En una página web de una escuela psicológica gestáltica (corriente de origen alemán que enfatiza la percepción en la mente) de Barcelona, encontré una frase profundamente sabia:

Cuanto más gruesa es la armadura, más frágil es la persona que la habita”.

Cuando escribo, no tengo la economía de palabras de Reinaldo Arenas, un genio cubano que se fue muy pronto, capaz de ir al punto, sin perder contenido y belleza en su prosa. Sin embargo, voy a intentarlo en este artículo.

La letra c. Desde que tengo uso de conciencia (con c), vine a este mundo sin mimetismo social, se me nota lo que pienso, lo que siento, no me gusta mentir (lo he hecho en legítima defensa), procuro agradar si es posible, pero nunca a costa de mi identidad. La primera generalización de vida que puedo comentarles es que, conmigo, la gente confunde amabilidad con debilidad, eso ha producido verdaderas colisiones y conflictos. Asumo les ha sucedido también a ustedes, y doy un par de ejemplos: fui gentil con una estudiante de derecho que acababa de conocer y no es mi alumna, ella me pidió el número de teléfono para consultarme sus dudas de los trabajos “difíciles” que le pedían sus profesores, mi respuesta fue clara: “no”. En un trabajo de reparación en mi casa, pagué un poco más (de manera voluntaria) por la necesidad económica del trabajador. En un asunto posterior, el mismo señor me cotizó el doble de lo que valía objetivamente la obra, le indiqué claramente mi inconformidad y no lo contraté.

La pose. Del amor no diré nada, porque eso no le interesa a nadie excepto a mí; pero mostrarse tal cual uno es, es ser un equilibrista de circo sin red, un salmón que salta directamente a la boca de un oso, es el equivalente de correr los cien metros planos en un campo minado. Conozco algunas personas, incluso familiares, que son una pose, que cambian dependiendo de la ocasión, pero nunca enseñan su esencia, el cambio de disfraz es tan rápido, que apenas se alcanza a ver de refilón y en un parpadeo, una milésima de su verdadera piel.

Iglesia en llamas. Hace poco tiempo, falleció una persona que me ayudó mucho cuando yo era joven, un ser humano bueno y noble. Acudí a la misa mortuoria, me puse la armadura con doble blindaje porque sabía que posiblemente me encontraría con algunas personas que me detestan (por razones que ignoro y no me interesan). Al llegar al lugar, saludé a dos de ellos, quienes, literalmente, saltaron medio metro hacia atrás al mismo tiempo (el lenguaje corporal no miente), puede ser por sorpresa, aclaro que me bañé y me puse colonia, así que la mala higiene está descartada; sus ojos se desorbitaron (no sé si de susto o ante una presencia sobrenatural), pero entré a la iglesia sin arder en llamas. Ninguno de los dos me profirió una palabra, yo les expresé mis condolencias.

Responsabilidad. No tenemos el deber de cargar con la percepción que los demás tengan de nosotros, pero sí de la búsqueda de la congruencia interior. Afortunadamente, hace años solté la carga de querer caerle bien a la gente, eso sucederá de manera natural o no pasará y no pasa nada. La vida continua y es corta, hay mucho por hacer. Eso sí, siempre ando conmigo mi liviano chaleco emocional kevlar, porque no todos tienen porque conocerme a profundidad, ni yo a ellos, mi vulnerabilidad es preciada, me corresponde decidir a quién se la muestro y de quien tengo que protegerla.

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