En nuestro país se recuerda con alguna frecuencia y picardía aquella frase del comentarista mexicano quien decía, mientras Alemania vapuleaba a la Selección de México en el mundial de 1978 seis goles por cero: “¡Pero qué lindo juega México!”.
Luego de la paliza de siete goles que nos propinó España en el mundial de Catar, no faltó quién ajustara la frase para decir “¡pero qué lindo juega Costa Rica!” como una forma para sobreponernos a la vergonzosa derrota, siendo, a su vez, un eterno recordatorio de que semejante ridículo no se volvería a ver nunca más en la Selección Nacional.
Sin embargo, el declive de nuestra Selección no hizo más que comenzar. De ocho juegos (incluyendo la catástrofe contra España), Costa Rica ha ganado únicamente dos: contra Japón, donde pesó más la fortuna que el mérito y contra Martinica, donde el triunfo llegó a poquísimos minutos del final del partido.
Todos quisiéramos ver una Costa Rica siempre ganadora. Aquella del mundial de Brasil, que establecía los cuartos de final como un piso y no como un techo. Que se mantuviera como el referente del buen fútbol en la Concacaf y que no hiciera más que crecer, teniendo el anhelo de alcanzar tan buenos resultados como una Croacia. ¡Ojalá!
Pero aquel equipo y aquellas alegrías son cosa del pasado. No teniendo la capacidad de sostener el éxito alcanzado, nos quedamos contentos con una Selección que al menos fuera competitiva. Un equipo que fuera a buscar resultados positivos y que, incluso en la derrota o en las situaciones más adversas, pudiéramos tener la satisfacción de que se salió a darlo todo.
Lamentablemente, ahora no tenemos una Selección ni ganadora, ni competitiva. Ya ni siquiera en son de broma podemos decir: “¡pero qué lindo juega Costa Rica!”. El desempeño del entrenador Luis Fernando Suárez ha sido sistemáticamente decreciente, hasta llegar al triste espectáculo mostrado en la Copa Oro contra Panamá.
Exceptuando la muy meritoria participación de Kevin Chamorro, lo que presenciamos en el último juego fue un monumento a la desidia. No solo es una vana tarea intentar descifrar el planteamiento del señor Suárez, sino que además vimos a los jugadores en la cancha con un absoluto desgano. Por ratos, daba la impresión de que algunos ni siquiera querían estar ahí.
Llegados al punto donde el director técnico es incapaz de establecer una propuesta de juego sensata y donde los jugadores no tienen, de momento, las condiciones para enfrentar con brío y arrojo un partido, el cambio ya no es opcional, es una obligación. Evidentemente, ese cambio pasa en primer lugar por la sustitución de Luis Fernando Suárez como entrenador.
No obstante, eso que pareciera una verdad de Perogrullo no es tan fácil de realizar. El señor Suárez aparentemente negoció una cláusula en su contrato donde cualquier rescisión antes del 2026 implica un pago a su favor de 400 mil dólares.
Así las cosas, para el director técnico perder o ganar partidos es irrelevante. Tiene asegurado un jugoso salario por tres años más, o, en su defecto, si lo quitan se lleva una multimillonaria suma de dinero. Costa Rica puede que pierda partidos, pero el señor Suárez siempre sale ganando.
La Fedefútbol ahora se enfrenta al dilema ético de escoger entre dos males: o continuar con un entrenador sin rumbo algunos años más y una Selección que cada vez es presa del mayor desgano; o desembolsar 400 mil dólares para pagarle a don Luis Fernando, cambiar de seleccionador e intentar enmendar las cosas con los jugadores (y de paso con la afición). El mal menor está claramente en pagarle a Suárez su cláusula y que este deje libre a la Selección Nacional.
Cierto es que podría darse una tercera opción: tanto la Federación como don Luis Fernando llegan a un acuerdo para terminar el contrato, sin ningún tipo de erogación económica para ninguna de las partes. Básicamente sería apelar a un acto de buena fe, que al menos hoy parece lejano, porque como dice Quevedo: “poderoso caballero es don Dinero”.
Otro asunto distinto es cuándo conviene dar por terminado el contrato con el señor Suárez. En vista de que las negociaciones que realizó don Rodolfo Villalobos con el entrenador nos tienen hoy en tan complicada situación, no pareciera lógico y prudente dejarle a él nuevamente esa responsabilidad.
La Federación tendrá elecciones en el mes de agosto y todo apunta a que habrá cambios importantes en su configuración, empezando por la presidencia. Si eso es así, lo mejor es esperar hasta que esté instalado el nuevo Comité Ejecutivo y que sea tarea del nuevo presidente cualquier negociación relacionada con el técnico de la Selección.
Para el futuro, conviene que la Federación no vuelva a atarse de esa manera con un director técnico pues, como hemos visto y como dice el refrán popular, al final “salió más caro el caldo que los huevos”. Ahora, en el corto plazo, lo que necesitamos desde la afición es una Selección que nos vuelva a llenar de ilusión y que recupere la sed de triunfo que alguna vez nos demostró. Eso solo depende de los jugadores.
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