En los años 80, el grupo Wham liderado por un joven George Michael, alcanzó un gran éxito comercial con una canción pop titulada: “wake me up before I go go” (despiértame antes de irme); utilizo ese tema para ironizar como título de este artículo acerca de la cultura de la cancelación y el movimiento woke que se ha convertido en una especie de inquisición laica para todo aquel que mete la pata, sobre todo a través de las redes sociales.

Aunque es una tendencia, en realidad no se trata de un fenómeno novedoso, ni reciente. Cuando John Lennon mencionó en una conversación que los Beatles “eran más populares que Jesús” o cuando Susan Sontag escribió que “la raza blanca era el cáncer de la historia humana”; se desató una polémica enorme y sufrieron un boicot temible por parte de los sectores conservadores y religiosos, que también pidieron retirar sus obras del mercado y del consumo popular. Se organizaron quemas de discos de los cuatro grandes de Liverpool, y aunque Lennon intentó contextualizar sus palabras, el daño estaba hecho.

El 3 de octubre de 1992, la cantante irlandesa Sinead O´Connor, inmensamente popular en ese momento por la canción escrita por Prince: “Nothing compare to you” rompió una foto del Papa Juan Pablo II en una presentación en vivo del programa Saturday Night Live, provocando la ira del catolicismo mundial, al punto que nunca recuperó su carrera. Todo lo citado fue antes del surgimiento de las llamadas social media y la masificación de internet.

El artículo 29 de la Constitución Política costarricense —al igual que la primera enmienda de la Constitución estadounidense— consagra la protección a los ciudadanos de no ser encarcelados, ni reprimidos por expresar sus opiniones, es decir se protege la libertad de expresión; sin embargo, ello no los exime de asumir el costo de ir en contra de la mayoría: la exclusión del grupo social. Precisamente, la “Cultura de la cancelación” es el eufemismo que se utiliza para designar un conjunto de acciones y boicots encaminados a destruir la reputación de alguien al retirarle masivamente el apoyo y la aprobación a causa de opiniones, actos o iniciativas que pudieran interpretarse como ofensivas para alguna minoría o para la corriente moral hegemónica, sin importar el contexto, el tiempo o las circunstancias en que dichos acontecimientos hayan tenido lugar. El propósito final es “cancelar” al individuo en cuestión, borrarlo del entorno público, sin importar las afectaciones personales, familiares, profesionales, laborales o económicas que eso implique.

No existe un único universo de pensamientos en la posmodernidad, lo que implica que existe un abanico de cosmovisiones divergentes cohabitando en la civilización contemporánea y solo a partir del diálogo abierto podrán encontrar puntos de acuerdo común que nos permitan como especie ir en la dirección correcta. Lo anterior presupone un diálogo razonado. La cultura woke es un monólogo multifocal en donde cada quien que dispone de un dispositivo móvil lanza una pedrada digital (a menudo anónima) contra la persona de turno que esta siendo linchada.

Sin pretender hacer apología de ninguna conducta, y en un caso más reciente, el genial comediante Louis C.K. realizó conductas inapropiadas frente a mujeres sin contacto físico con ellas, eso no está bien, pero sigue siendo un ser humano, aunque sea una celebridad. Antes de poder decir ni pio, fue expulsado de inmediato por el establishment cultural estadounidense, y marchó a actuar por sitios como Rumanía. Su serie televisa fue retirada de la plataforma HBO y su última película tan solo puede verse pirateada. En la cultura de la cancelación no existe el debido proceso y la sentencia condenatoria se dicta de inmediato por la llamada opinión pública, especialmente a través de Twitter e Instagram.

Ligaya Mishan, en un artículo publicado en The New York Times, sobre la percepción que existe alrededor del término indicó:

Se (le) atribuye persistentemente a los extremos de una izquierda política y a un fantasma ligado al ‘wokeness’ (despertar), término que infunde temor (…) una distorsión derivada de la palabra afro vernácula ‘woke” (despertó), que invoca un espíritu de vigilancia, para ver al mundo como realmente es”.

No existe cohesión en la cultura de la cancelación, ni existe un orden que la respalde, por lo que es difícil saber de qué se trata. Es complicado además saber si se busca un objetivo concreto, ya sea corregir un error o un desequilibro de poder en la sociedad. Se puede tratar de una venganza, o un acto genuino de hacer justicia, o simplemente se ha perdido la posibilidad de disentir.

Es evidente que no se justifica la misoginia, los discursos de odio, el negacionismo histórico, ni el ataque de lesa humanidad hacia ninguna condición humana, así como el respeto en la expresión de las opiniones. La responsabilidad existe en la misma proporción de la opinión, pero el derecho a discrepar es también un derecho humano, sin que por ello se lapide al interlocutor. De igual manera, si alguien en el pasado, cometió un error de hecho o palabra, ¿no existe también una posibilidad de equivocarse y rectificar? ¿No existe el derecho a que ciertos materiales desafortunados del pasado, en especial cuando han transcurrido varias décadas y las opiniones al respecto hayan cambiado, puedan ser superadas y quedar en el olvido? Quizá aquí convendría aplicar el pasaje bíblico en versión siglo XXI: quien esté libre de incongruencias y errores, que lance el primer tweet. En mi experiencia, quienes más antorchas y piedras portan en el linchamiento, son los que guardan más esqueletos en sus roperos.

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