El Salvador, país del gallardo General José María Cañas, bravo entre los bravos, está marcado por múltiples violencias.

¿Cuál es la noticia, lector centroamericano, hecho a pandillas, narcos, oligarquías, masacres a discreción?

Hace pocos días la Asamblea Legislativa salvadoreña reanudó por un mes la suspensión de garantías constitucionales, decretada a finales de marzo pasado, a raíz de una irrupción especialmente fuerte de la violencia entre pandillas.

Las violencias del país del General Canas, héroe contra los filibusteros que quisieron a mediados del siglo diecinueve hacer de nuestros países una federación negrera, se traslapan:

La violencia de siempre (la que parecemos llevar en los genes, la del ejército y la policía); la que profesan los pandilleros, extorsionistas expertos, con ancestros graduados en cárceles californianas; la de las pandillas, que una a otra se desgarran (por dineros y por mortal dramático juego, que, señores, ¡también los pobres se hombrean con la muerte!); la sumergida, en numerosos lugares de trabajo en que te exprimen como en la Inglaterra de Engels; la que irrumpe día a día contra las mujeres.

No por electos popularmente, el presidente Bukele y el Poder Legislativo han dejado ir la ocasión de también eliminar controles a las compras del gobierno (claro, ¡en esta emergencia!) y, virilmente, han llamado a la violencia metiendo en el mismo saco a los periodistas y las pandillas.

¡Viva el exilio! Vocación centroamericana, han dicho, y ¡viva la migración inducida!, porque en casa nos estamos pudriendo.

El presidente de la Asamblea Legislativa salvadoreña exigió a los periodistas críticos que se vayan del país. "No los necesitamos", dijo. En la primera semana de abril fue aprobada una ley mordaza que penaliza a quienes hagan cobertura de pandillas, publica “El Faro”, periódico digital perseguido por el gobierno. La ley mordaza, redactada para que cualquier cosa quepa, penaliza a medios y periodistas que reproduzcan mensajes presuntamente originados por pandillas.

Mis amigos salvadoreños no olvidan la violencia ancestral, la que llevó al ejército en 1932 a matar cerca de treinta mil indígenas, o la que acabó con jesuitas, campesinos, mujeres y niños en la guerra civil (1980-1992).

Violencia, ciega fatalidad, violencia que viene del estado, y violencia entre las pandillas, a las que alguien ha llamado la “mafia de los pobres”.

Es sensato oponerse a las pandillas -las que, con miedo, llamamos “maras” en Honduras, Guatemala y El Salvador - es sensato, claro, pero las consecuencias no previstas de la ciega represión no dejan de desconcertarnos.

Una primera constatación muestra que buena parte de los ciudadanos salvadoreños, hartos ya de estar hartos, apoyan, no sin razón, la represión contra las maras; con menos razón, hemos visto desbordarse la acción policial en violencia indiscriminada. La violencia es una diosa infernal, nos seduce, nos usa, y suele salir victoriosa.

Otra aproximación nos muestra a periodistas, abogados y defensores de los derechos humanos señalando las orejas del lobo en la caperuza justiciera, para desazón de quienes en esta Centroamérica desangelada continuamos apostando a las mayorías legislativas y, a un tiempo, a los derechos humanos (diseñados para que los gobiernos, las mayorías electorales, o quienes las manosean, no se pasen de la raya).

El presidente de El Salvador dirige una de las llamadas democracias no liberales, como la Turquía de Erdogan o la India de Modi, o las democracias que quisieron y quieren Trump en los Estados Unidos y M. Le Pen en Francia:

Engendros con gobierno electo popularmente pero que desde arriba desmontan los derechos humanos y la propia democracia.

Juan José Martínez D’Aubuisson, joven salvadoreño con buen olfato de antropólogo, se atuvo a sus sentidos, antes que a la bibliografía, y se fue a vivir con una pandilla un año, a su cuenta y riesgo, para observar muy de cerca sus razones y sinrazones. La cólera del Presidente Bukele le ha fulminado.

Bukele sacó tiempo para descender a la arena y arremeter contra Martínez, el osado antropólogo, ciudadano como usted o yo, para quien las maras, nos guste o no, desempeñan tareas que el estado no realiza. Trumpeanamente, el Presidente Bukele arremetió contra el antropólogo en Twitter y mostró quién dirige la orquesta contra la libertad de expresión en El Salvador-

El antropólogo, que sensatamente omite decirnos dónde se esconde de la cólera presidencial, hace tiempo ha observado, conviviendo con la mara, las raíces económicas y sociales de la violencia pandillera:

Meterse en la pandilla es una decisión bastante racional para un niño. “Yo les he visto crecer y entrar porque no están eligiendo entre meterse en la pandilla o estudiar medicina. Se trata de meterse en la pandilla o comer m***da toda la vida, o, como mucho, conseguir un trabajo en la maquila de siete a siete con un salario que ni siquiera les permite comprar la canasta básica”.

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