Es difícil precisar a nivel histórico cuándo surgen las primeras religiones como tales, tomando en cuenta que, a nivel molecular, el último ancestro común de los humanos y los grandes simios vivió hace unos 19 millones de años, por ello su impronta en nuestro ADN pervive. En palabras del sociólogo Robert Bellah "nada se pierde nunca", quiénes y cómo somos y donde estamos es el resultado del avance de la historia. Cualquier fenómeno es humano y se convirtió en lo que es hoy. Y eso también pasa con la religión. El primatólogo Frans de Waal, autor de "El bonobo y el ateo" (2006), conceptualiza que religión es "la reverencia compartida hacia lo sobrenatural, lo sagrado o lo espiritual, así como hacia los símbolos, rituales y adoración con los que se los vincula".

Lo usual, es que (junto a Egipto), se sitúe a Mesopotamia como cuna de la civilización; en griego, significa tierra entre ríos, el Tigris y el Éufrates, que a diferencia del Nilo (con crecidas predecibles y aguas tranquilas), son ríos tempestuosos y provocan riadas incontrolables, lo que incidió en el carácter y cultura de los pobladores de la zona (actual Irak). En la Alta Mesopotamia, al Norte, habitaron los asirios, y en la Baja Mesopotamia o Caldea, al Sur, se asentaron los sumerios y los acadios.

Los sumerios y acadios destacaron en muchas ramas del saber, pero también en la asimilación de la fidelidad del poder político a sus dioses, de tal manera que no sorprende que los gobernantes fuesen también sacerdotes, porque esas mismas deidades los habían designado para guiar a sus pueblos, originando así el baile constante de la intermediación divina a través de la clase política. Evidentemente, la escala jerárquica en ambos sectores (que eran uno solo) era muy rígida.

A medida que los templos crecían, se necesitó más personal jerarquizado, de esta manera nace la burocracia sacerdotal, y se hizo opaco el vínculo entre el poder civil y el poder religioso hasta que con la época moderna llega la laicidad con aspiraciones de transparencia. Las distintas religiones a través de la historia fueron elitistas en un inicio y se limitaron a las clases aristocráticas, que se consideran como las únicas capaces de comprender y dirigirse a divinidades superiores. Después surgen una nueva clase de clérigos: los exorcistas y adivinos. Fréderic Lenoir (2018) afirma que la teología precede a la ciencia y a las matemáticas en el pensamiento abstracto racional, es decir, que utiliza la razón humana, aun cuando la use al servicio de la fe y a fin de tratar de elucidar la eterna pregunta que se plantea la humanidad ante las desgracias: ¿cómo un dios puede permitir esto? Es así, como se puede entender que los primeros astrólogos fueron sacerdotes, que concebían los mensajes del cielo y las estrellas como mensajes de los dioses. Quienes no tenían acceso a esta ciencia, consultaban a los sacerdotes adivinos que utilizaban otros medios como sueños y sacrificios de animales, entre otros menjurjes.

En defensa de la Edad Media, la creencia de que los reyes y monarcas eran designados por Dios, es mucho más antigua que esta oscura etapa de la humanidad, y en todo el globo terráqueo, el maridaje entre religión y poder comenzó en la Baja Mesopotamia.

A diferencia de otros autores de la Escuela de Fráncfort, Jürgen Habermas no es un filósofo/sociólogo que se ocupe demasiado de la religión, pero aclaró que Kant trató el fenómeno religioso dentro de los límites de la razón bajo la perspectiva tradicional de la Ilustración, llevada a cabo durante la modernidad, y cuya discusión se limitó a señalar las líneas fronterizas entre fe y razón. Esta idea si se lee sin matices, o de manera literal o fundamentalista, puede resultar dicotómica y maniquea, siendo que se corre el peligro de un posible absurdo que no permitiría la admisión de creyentes racionales, ni de no creyentes irracionales.

Hasta este momento histórico estimados lectores, Dios ha sido convertido en un discurso, una idea abstracta e instrumental, ausente de contenido propio, utilizado por el poder político para legitimarse en todas partes del planeta. La divinidad está siendo utilizada como un caballo de Troya para ocultar la agenda del discurso de los gobernantes de turno, y con ello ganar credibilidad ante los creyentes de buena fe de las diversas religiones reveladas o no. La estrategia resultó tan exitosa que no pasó desapercibida para quienes también tenían poder económico, o bien, aspiraban a poseerlo.

Dentro de las denominaciones cristianas, no en todas, ha surgido una corriente con muchas variantes del llamado: “evangelio de la prosperidad”, que también suele referirse como el “evangelio de sanidad y prosperidad”, “evangelio de pídalo y recíbalo” o como le llamo yo: “botiquín divino para usos múltiples, pero con pago”, que ha experimentado un crecimiento enorme en América Latina, aunque tiene su origen en el norte de nuestro continente. Este evangelio se enfoca principalmente en las posesiones materiales, el bienestar físico y el éxito en esta vida, lo que mayormente incluye abundantes recursos financieros, buena salud, vestimenta, viviendas, automóviles, ascenso laboral, éxito en los negocios, así como otras cuestiones de la vida. Este enfoque afirma que los creyentes tienen el derecho a recibir las bendiciones de salud y prosperidad y pueden obtener tales maravillas mediante las confesiones positivas de fe y la “siembra de semillas” al pagar fielmente los diezmos y las ofrendas. El grado de bienestar y adquisición material suele equipararse a la aprobación de Dios. Aunque la Biblia afirma que el Señor se interesa lo suficiente como para bendecir a su pueblo y proveer para sus necesidades (y existen formas legítimas de trabajar para satisfacer las mismas), esta predicación suele hacer de la búsqueda de las cosas materiales y el bienestar físico un fin en sí mismo. La Escritura siempre se aplica de forma selectiva y de memoria (y en ocasiones se malinterpreta o se manipula) con el fin de promover esta tendencia que, a todas luces, es muy terrenal.

La “liturgia” de estos grupos es muy similar a un espectáculo secular en la forma: luces, colores, humo artificial, música a altos decibeles, milagros ad hoc, apelación a las emociones del público (sin que necesariamente el fondo de lo dicho sea cierto, fiable, o conforme a una hermenéutica seria o académica), sugiero que vean en una plataforma de streaming la serie “The Righteous Gemstones” (Los justos Gemstones), una verdadera genialidad televisiva que ilustra el punto.

No sorprende que, en muchos países, el populismo religioso vuelva a sus orígenes y procure fundirse con el poder político (después de todo así inició), de esa manera la franquicia se fortalece y los líderes prosperan. Lo interesante del fenómeno, es la mutación que ha surgido en épocas recientes en donde profesionales políticos, toman prestados discursos conservadores para hacer al menos un “leasing” del electorado religioso y llevarlos a una tierra prometida incapaz de recibirlos, prometiendo escobas mágicas, tapetes voladores, y en tiempos cortos eliminar todas las plagas que han asolado la región en donde hacen campaña. El problema radica es que toda esa parafernalia, palabras vacías, e intereses particulares, está lejos de Dios.

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