Después del asesinato del joven Nahel de 17 años en Nanterre (Francia), se ha desatado una oleada de protestas, principalmente cerca de los suburbios parisinos. El acto en el cual se cobró la vida de este joven, hijo de descendientes magrebíes, ha sido producto de un abuso policial y por supuesto una atrocidad. Sin embargo, ha sido usado como el símbolo para que algunos grupos radicalizados puedan sembrar el caos en nombre de lo que pareciera una “causa justa”.
Para organizaciones extremistas, Nahel se ha convertido en un distintivo de esta “lucha social”, que solamente es la cara visible del radicalismo en Francia que se ha hecho común en los últimos años basados en luchas sociales, como contrarrestar la segregación y estar a favor de la justicia socioeconómica, pero lo menos que hacen es promover estas consignas y se han transformado en generadores de caos.
Gran parte de los involucrados en estos enfrentamientos son, al igual que el joven asesinado, descendientes de magrebíes, incluso tercera o cuarta generación, quienes conviven y luchan contra el racismo y la discriminación desde hace décadas en este país europeo. Los migrantes y descendientes han sido el chivo expiatorio cuando se dan problemas, aunque en ocasiones se han encontrado en medio del epicentro de las crisis en especial, cuando temas discriminatorios o religiosos salen a relucir, como las políticas a favor del Estado laico o las críticas a la revista Charlie Hebdo, que también ha cobrado vidas.
Debe quedar claro que los violentos y revoltosos no representan a los grupos migrantes (ni a sus descendientes), tampoco todos los que reclaman tienen fines sociales, sino que en muchos casos son delincuentes cobijados por causas justas. Es importante señalar que en Francia los últimos años se vive un ambiente de descontento social con una fuerte desazón con respecto a las acciones del gobierno a quienes se les reclama constantemente por su inoperancia en resolver situaciones carácter social, económico y laboral.
Sumado a lo mencionado previamente, los franceses destacan por ser altamente críticos y organizados en sus protestas sociales contra las irregularidades de los gobernantes de turno. Pero las manifestaciones actuales están lejos de esa naturaleza e incluso desasociada a un reclamo por la islamofobia o el racismo de una parte de la policía, por cuando la muerte de Nahel es la excusa perfecta que necesitaban los fundamentalistas.
Incluso, de acuerdo con algunos medios como Maghreb Intelligence, podría existir mano extranjera en el caos actual por medio de motivaciones de cleros y organizaciones radicales desde Argelia y Marruecos, quienes incluso estarían enviando financiamiento a organizaciones islamistas francesas que han sido las gestoras del caos actual sin que se pueda llegar a una solución consensuada sino esperar a que las aguas regresen por sí mismas a su caudal o que una respuesta categórica termine por convertirse en un catalizador y persuasor hacia los revoltosos, algo que pareciera no existir en estos momentos.
El problema que esto puede acarrear en un corto plazo es que se transforme en caldo de cultivo para grupos radicales del otro lado del espectro y que ganen simpatías al no existir una solución planteada por el gobierno de turno. Figuras como Marine Le Pen, Eric Zemmour o cualquier otra fuerza política ultraconservadora, racista, euroescéptica o anti migratoria podría gestar un potencial caudal de apoyos e impulsar choques más importantes, incluso a los vistos hasta este momento.
La República Francesa da excusas para aquellos que creen los modelos de integración de migrantes y de minorías tiene una estructura débil o fugas en sus centros de poder, por lo cual debe plantearse medidas no que castiguen a las minorías y den combustible a los extremos, por lo que se requiere una política integral que equilibre correctamente la ecuación, de caso contrario esto puede ser crónica de un gran incendio de posiciones extremas y el castigo a otras minorías con menor músculo que podrían quedar en medio de fuego cruzado.
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