El acceso a la (verdadera) información constituye una condición esencial para el ejercicio racional de la libertad; precisamente por ello, los autoritarismos buscan limitarla o sustituirla por versiones alternativas de la realidad, claramente favorables a sus intereses de control social. Tal control, resulta aún más relevante en aquellos Estados que carecen de un ejército permanente o de una policía militarizada, en los que el ejercicio del poder requeriría de un alto respaldo de los grupos que conforman la sociedad.

Como actores en esa estrategia de control social, surgen los troles o mercenarios de la desinformación, que buscan generar aceptación o rechazo de determinadas políticas, según convenga al gobierno; como manipuladores de la opinión pública, cuentan a su vez con la importante ventaja de presentarse a sí mismos como miembros desinteresados de la sociedad civil (preocupados solo por el bien común), lo cual los dota de mayor credibilidad ante los grupos que conforman el colectivo social.

En nuestro país, estamos viviendo un panorama claramente inusual: un sujeto que se identifica a sí mismo como un trol pagado por el gobierno, acusa a este de orquestar una red de mercenarios —de la que precisamente formaba parte— con la finalidad de atacar a un sector importante de la prensa y descalificar a aquellos que critiquen la labor del Ejecutivo; aun si un trol es alguien que por su propia naturaleza carece de ética (mercenario que no tiene reparos en atacar a otros a cambio de dinero), no debe caerse en el error de tachar a priori como falsa cualquier manifestación que realice.

En el presente caso, parecen existir pruebas que dotan de credibilidad sus afirmaciones, las que se han visto claramente fortalecidas por las (torpes) explicaciones oficiales brindadas a la fecha; quizás nunca se sepa la verdad, pero de llegar a ocurrir, estaríamos ante una muestra más del autoritarismo que ha caracterizado al presente gobierno, cuyas semillas fueron sembradas incluso durante la anterior campaña política, mediante el acuñamiento del término "prensa canalla" por parte de uno de sus más acérrimos esbirros.

No resultaría extraño que dicha persona llegase a descalificarme en el futuro, tachándome como anticiudadano o abogado canalla (conforme a su costumbre de hacer uso de falacias de ataque personal), pero de ser así, lo sería por expresar mi preocupación por el rumbo que ha tomado nuestro país, mas no por guardar silencio, como otros han decidido hacer, incluidos muchos abogados; peor calificativo merecen aquellos profesionales que abiertamente respaldan este tipo de actos, así como los ataques directos o velados al Poder Judicial, como última barrera frente al ejercicio arbitrario del poder.

Al respecto, resulta relevante citar el poema escrito por Martin Niemöller (1892-1984), quien criticó la cobardía de los intelectuales alemanes frente a la amenaza que suponía el ascenso al poder del nazismo:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

ya que no era comunista. 

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

ya que no era socialdemócrata.

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

ya que no era sindicalista.

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

ya que no era judío.

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar”.

Aún estamos a tiempo para despertar.

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