La autopercepción de las propias facultades varía entre los individuos, la baja o alta autoestima afecta esa medición porque crea un sesgo, así como también puede incidir una enfermedad mental previa; pero en condiciones estables, es posible tener una imagen razonablemente clara de cuáles son las capacidades y limitaciones en cada persona.

El neurólogo David Owen —miembro de la cámara de los lores, excanciller británico en el gobierno laborista de James Callaghan—  publicó la obra: “The Hubris Syndrome, Bush, Blair and the Intoxication of Power”, en la que exponía el perfil psicológico de quienes padecían del llamado síndrome de Hubris o hybris (ὕβρις), que es un concepto griego que puede traducirse como “desmesura”. Es lo opuesto a la sobriedad, a la moderación. La persona hubrística es aquella con un orgullo desbordado, que trata a los demás con insolencia y desprecio, siendo que parece obtener placer (generalmente consciente, pero podría ser inconsciente), al usar su poder de esta manera, pero ese comportamiento fue considerado deshonroso y fue fuertemente condenado en la antigua Grecia. En la actualidad, es difícil controlar y detectar este mal, aunque puede darse en relaciones no necesariamente verticales, ya que se presenta incluso entre pares, y suele disimularse con el disfraz de ser asertivo. Cuando Owen escribió la obra referida, aludió a los mandatarios que creían haber sido llamados para efectuar grandes proezas y demostraban una tendencia hacia la omnipotencia y grandiosidad, siendo incapaces de escuchar las críticas. En el año 2009, tanto Owen como el psiquiatra Jonathan Davidson propusieron que el síndrome de Hubris fuese considerado como un trastorno psiquiátrico en sí mismo (lo que no ha ocurrido a la fecha), incluyendo una sintomatología propia, de la cual se destacan aspectos tales como el tono mesiánico de las palabras; la importancia de la imagen propia; la identificación de la persona con la Nación, el Estado o una determinada organización; la tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona del plural; la confianza desmedida del paciente en su propio juicio y el desprecio hacia el criterio de los demás; la no aceptación de los errores propios cometidos aunque sea confrontado con hechos documentados; entre otros. Yo, por experiencias vividas, destacaría, que la característica Hubris o hybris que más he observado, es la tendencia a imponer la opinión como la verdadera por encima de la de los demás usando un tono de voz imperativo e irrespetuoso, aunque calculadamente correcto, con el propósito de intimidar a los interlocutores.

El doctor Harry Campos Cervera, psiquiatra argentino, reseña que el síndrome de Hubris saca su nombre del teatro de la Grecia antigua y aludía particularmente a la gente que robaba escena. Empezó a usarse como un trastorno de personalidad al observarse ciertas características en sujetos que tienen un cargo de poder, y aunque no se encuentra dentro del manual psiquiátrico diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM de la APA), eso no quiere decir que no pueda existir una patología que reúna determinadas particularidades. En sencillo, Desde el punto de vista neurocientífico no hay ninguna evidencia de que pueda existir un cambio fisiológico en las personas con Hubris. Sin embargo, tanto la psiquiatría como la psicología se ocupan de este tema. Como un criterio de exclusión, se ha establecido por parte de los expertos, el que no exista ninguna enfermedad orgánica o psiquiátrica previa que pudiese justificar algunos de los síntomas antes mencionados para poder diferenciar el síndrome Hubris. No se trata tampoco de un subtipo del trastorno de personalidad narcisista, pero puede coexistir con ella. Un intento de definición, sería indicar que es un trastorno de personalidad que tiene síntomas psiquiátricos observables desde lo sociológico dado que se relaciona con el momento que se esté viviendo, y suele revertirse cuando la persona abandona los ámbitos de poder o es expulsado del mismo. De hecho, la pérdida de poder ocasiona depresión en la persona con Hubris, quien hará todo lo posible para recuperarlo en cualquier ámbito, porque en estos individuos el poder causa una adicción irrefrenable y aún sin haber llegado al cargo que aspiran, o habiéndolo perdido, por más maquillaje social que utilicen, en el lenguaje corporal y paraverbal, más allá de su aparente “simpatía” (falsa), si se observa con cuidado, se notará en ellos la arrogancia, la soberbia o la prepotencia, simplemente porque es parte consustancial de quiénes ellos son. La única cura posible es la humildad, pero muy pocos están dispuestos a tomarla, preferirían la cicuta ante esa disyuntiva.

El problema de un gobernante Hubris, es que termina siendo incompetente, debido a la excesiva autoconfianza y la falta de atención hacia los detalles, al fin y al cabo, su ego no tiene llenadera, presumen de su educación formal y con el poder en sus manos dan rienda suelta al rencor, aunque eso dañe a sus gobernados, porque en su mente quien no sea su partidario es su enemigo, ya que le es inconcebible que no pueda ver la luz que él o ella trae al Mundo. No es ninguna novedad que el Poder es una droga embriagadora y altamente adictiva, pero no todos los líderes tienen el carácter necesario para contrarrestarlo. Hacerlo requiere una combinación de sentido común, humor, decencia, escepticismo e incluso cinismo filosófico para tratar al poder por lo que realmente es: una oportunidad privilegiada para influir y a veces determinar el giro de los acontecimientos. El genial Bertrand Russell se percató de que algo le sucedía a la estabilidad mental de una persona cuando estaba en el poder (no a todos), y pontificó que el vínculo causal entre el poder y el comportamiento aberrante que se derive del mismo, proviene de “la intoxicación del poder”.

Según el historiador Heródoto, Jerjes, rey de Persia, e hijo de Darío el Grande, construyó dos puentes utilizando sus barcos en el Helesponto (conocido ahora como los Dardanelos, el estrecho que separa Europa de Asia). Para cruzarlo, Jerjes mandó a unir decenas de barcos, atándolos con cuerdas de lino y papiro, pero se desató una tormenta que destruyó los puentes antes de que sus ejércitos pudieran cruzarlos. Como castigo, mandó a que sus soldados le dieran trescientos latigazos al mar y lanzaran cientos de grilletes al mismo para esclavizarlo, así como que quemaran su superficie con hierros calientes, mientras lo insultaban; evidentemente el océano no se dio por enterado, pero este episodio histórico ejemplifica el síndrome de Hubris en extremo.

Si en este momento del artículo, usted está pensando en alguien, en una persona o en varias, he logrado mi cometido; no tiene que ser necesariamente una figura pública, aunque también puede serlo, en todo caso, siempre habrá un mortal con quien usted interactúa quien tenga delirios de divinidad y en su mente alquile un aposento en el Olimpo. Los dioses son celosos, las alas de Icaro fueron quemadas por acercarse demasiado al sol, cuando hay tantos profetas en el terruño anunciando verdades distintas, necesariamente no pueden ser todas ciertas.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.