Muchas fiestas, pero pocos regalos. Como estar cumpliendo años y que todos los invitados lleguen con las manos vacías. Algo así fue, en pocas palabras y a título personal, la pasada celebración del Día Internacional del Libro, con alrededor de cinco ferias distintas en cuestión de una semana.

Por poco y tengo que conseguirme un doble para poder participar en todas, pero a falta de tiempo y presupuesto para contratar uno, me conformé con mandar mis libros en las que no pude estar presencialmente y que mis colegas del Faro Literario —colectivo al que pertenezco— me ayudaran con la gestión de venta… o al menos con ofrecerlo al público y que este conociera de mi existencia.

No lo digo a modo de queja. Por mí que abunden las ferias todas las semanas y no solo en abril, que con todo y sus 30 largos días, se nos quedó corto ante tanta oferta, dejándonos como en la canción de Joaquín Sabina, con la ligera sensación de que nos robaron el mes de abril (el tiempo y su rauda e inexorable marcha).

Afortunadamente vienen otras en mayo y junio como aperitivo al magno y más esperado evento literario del año: la Feria Internacional del Libro (FILCR), donde escritor que se respete, sea novel, intermedio o veterano, debe estar presente. Pero no le metamos más caña al tiempo, ya de por sí con su propio afán, y quedémonos en el presente, o —quise decir— en el pasado, con lo que vivimos y sufrimos durante las diversas ferias de nuestro abril criollo librero.

Hubo en todo sitio y para todos los gustos, de costa a costa: en Liberia, San Ramón, Sarchí, Alajuela, Limón y en muchos otros lugares donde o no me enteré o no me invitaron, ambos casos igual de preocupantes, lo que me obliga a depurar mi red de contactos, de cara a futuras festividades.

Me limitaré a abordar de manera breve y somera la experiencia —dulce, amarga, o agridulce— de las que pude participar, ya sea de manera presencial o remota. Hago un paréntesis para aclarar que el mes inició con la tradicional feria de Pérez Zeledón que, cual mal augurio, resultó una completa decepción. Yo no fui, pero según me cuentan, ahí no se apareció ni la novia del Cerro de la Muerte y algunos que llegaron, de carne y hueso, dejaron a mis colegas como si hubieran visto a la fantasmagórica dama, a raíz de sus comentarios despectivos hacia la literatura costarricense. De todo hay en la viña del Señor… y en el Valle del General.

Tras el receso de Semana Santa, volvimos a las andadas literarias, con la segunda edición de la Feria del Libro de Sarchí, realizada en el Campo Ferial Sarchí Norte, donde oficialmente arranqué mi periplo conmemorativo del Día Internacional del Libro 2023. En resumen, estuvo bonita y bien organizada, aunque debo admitir que no tan concurrida como la primera, a la que asistí el año pasado con la ilusión de presentar, entre coloridas carretas y artesanías, mi tercer retoño de papel: Diario de un tico en pandemia (aún disponible, valga el comercial).

Variedad de expositores, de distintos géneros y procedencias. Desde pintores y artesanos, hasta heladeros, cuenta cuentos y comediantes. El único inconveniente, aparte de la regular afluencia, fue que los que llegaron iban más en plan de paseo austero dominical y no tanto, bolsa en mano, a atiborrarse de libros. No los culpo: primero, comer y luego, leer. Igual estuvo alegre y, como decimos por ahí, a modo de consuelo, aunque no se ganó, se gozó, en medio de la cimarrona, las mascaradas y el calor de la gente sarchiseña.

De regreso en la capital, al día siguiente, nos tocó darnos una vuelta por la casa de nuestros flamantes Padres de la Patria, específicamente en el boulevard Ricardo Jiménez, a un costado del Castillo Azul. Y no fue para pedirle a los diputados más apoyo para el sector cultural (que mal no hubiera estado si se hubieran dignado en aparecer), sino para ser partícipes de la Feria del Libro Lara Ríos, organizada por la oficina del legislador Manuel Morales Díaz, el Sistema Nacional de Bibliotecas y el Departamento de Gestión Documental y Archivo.

Anunciada con el objetivo de reactivar nuestras editoriales y fomentar la lectura, la actividad, por más buenas intenciones que tuvo, no logró ni lo uno ni lo otro. Quizás el problema fue hacerla un día en que ni las gallinas ponen ni los lectores leen. Un lunes de 9 a.m. a 4 p.m.; es decir, entre semana y en la franja horaria donde justo la mayoría de costarricenses está laborando. Salvo los funcionarios legislativos y algunos estudiantes, la afluencia estuvo tan raquítica como las ventas conseguidas. Como en la canción de Ricardo Montaner, quisimos que en ese castillo azul se escribiera una historia basada en nosotros dos —los escritores y los lectores—, pero no se pudo. Será a la próxima.

La que salvó la semana —y el bolsillo— fue la del Mall Multicentro Desamparados. Ahí, por espacio de seis días, nos dimos cita varios escritores y editoriales para, finalmente, reivindicarnos de las amargas experiencias previas y, de paso, recibir, en forma de ventas, nuestro esquivo regalo del Día del Libro. Y creo que se nos cumplió… a medias y a algunos más que otros, pero al final todos vendimos y pudimos, al menos, salir tablas u obtener alguna ganancia, aparte de la de compartir con nuestros fieles lectores. El gran acierto radicó en realizarla en un centro comercial estratégicamente ubicado, que no solo es muy concurrido, sino que se cuenta con un público cautivo en movimiento constante y creciente, especialmente fines de semana.

Lástima que no podemos decir lo mismo del festival literario de Avenida Escazú, que, por el choque de fechas con Desamparados, nos obligó a muchos a dividir presencia entre ambos eventos. Teníamos curiosidad por conocer el nivel de afición por la lectura de los habitantes de la zona oeste, muchos de los cuales gozan de un mayor poder adquisitivo, con respecto a sus pares de otros cantones de la ciudad.

¿Será que les gusta leer o comprar libros? No me atrevería a emitir juicio concluyente a favor o en contra. Simplemente no llegó la cantidad esperada de personas para comprobarlo. Y los que llegaron, o no sabían, o tenían otras prioridades. Tal vez faltó un poco más de publicidad o simplemente no gustan de la literatura nacional. En fin, simples conjeturas que esperamos dilucidar en próximas ediciones por aquellos acaudalados lares josefinos.

Y así, como decía al principio, con muchas fiestas (eventos), pero pocos regalos (ventas), finalizó mi mes del libro. No digo que eso sea del todo malo. Si bien las ventas son importantes, igual o más lo es poder exponer nuestro trabajo en comunidades de gente buena y lectora, donde, a no ser por las ferias locales, difícilmente llegaríamos y nos daríamos a conocer. Al final, los que estamos en esto lo hacemos por amor al arte y no al dinero (¿O habrá algún ingenuo que piense en volverse millonario a punta de libros?). Haya ventas o no, siempre se logra un beneficio intangible no económico: contactos, nuevas amistades, amenas conversaciones y hasta lindos paseos y fotografías.

Todo es parte de esta apasionante aventura literaria que esperamos se extienda y fortalezca por muchos años, con cada vez más escritores, libros y, por supuesto, ventas. Sin duda, el mejor obsequio y estímulo para los amantes de la literatura. ¿Nos acompaña y apoya, querido lector?

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