Siempre me ha gustado entender la vida y sus procesos desde la transformación perenne.

Soy una persona de plantas. Confieso que tengo una conexión con ellas que me da tranquilidad y me ayuda a fluir.

Si, al igual que yo, ustedes también han establecido ese vínculo sabrán que son un libro abierto que trasluce la fortaleza y la fragilidad de la vida, la importancia de los cuidados, la preeminencia de sus raíces, la relevancia de la pausa y la observación.

Las plantas me enseñan de transformación e interdependencia y de lo mucho que nuestra sociedad se parece a ellas.

Hay plantas que son “agradecidas”, otras más bien delicadas, hay especies que resultan buenas para las plagas, y son pocas las capaces de sobrevivir a tempestades. Pero en todos los casos, casi siempre son las raíces las que al final del día nos dicen si la planta está en condiciones de revitalizarse o si se encamina a su muerte.

¿En qué momento dejamos de hablar de plantas y empezamos a hablar de nuestra vida en sociedad? Las plantas, y las ideas que sostienen una sociedad se asemejan mucho. Son fuente de vida, necesitan tierra fértil, dependen de sus raíces y están en permanente transformación.  Lo que verdaderamente importa para ellas es su vigencia, su capacidad de adaptarse y multiplicarse.

Y eso, amigas y amigos, es lo que nos tiene hoy aquí.

Costa Rica al igual que el mundo libre se encuentra en un momento que amenaza con resquebrajar las premisas de nuestro desarrollo y convivencia en sociedad.

Viejos y nuevos fenómenos amenazan el espíritu republicano de poblaciones enteras que sienten que el sistema y sus representantes les hemos fallado a causa de interminables listas de promesas sin cumplir, de partidos políticos débiles, y de la ausencia de un proyecto de sociedad robusto que dé más valor al cumplimiento de la promesa democrática y a la supresión de las desigualdades.

Hoy día nuestra sociedad está expuesta a agendas que no son respetuosas del Estado de Derecho ni de la justicia ni la libertad.  Quienes creemos en la conveniencia de un contrato social vigoroso, vemos con mucha preocupación el crecimiento regional de una corriente conservadora muy problemática; que no es problemática por ser conservadora, si no por ser irresponsablemente simplista, por sustentar su actuación sobre informaciones premeditadamente falsas y por sumarse a la dinámica democrática sin creer en ella y, muy posiblemente, buscando acabar con ella.

Este populismo del siglo XXI tiene una repulsión a respetar el equilibrio de poderes, a las autoridades electorales y a apoyar las reivindicaciones de poblaciones y comunidades históricamente marginadas; emplea discursos de odio y exacerba la duda sobre todo aquello que pueda alimentar la indignación ciudadana y la polarización de la sociedad.

Me detengo un segundo para reconocer que a este clima de polarización también hemos contribuido todas y todos en algún momento: hombres y mujeres, jóvenes y personas adultas mayores, personas políticas y ciudadanía, oficialismos y oposiciones, periodistas, generadores y generadoras de opinión y usuarios y usuarias de redes sociales.

Las propias frustraciones e inseguridades y el apuro de ver satisfechas nuestras aspiraciones partidarias o gremiales nos están llevando a la confrontación entre personas que somos mayoritariamente decentes y de buenas intenciones, y a ensuciar un debate público del cual también se nutren nuestras juventudes y los procesos electorales.

Agrupaciones sin disciplina, transparencia y claridad de sentido de propósito tienden a ser penetradas por élites predatorias que, con tal de preservar sus espacios de privilegio y abuso en la sociedad, acaban impidiendo el avance de iniciativas clave para el bien público, obstaculizando la generación de esquemas de gobernanza para tomar decisiones profundas y urgentes, y propiciando espacios de impunidad que tarde o temprano acaban siendo empleados y expandidos por redes de corrupción. En pocas palabras, acaban sometiendo a los países en un torbellino infinito de desesperanza, desestabilización social y subdesarrollo.

Si a la política costarricense la llevamos al grado de conflicto total que estas agrupaciones pretenden, cada vez será más improbable que nuestra clase política coopere entre sí y forje los acuerdos que el país necesita para mejorar las condiciones de vida de su gente.

La competencia mediocre y ayuna de creatividad que señala caos exorbitante donde no lo hay y demanda eficiencia a cualquier costo, nos encamina a replicar la experiencia de vivir en carne propia las duras lecciones que sociedades hermanas padecen desde hace décadas.

Quienes estamos en este salón hemos dedicado nuestras vidas en la función pública a luchar por el medio ambiente, garantizar la probidad en todos los renglones de la administración pública, impulsar reformas sociales y promover el empoderamiento de las mujeres. Nuestra determinación ciertamente registra errores que testimonian nuestra condición humana.

Estos esfuerzos suelen acompañarse de abundante incomprensión, sea por nuestras propias limitaciones frente a los desafíos de la comunicación social, la suciedad que las medias verdades le impregnan al debate político o una mezcla de ambas.

En su defensa de la importancia de alcanzar un entendimiento entre las naciones envueltas en la Primera Guerra Mundial, el filósofo humanista Stefan Zweig, sentenció

los soberbios creen que se puede coger el fuego sin quemarse // y agarrar la espada sin cortarse… pero quien rompe la paz se queda sin ella // y quien siembra vientos en el mundo recoge tempestades en su alma”.

Las luchas políticas libradas de buena fe conllevan costos físicos, emocionales, patrimoniales y reputacionales que pesan en nuestros cuerpos y emociones.  Son procesos que cobran con altos intereses la curva de aprendizaje y el atrevimiento de procurar nuevos equilibrios para hacer de nuestra vivencia en sociedad una experiencia más libre, justa, e inclusiva. La naturaleza de esta lucha, que se libra en un amplio espacio político entre la derecha desalmada y la izquierda testimonial, obliga a mantenerla aún más allá del término del ejercicio de los cargos públicos.

Hay una ética y un fuego vital que nos compromete en cuerpo y alma a preservar estos esfuerzos y convertirlos en una misión de vida que se libra desde una trinchera común, bajo el poder transformador de las ideas, de la conciencia de los derechos humanos y el resguardo del sistema democrático.

Todo esto resulta aún más retador cuando, quien lidera, es una mujer, dentro de un contexto de estructura patriarcal de poder.

Es por eso que hoy honro a todas las mujeres que me antecedieron, a las sufragistas, a la primera abogada, a la primera jueza, a la primera diputada, a la primera que se atrevió a correr una maratón. No sé si alguna vez han visto a una planta morir y a la siguiente lluvia surgir de nuevo. Quisiera hoy recordar las palabras de Maya Angelou, mujer afroamericana:

De las barracas de vergüenza de la historia… yo me levanto // desde el pasado enraizado en dolor… yo me levanto // soy un negro océano, amplio e inquieto, manando me extiendo, sobre la marea, dejando atrás noches de temor, de terror, // me levanto, a un amanecer maravillosamente claro, // me levanto…”

Las mujeres, así como las plantas que alguna vez algunos creyeron muertas, nos hemos levantado, y nos seguiremos levantando a luchar por nuestros derechos —que son los de todos y todas— y por reivindicar y enriquecer la conquista de espacios para la expresión y la libre determinación de nuestras aspiraciones y convicciones. El espacio del futuro compartido será el que nos atrevemos a preservar en este presente esperanzador, que brilla en nuestros rostros y reposa en la altura de nuestros espíritus.

Somos germen y semilla de un gran árbol, fortalecido por doscientos años de soles, auroras y tempestades, que por mucha distancia que se denote entre nuestros ramajes, hoy más que nunca nos toca ser hermanas, unirnos en la misma raíz y nutrimos del mismo suelo fértil. Costa Rica enfrenta una prolongada sequía que hoy, ya se siente amenazante de la savia democrática que da vida a nuestro tejido social.

La patria requiere atención, ser hidratada y recibir la mejor selección de cuidados para asegurar la vigencia de su pacto social.

Entonces sí, este mensaje es una invitación clara a hacer un trabajo conjunto que trascienda banderas. Cada una de las personas presentes ha sido invitada con la convicción de que sus liderazgos y vivencias tienen una enorme tarea con nuestra patria.

Solo la generosidad, la colaboración y el diálogo podrán defender con la vehemencia que se requiere a nuestra institucionalidad democrática.

Presente como está la semilla de la transformación perenne en todos nuestros jardines, saludo por lo alto nuestro renovado compromiso de cuidar los brotes nuevos de la planta que, ilusamente, se ha creído desaparecida.

Como nunca en su historia Costa Rica nos requiere como las protagonistas que siempre hemos sido, pero esta vez más visibles, más autónomas y más empoderadas. Porque no puede haber nada de nosotras sin nosotras. El futuro será feminista o no será.

Discurso pronunciado durante la develación del retrato como expresidenta de la Asamblea Legislativa el 6 de abril del 2022.

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