Para las mujeres que hemos estado en política, cada 8 de marzo tiene una importancia y un recordatorio de nuestras luchas, conmemoramos el Día Internacional de la Mujer.

Pero, para la mayoría no deja de ser un día más en sus vidas, su realidad le recuerda que el suelo no está parejo, y mucho menos justo.

Ya sea en la política, temas gerenciales, laborales o familiares, lo cierto es que, aunque los espacios se han ido ampliando, todavía siguen siendo desiguales, lo que no debería ser así.

Las capacidades intelectuales y aptitudes personales no deberían tener diferenciadores, basados en el sexo y mucho menos discriminarlos.

Lo cierto es que, no nos enseñan a ser solidarias entre nosotras mismas (eso se aprende o no con los golpes de la vida);  no nos enseñan a marcar límites ante los abusos (sea cual fuere), y mucho menos se nos enseña a exigir lo que en derecho y justicia corresponde, en un ambiente de igualdad, ni más ni menos que el que puede tener un hombre en las mismas condiciones.

Seguimos sin ganar lo mismo por igual trabajo, tenemos jornadas fuera del trabajo que superan la de nuestros compañeros, seguimos capacitándonos más, sin poder llegar a las posiciones de alta gerencia o puestos políticos de nuestros países.

Para muchas mujeres el acceso a la educación de calidad —con los trabajos y oportunidades— siguen sin ser iguales, y ni qué decir del acceso a las carreras del futuro, las llamadas STEM (ingeniería, matemáticas, ciencias, medicina).

Las guillotinas de la edad (trabajo para mayores de 40 años) siguen siendo más difíciles de superar para nosotras; el desempleo, la pobreza y la desigualdad nos atacan en mayor número.

Las mujeres jóvenes y las mayores de 40 son las más golpeadas por la falta de oportunidades, en eso se comparte esta triste estadística del “edadismo”, que reina en nuestra sociedad.

Se establecen más trabas a las mujeres, cuando comienza a realizarse profesionalmente (juventud) y después, cuando es más conocedora de sus potencialidades, y posee más experiencia (mujeres mayores a los 40 años). Es ahí, cuando el sistema más nos discrimina.

Todavía en muchos lugares del mundo las mujeres no tienen acceso a la educación, sea por prohibición expresa o por condiciones del propio sistema que las descarta socialmente.

Muchas mujeres callan día tras día, una violencia física, económica y psicológica en sus trabajos y hogares; aún no hay labores adecuadas a nuestras necesidades, para balancear la realización personal, y el disfrute de estar con nuestros hijos, que tanto nos llenan de amor.

Si este es nuestro presente, ¿Cuál será nuestro futuro?

Cuando veo a mi hija —de 16 años— quien recién sufrió un episodio de superación personal importante en su vida, que requirió de todas sus fuerzas y entereza y le permitió crecer como persona, además del orgullo y admiración como madre, no dejo de pensar en lo que falta por mejorar para nosotras.

Si nuestro primer amor debemos ser nosotras mismas, pienso en cuanto dolor y sufrimiento se ahorraría en este mundo, si realmente se nos escuchara, se nos permitiera “simplemente ser”, crecer y desarrollarnos sin temor, sin miedos, sin juzgamientos y sin señalamientos.

Peor aún, no se nos enseña a encontrar y descubrir en la vida quiénes somos realmente, nuestras potencialidades, vocación, propósito, nuestras fortalezas, y todo aquello que nos hace únicas como mujeres.

Me pueden decir que todo eso debería ser tanto para hombres como mujeres; debe ser así; pero, los procesos de socialización, condicionamientos sociales, culturales, económicos y patrones culturales (machismo entre otros), hacen que a las mujeres nos falte un gran camino por recorrer.

Ser mujer es mucho más que un sexo, ser mujer es una vinculación con la vida, es una fuerza vital, una forma de conexión con el universo que nos permite ver las cosas desde otra perspectiva, nos permite a las que deseamos y lo queremos, dar vida, crear un lenguaje de amor desconocido por la conexión misma con nuestros hijos, hijas, padres, madres, hermanos y entorno.

Una mujer segura, sana (física y mental), empoderada, segura de sí misma, realizada y sobre todo feliz, realmente puede hacer el cambio en todo lo que toca, con esa magia que sólo nosotras sabemos hacerlo.

Pero hoy una mujer que reclama por sus derechos, muchas veces es tratada de “conflictiva”, “complicada” por decir lo menos.

Cada 8 de marzo se conmemora las luchas y vidas de mujeres extraordinarias que me antecedieron, muchas incluso dando la vida, por derechos que hoy damos por sentado como el sufragio.

El mundo sigue sin darnos la oportunidad de ejercer nuestros liderazgos únicos, especiales, diferenciadores y que podrían aportar un gran cambio en la sociedad.

Las mujeres hemos aprendido —a lo largo  de la historia— a utilizar armas diferentes a la violencia, la guerra y la imposición (a pesar de ser las grandes víctimas de esta) como lo son la negociación, el diálogo, la tolerancia y respeto.

La brecha se habrá cerrado cuando vea mujeres, quienes, desde su nacimiento, son guiadas en un mundo donde se les permita reconocerse únicas, imperfectas pero felices, que no busquen ser un modelo de mujer maravilla, pero que sepamos que en nuestra libertad y potencialidades está nuestra fortaleza y que no se las debemos a nadie más que a nosotras mismas.

Mientras tanto, seguiremos conmemorando este Día Internacional de la Mujer, con la mirada puesta en un futuro mejor, un mundo con rostro y voz de mujer, un mundo que nos impulse a ser mejores seres humanos, y donde hombro con hombro, juntos mujeres y hombres construyamos una sociedad más solidaría, empática y sensible.

Las mujeres debemos exigir condiciones y derechos más allá de un lenguaje inclusivo, que poco nos ha ayudado en tener las condiciones “de vida” que nos permita realizarnos; ser libres e independientes.

Así, desde la libertad, poder desarrollarnos como seres empáticos, realizados, orgullosas de nuestras potencialidades y sobre todo, sabernos poseedoras de cualidades ilimitadas para transformar positivamente este mundo.

Al final, todo inicia y comienza en nosotras mismas, y en el cómo vamos apoyándonos unas a otras para caminar juntas e ir logrando los cambios que requerimos para simplemente poder ser

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