Un vómito posible. Cuando vi la foto del juez sosteniendo el rotulito de “He/Him”, en una campaña institucional del uso de pronombres inclusivos de género para generar conciencia hace unos años, casi me hace vomitar por la hipocresía de la situación, me pregunté cómo era posible que su cinismo llegara a esas nuevas cuotas de propaganda inversa. Se trataba del mismo juzgador que llamaba “playo” a cualquier persona por vestir una camisa rosada, o poner edulcorante a su café, o bien por tomar una bebida light.  No me lo contaron, lo observé; su obsesión ilimitada rayaba en un trastorno mental. El tiempo, que pone todo en su lugar, convirtió su desorden en un cliché: su homofobia interna le hacía perseguir lo que le era semejante.

En aplicación del artículo 175 del Código Penal, los nazis arrestaron, entre 1933 y 1945 aproximadamente a 100.000 hombres alemanes por ser homosexuales, los extranjeros no eran sujetos de la norma, a menos que tuvieran una relación con un germano. Como es sabido, se les colocaba un triángulo color rosa en los campos de concentración y eran sujetos de una especial crueldad dentro de los mismos, basados en la premisa de que eran enfermos, débiles e inútiles para el combate, que no darían hijos a la Nación Aria y que, además, podían ser reformados, lo que originó toda suerte de experimentación con ellos. No existen estadísticas fiables de cuántos murieron en los campos de exterminio.

El color rosado. Fue resignificado, a partir de la lucha de los derechos civiles en los años sesenta del siglo pasado, y como los estereotipos son insólitamente tontos por lo general, lo rosa se asociaba con lo femenino, que a su vez se indicaba como un signo de debilidad (lo que la ciencia ha demostrado que es falso); por eso, naufraga la lógica heteropatriarcal en una serie de falacias que serían cómicas si no conllevaran la muerte hasta el día de hoy. La premisa de la homofobia es que los hombres homosexuales quieren ser mujeres siempre (falso), por ello se les asignó el color rosa típicamente femenino (un constructo), pero, siguiendo esa lógica y la terminología del siglo XIX, si un hombre heterosexual debe amar a una mujer, ergo, el rosa es un color que le agrada porque representa a quien supone amar, y al asignárselo a un varón, le crea una paradoja. En fin, consecuencias del odio y sus derivados. Después de las revueltas de Stonewall y todo lo que ha sucedido, el rosado pasó de ser un color reivindicativo a integrar la paleta de colores, tal y como sucede hoy en día con la afectividad humana.

Lo que sucede es que el mercadeo, en una sociedad de consumo, busca y encuentra nichos, de ahí nació la práctica del pinkwashing, traducido como “lavado de imagen rosa”, que no sería más que una estrategia deliberada que llevan a cabo diferentes países, empresas, instituciones, movimientos, partidos políticos, para ocultar las continuas violaciones de los derechos humanos de una población específica, detrás de una imagen de “aparente modernidad” en cuanto a la población LGTB. La idea es que se les perciba por los demás como progresistas, tolerantes y modernos, aunque no lo sean.

En 1992, el término fue originalmente acuñado por la Breast Cancer Action, para referirse a las empresas que presuntamente apoyaban a las mujeres con cáncer de mama, mientras que su foco principal era el beneficio que obtenían de estas y el “lavado de imagen” empresarial que obtenían involucrándose en este tipo de asuntos benéficos. En otras palabras, muchas veces, lo que yace detrás de estas campañas que pueden parecer benévolas, es el lucro, ya sea en dinero o en imagen pública, para quien la práctica. No siempre existe verdad tras bambalinas, especialmente en las jerarquías.

Recuerdo, luego de la creación por Corte Plena de la Subcomisión de No Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género de la Secretaría Técnica de Género del Poder Judicial, el haber estado presente en una conversación del más alto nivel, cuando se propuso para un puesto a un juez con un doctorado en España en la materia requerida, que es abiertamente homosexual, y de pronto una voz gangosa dijo: “esa gente es muy problemática”, todos comprendimos lo que quiso decir, yo pensé que para entablar un diálogo con alguien así se requerían neuronas, razón por la cual opté por callar. Es sano desconfiar de la publicidad, y es mejor ponerse la ropa del color que mejor le quede a cada quien y que más les guste, a mí, lo que piensen los demás, me importa un pepino.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.