Recientemente, el cancionista chileno Max Valdés lanzó su más reciente sencillo denominado “En el dolor también hay dios” (2023), producido por Javier Barría. Con este acontecimiento, nos deja una pregunta: ¿En el dolor también hay dios?
La primera vez que la escuché no solo identifiqué el ingenio del título, la melodía, los arreglos corales, la estructura, sino también concluí que Max hizo de un aforismo filosófico una pieza musical ligera y nutritiva. Casi como estar en una misa armonizando verdades.
¿Amigo o enemigo?
El dolor está lejos de ser visto como virtud; lo vemos como un pozo de condena y deterioro.
El dolor es. Según las palabras de Chantal Maillard, el dolor es sin ningún tinte, pero cambia y se instala en nuestros cuerpos según “(…) las palabras con que lo nombra, el grado de identificación o la capacidad de tomar distancia del mismo”.
Tenemos al dolor en una doctrina binaria, maniqueísta y antropocentrista. Situamos en la cúspide de la pirámide el dolor “humano” y nuestro discurso por la vida se queda corto. ¿Asociamos el dolor a la enfermedad? ¿Mutilamos el disfrute de contextos “enfermos”? ¿El dolor y el placer son excluyentes? ¿Entendemos el dolor o solo el nuestro? ¿Tenemos en igualdad de condiciones el dolor de otras especies o reinos? ¿El dolor de las plantas, los suelos, las áreas protegidas? ¿Sabemos de ese dolor? ¿Nos interesa?
¿Se aprende o se integra?
Desde el inicio de la pieza, dicta una línea “En ningún lugar existe solo primavera”. Somos criaturas terminales, cíclicas, mutantes, híbridas; no hay espacio para seguir sosteniendo lo binario.
Quizá el determinante no sea el dolor, sino nuestras formas dolorosas. No siempre hay permiso de sanar de manera lineal (abrir ventanas). A veces hay que romperlas, fugarse de lo tóxico con métodos alternativos, abrir el milagro —si no se abre amablemente— con el recurso que tengamos: “romper algunos vidrios para respirar al fin”.
Quizá el determinante no sea lo sano, pero sí el camino sanador. Quizá debamos “trepar otros muros, achurar el pretexto haciendo nuevas voces, tomar lecciones rotas”. Así, lo más subversivo que podemos hacer: reversionar nuestra relación con el dolor, el tiempo y el futuro. Así, preguntarnos:
Si todo lo natural es divino entonces, ¿en el dolor también hay dios?
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