Este derecho parte de la opinión de que la gente común tiene un lugar y un derecho en este mundo, aunque sea más bien para morirse de hambre, pero derecho trágico al fin en esta sociedad desmesurada que posee una industria para generar deseos y apetitos, los cuales solamente pueden ser satisfechos por unos pocos, los políticos ansiosos por las mieles del poder.

El derecho a la vida es para pocos seres humanos satisfechos, pues las necesidades de la mayoría simplifican las expectativas y el sentido de la vida más allá de la estampida actual de fundamentalismo religioso.

Un gran porcentaje de personas no tiene los medios económicos para sobrevivir en una sociedad cada vez más egoísta, como la nuestra, lo cual significa que esas personas no tienen realmente la posibilidad de reclamar su derecho ni a la comida ni a nada, y menos a la vida. Están condenados a vivir como si estuvieran muertos.  Es decir, en el mundo suceden muchas cosas horribles, incluida morirse de hambre no obstante el derecho a la vida.  Los políticos de antaño practicaban el cinismo, los de ahora lo predican sin ningún pudor, pues condenan la gula mientras la gente se muere de hambre.

Y es que amasar dinero convirtiendo a los otros en escombros es un objetivo malo, aunque no sea delito.  No puede existir un derecho a la vida si unas cuantas corporaciones engordan sin tener una dimensión social y un límite.  El derecho a la vida es un catálogo muy reducido si usted nace en un mundo lleno de avaros y si la justicia social no es obligatoria.

El Partido Nueva República (PNR) mantiene una retórica precapitalista sobre el derecho a la vida. Y que, además, es falaciosa porque no hay recursos económicos para cubrir las necesidades de todos.  Aunque algunos manden a la gente a orar/rezar ante los males en el mundo, eso no convence de que Dios obre de manera misteriosa a favor de los nacidos y de los aún no nacidos, como si eso hiciera que Dios nos agradara más porque existen políticos que engañan con su mesianismo trasnochado.

Ahora bien, la actitud anti-ciencia (incultura) del PNR, es decir, más educación moral y menos científica, nos deja mal parados, porque el estado costarricense se ha fundado en un cierto contrato social, con retrocesos, pero también con triunfos sociales y políticos, gracias a la capacidad científica del mundo moderno.  Esto es innegable.

Cuando se habla de educación, se está pensando en ciencia moderna, en humanidades y en arte, cuyas investigaciones en esos campos han llevado a un desarrollo, también tecnológico, que contribuye con la calidad de vida, gracias a todos los servicios públicos y privados.  Lo bueno de un conocimiento así es y será que acepta que el progreso, en su camino de investigación, puede equivocarse, refutarse y perfeccionarse con el tiempo.  No así la incultura que es perezosa (sin talentos) y destructiva socialmente (diabólica, en el sentido etimológico griego).

El derecho a la vida defendido por los grupos fundamentalistas es un discurso contrafáctico y, además, cínico.

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