Carta al estado de alguien con trastorno mixto ansioso depresivo

De los creadores de Otra vez es lunes y Thank God is Friday (TGIF), hoy vengo con la pregunta: ¿Se vale la pausa?

En la actualidad posmoderna del capitalismo neoliberal, los feriados, fines de semana y vacaciones parecen ser los únicos y pocos espacios de “descanso” legitimados por las corrientes que nos regentan. El ordenamiento económico y laboral es partícipe de una catástrofe psicológica mundial y, pecando de ignorantes, nos ponemos a recetar amor propio y terapia.

Supongamos que, en el mejor y en el privilegio de los casos, un o una civil goza de empleo, sustento, alquiler residencial y, por consecuencia, responsabilidad tributaria, pagos de servicios, entre otros. ¿Eso es vivir? ¿Cumplir deliberadamente con los deadlines de un patrono y pagar las cuentas a tiempo?

“Me voy a (des)conectar este finde”

Es ya un trend necesitar con urgencia un detox corpo-emocional de los 5 días de una semana en estrés crónico. Entonces, corremos con hambre de unos cuantos lineazos de dopamina para sobrevivir la siguiente. Y así, esperamos el milagro de que ya sea viernes, navidad, fin de año, el 01 de mayo.

Irónicamente, pronunciamos que nuestra prisa es por (des)conectarnos, pero buscamos ir al bosque, a la playa, evitar las redes sociales, viajar sin planes, jugar; es decir, todo lo que representa conectar con nuestro instinto animal más sabio: sentirnos en comunión con nuestro ecosistema.

Desfile de peones en espera de la felicidad

Siendo así el panorama, ¿cómo no vamos a vivir en ansiedad? Si la mayoría del tiempo caminamos en automático, dopados con curitas por mientras, esperando que la misericordia del fin de semana nos otorgue algo de descanso para “darla”. Los infelices estamos en una lista de espera, conformándonos con lo que, en la inmediatez, distraiga a la verdadera raíz de los males porque, de lo contrario, resulta muy doloroso aceptar el origen de nuestra angustia.

Hipervigilancia y precariedad

Nuestros cuerpos, vidas y relaciones son solo un síntoma de un error mayor: una estructura arcaica y oxidada, pero que muchos insisten en sostener para beneficio de unos pocos. Estamos en un macabro experimento que ha extinguido nuestra energía infinita en un recurso agotable. Y, encima, ahora también competimos por a quién le quedan más vidas en el videojuego.

Vuelvo a preguntar, ¿se vale realmente la pausa?

Ojalá las crisis “mentales” fueran consideradas crisis sanitarias. No basta con prevenir la autodestrucción o el suicidio. Nos urge tejer una sociedad en la que nadie necesite quemarse en un burnout para atenderse, huir, lastimarse por patrón aprendido; una comunidad donde el ritmo de vida no nos fuerce a mutilarnos el placer, donde castrarse el corazón no sea requisito, ni la supervivencia el único modus operandi.

Ojalá pudiera llamar a una ambulancia emocional-espiritual, decir que estoy a punto de ebullición y que fuera suficiente. Ojalá no tuvieran que comprobar un hueso roto o la presión arterial  130/80.

Ojalá nuestra historia fuera suficiente, como en los viejos tiempos en que la palabra era el único contrato necesario. Si una casa se cae por inapropiada construcción, se cae sin más, sin juicio. Ojalá pudiéramos desplomarnos con tal derecho. Con el derecho que tienen los órganos a dejar de funcionar total o parcialmente.

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