En agosto de 2021, el oso perezoso se convirtió en el más reciente símbolo nacional de nuestro país. Hace algunas semanas, la aerolínea estadounidense Frontier anunció que uno de sus aviones lucirá la imagen de un oso perezoso. “Nos sentimos muy honrados porque una especie tan emblemática de nuestro país sea embajadora de nuestra naturaleza cada vez que surque los aires en la cola de un avión de Frontier”, dijo entonces la jefa de promoción del Instituto Costarricense de Turismo, Ireth Rodríguez.

Desde hace décadas, mediante declaratorias y alianzas como la que protagoniza hoy el más paciente de nuestros mamíferos, nuestros gobernantes han cultivado con éxito la imagen de una Costa Rica verde. Más allá de nuestra supuesta condición de país sostenible, hay algo más que puede sugerirse a partir de los movimientos suaves y la vida desacelerada de nuestro entrañable perezoso.

Esa vuelta de tuerca adicional puede encontrarse en un ensayo publicado en 2004 por el periodista canadiense Carl Honoré, bajo un título claro y sugerente: Elogio de la lentitud. En ese ensayo, Honoré se hace algunas preguntas que deberían ser las de todos. ¿Por qué corremos de un lado para otro todo el tiempo? ¿Existe un antídoto contra la hiper velocidad? ¿Es posible hacer lo que debemos hacer, con una mayor lentitud? ¿Es deseable? Veamos, despacio y con buena letra.

Pedalear cada vez más rápido

Cuenta Honoré que un buen día, mientras ojeaba un periódico, encontró un titular que llamó su atención: “El cuento para antes de dormir que sólo dura un minuto”. La noticia explicaba que varios autores habían condensado los cuentos de hadas clásicos en fragmentos sonoros, con el propósito de ayudar a los padres atareados en el tramo final de sus días. Así, Hans Christian Andersen comprimido en píldoras durante la infancia es la iniciación perfecta para el “El Quijote” resumido en la adolescencia.

La falta de tiempo para leer se compensa con la técnica de la lectura rápida. Los retrasos en el trabajo se resuelven con una conexión más rápida a Internet. En 1982, el médico estadounidense Larry Dossey acuñó el término “enfermedad del tiempo” para referirse a la creencia obsesiva de que no hay tiempo en cantidades suficientes, por lo que “debemos pedalear cada vez más rápido.” Todos sufrimos, en alguna medida, la enfermedad del tiempo. Pertenecemos a una secta planetaria que le rinde culto a la velocidad.

Hoy, elegir una profesión es elegir una carrera. Pedalear cada vez más rápido supone trabajar más y a una mayor velocidad, lo que nos deja poco tiempo y energía para el ejercicio y nos hace más propensos a tomar demasiado alcohol o a alimentarnos de manera poco saludable. No por casualidad las naciones más rápidas son también las que cuentan con un mayor número de obesos entre su población. En su ensayo, Honoré calcula que hasta un tercio de los estadounidenses y una quinta parte de los británicos padecen obesidad patológica.

En Japón, un estudio del año 2002 reveló que un tercio de hombres de más de treinta años tenía exceso de peso. En ese país, la consecuencia extrema de las jornadas laborables interminables está contenida en la palabra “karoshi”, que significa muerte por exceso de trabajo. Este oscuro panorama se aborda en un documental fascinante y revelador titulado Salaryman (2021), dirigido por la costarricense Allegra Pacheco, que se estrenará el 7 de julio en el Cine Magaly de nuestro país.

La última postal

El movimiento Slow es una corriente cultural que promueve formas de vida más plenas y reúne a una serie de grupos favorables a la desaceleración. Algunos, como el slow food, se concentran en un aspecto específico de la cotidianidad. Otros abarcan en sus líneas de trabajo una suerte de filosofía de la lentitud, como las slow cities, que integra a más de sesenta poblaciones en Italia, la Long Now Foundation, radicada en los Estados Unidos, y la Sociedad por la Desaceleración del Tiempo, en Austria.

La hiper velocidad nos lleva inevitablemente a rozar la superficie de las cosas, lo que hace que no logremos establecer vínculos estrechos con las demás personas ni con el mundo en que vivimos. Como propuso el escritor checo Milan Kundera, en una novela titulada precisamente La lentitud (1996):

Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo”.

Correr no es siempre la mejor manera de hacer. Eso lo sabe muy bien nuestro entrañable oso perezoso, que en este contexto se revela como algo más que la última postal de la Costa Rica siempre verde. Imaginemos su vida en modo salvapantallas y sus movimientos en cámara lenta. En las mañanas, el perezoso sube a lo alto de la copa de los árboles para obtener la energía del sol. Cuando aumenta el calor, este maestro del ahorro energético vuelve a la sombra, donde se alimenta y permanece durante la mayor parte del tiempo.

Así, el oso perezoso debe pasar muy poco tiempo en tierra, bajo la amenaza de depredadores como el jaguar. Esto hace que las reacciones rápidas y la enorme cantidad de energía que suponen esas reacciones, no le resulten necesarias. El perezoso es el último rebelde de nuestro tiempo. El mamífero tropical antisistema. El gurú de la desaceleración que, para el placer de los amantes de las paradojas, volará pronto en la cola de un avión de pasajeros, a mil kilómetros por hora.

Una calculadora de tiempo de lectura asegura que leer este artículo tomará menos de 10 minutos. Es decir, menos de 10 píldoras comprimidas de Hans Christian Andersen. Conviene entonces concluirlo acá y ofrecerle al lector un par de minutos para hacer nada. Nada de nada. Feliz día desacelerado.

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