor cantidad de niñas, niños y jóvenes menores a 18 años y una mayor proporción de personas con 65 años y más.
Cada vez llegarán más personas a la edad de pensionarse, y además vivirán más años después de pensionadas. Entre 1995 y 2022 la esperanza de vida para quienes tienen 65 años ha pasado de 18 años y 6 meses a 20 años y 2 meses, aumentado en más de 20 meses.
Cómo he comentado en esta columna, estos cambios nos obligan a realizar profundos ajustes a los sistemas de pensiones y de trabajo.
Y también a cambios culturales.
Debemos cambiar nuestra concepción de la ancianidad. Una proporción tan alta de la población con más de 20 años de pensión con las condiciones actuales no será beneficiosa ni para las personas pensionadas ni para las activas en el mundo laboral.
Los pensionados deberemos seguir aportando con trabajos adecuados a la edad, en jornadas parciales. Debemos seguir aportando y recuperar el papel que jugamos en el pasado.
El cuido y la formación de bebés, infantes y jóvenes, e incluso el de otras personas adultas mayores podrá enriquecerse con nuestra contribución.
No todas las personas adultas mayores tienen el regalo del que muchos disfrutamos de ser abuelas y abuelos, pero por todas se puede aplicar esta bella oración que escribió Benedicto XVI:
Señor Jesús…Mira con amor a nuestros abuelos de todo el mundo. Protégelos: son fuente de riqueza para las familias, para la Iglesia y para toda la sociedad. Sostenlos: también en la vejez continúan siendo para sus familias pilares fuertes de fe evangélica, custodios de los nobles ideales de la familia, tesoros vivientes de sólidas tradiciones religiosas. Haz que sean maestros de sabiduría y de valores, que transmitan a las generaciones futuras los frutos de su experiencia humana y espiritual”.
La atención de nosotros los de la tercera edad deberá enfocarse más creativa y productivamente en trabajos, transmisión de valores, atención a nuestros semejantes y no solo en entretenernos y ponernos a bailar.
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