¿Cómo mejorar si se desconoce el estado de las cosas actuales? ¿Cómo sobrevivir en un mundo cambiante, convulso y repleto de competencia, si no se cuenta con los mínimos parámetros para definir el rumbo de la compañía?

Cuando se habla de estrategia empresarial se enfatiza en la necesidad de diferenciarse, de encontrar esos elementos que nos hacen únicos como empresa, que nos permiten destacar sobre las demás opciones del mercado. Se habla de esa ventaja competitiva que tiene el negocio.

Muchos dueños de empresa, en los procesos de definición estratégica, enfatizan en supuestas ventajas competitivas pero que con facilidad son simples frases huecas, de revista, periódico financiero o de negocios, de conferencia de liderazgo o noche de tragos con amigos empresarios.

“Mi diferencia está en la alta calidad de mis servicios.” “Es que somos los más flexibles del mercado.” “Nosotros lo damos todo por nuestros clientes, a ellos les encanta el trato que les damos.” “Todo se basa en nuestra velocidad…” O peor aún, redundan sobre el típico: “Es que somos mejores y lo que da la competencia es una completa m!3&d4! ¡Punto!”

Basta con profundizar levemente en esas ventajas o diferenciadores, y lo que significan para ellos, para descubrir que el enunciado de turno quizás no es vacío, pero que, en prácticamente todas las ocasiones, ellos desconocen por completo si efectivamente su negocio se caracteriza por ello.

¿Por qué? En sus palabras, lo saben por puro feeling.

Sin un sistema de control o medida que los respalde. De ahí la importancia de la estrategia y un sistema de gestión estratégica de la calidad.

Para obtener los resultados deseados una empresa requiere saber dónde se ubica, conocer su presente a través de un diagnóstico, definir su futuro por medio de objetivos y metas y, por supuesto, trabajar para llegar a ellas. Solo así se aprovecha realmente los diferenciadores del negocio y se tiene una ventaja competitiva sobre la competencia.

Partir de la misión y visión de la empresa, es decir el dónde están ahora y adónde quieren llegar es fundamental para establecer objetivos claros, medibles, y alcanzables en un período de tiempo en particular. Todo empresario debe, como objetivo primero, evitar que su visión y misión queden en un simple cuadro de adorno en la pared o en el fondo de pantalla del mes en las computadoras.

Debe enfocarse cada día porque su equipo, su gente se identifique con dichos enunciados.

Los grandes objetivos permiten definir objetivos específicos (metas volantes) que marquen la pauta a lo largo del tiempo, para asegurar que todo el equipo involucrado sepa hacia dónde avanzar y qué se pretende lograr.

Las estrategias, tácticas, hitos y tareas permiten llevar a una empresa del punto A al punto B, bajo un sistema de mejora continua, que le asegure mejores métricas de gestión, control o calidad. Solo midiendo podrá asegurarse de que efectivamente su compañía está avanzando como esperaba.

Como empresario, usted decide… tener un costo determinable para establecer sus procesos de medición y mejora continua o un costo indeterminable por nunca saber cómo se encuentra su compañía y cuánto está dejando de ganar.

¡Cuidado! Tampoco caiga en la trampa de querer medirlo todo de la noche a la mañana. Ese efecto péndulo tan típico de emprendedores y empresarios puede pasar una alta factura. Mejor haga un alto en el camino, examine y permítase asesorar. Defina qué elementos básicos se medirán, cuáles serán los valores comparativos y las acciones que deben conducir al resultado esperado.

Un equipo consultor externo, con visión integral de negocios que contemple perspectivas financieras, estratégicas, tributarias, legales como un todo puede serle de gran ayuda para llevar su negocio de ese punto A al punto B soñado.

Recuerde, la calidad no es que un producto sea bueno o malo, es que sea lo que su cliente requiere, es decir, lo que le sea útil en un determinado momento.  ¿Entonces? ¿Cuándo empezamos a medir?

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