La ventana separa la córnea de otras miradas furtivas. Una niña, taciturna, está detenida frente a cuarterías y pensiones. Su rostro evidencia un pensamiento confuso, un descubrir quizás prematuro, de circunstancias y arquitecturas indolentes. Pareciera preguntarse dónde se encuentra; lleva una suerte de pijama, en pleno día, lluvioso. Una mujer pareciera vigilar a la niña a tres metros de distancia de la calle por donde transitan buses, carros y motocicletas letales. Una fila pausada de motores asfixiantes espera la luz verde del semáforo.

El bus se detiene, y abre las compuertas a una ciudad jadeante. Bajamos, monótonamente, a un tránsito incierto. La Iglesia, centrada góticamente, evade su entorno, lo ignora. Mujeres y hombres parecieran esperar a la muerte, tirados en las aceras: unos amoratados por los niveles de irradiación solar, y alcohol de fricción en la sangre; otras de pie, con ropa ajustada, ansiosas, fumándose un cigarro, esperando a algún transeúnte, con interés de transacción dolosa. Un hombre está sentado junto con una botella de alcohol, sus ojos deambulan, se tambalea, y pareciera no estar presente. Sus pies están agrietados, y sus callos son prueba de su sufrimiento.

El humo contenido, petrificado en el ambiente, pareciera adherirse a la piel de quien se consume en esa realidad decadente. Subir es lo que queda; bajar sería adentrarse en un lugar de transición peligrosa. Atravesar las avenidas, paralelas al San Juan, supone ir en contra de la muchedumbre capitalina, en cualquier sentido. Sin esperar, hombres extraños, aparentemente peligrosos, aparecen; diablos, chuckys, les llaman, con tatuajes en todos sus cuerpos. Caminan, indiferentes, causantes de miedo; algunos venden artefactos robados, y otros lo que pueden. Todos intentan sobrevivir. Los que viven en la calle son evidentes de su inclemencia. Tienen la dermis quemada, pareciera que por el olvido, pero también por un sol que no descansa.

Esta ciudad desde hace un tiempo es un corredor de angustias totales y dolorosas. Una atmósfera de sufrimiento invade toda interacción posible. Las miradas manifiestan una prisa de huida, todos pareciéramos huir de algo. Las paradas se llenan de personas ansiosas, atrapadas por un tiempo vertical que siempre es injusto. Un silencio sucio pareciera contaminar el entusiasmo de quien anhela llegar a un lugar seguro. Cucarachas aplastadas están esparcidas por los adoquines de piedra; las cañerías son conductos de residuos desconocidos. Al llegar a una carnicería, un olor a carne inunda toda percepción de sentidos. A los metros, un gato con sus tripas salidas, aplastado por una máquina motriz, está desparramado en media calle. Me adentro en una exhibición de cadáveres, dispuestos a toda mirada, sin censura alguna ni escaparate.

I

¡MADURO 10 X MIL, MADURO 10 X MIL! ¡PECHUGA Y MOLIDA A 1800 COLONES! ¡VENGA APROVECHE PREGUNTE, TODO A LIQUIDACIÓN, BUENASSS! ¡FUMEEEE, FUMEEE! ¡Cigarros, cigarros, cigarros!  —¿No tiene una monedita que me regale? ¡COAJAAAAADA, TORTILLAS! —¿Me regala algo pa’ comer? ¡PASE ADELANTE! ¡VENGA! ¡TODO A LIQUIDACIÓN! ¡CLAARO! ¡MOVISTAR! ¡CLARO! ¡MOVISTAR!  —Estoy vendiendo estos grillitos de hoja pa’ llevarle algo de comer a mis hijos. ¡2 KILOS DE POLLO PICADO A 2500, LLÉVELO, LLÉVELO! —Reina, ¿no tiene una monedita que me reg… ¡PASE ADELANTE, VENGA! ¡HAY PROMOCIONES! ¡CIGARROS! ¡CIGARROS! ¡LLÉVELO, LLÉVELO!

—No he comido en todo el día, tengo hambre, ¿me regala para comprarme alg… MI CASA SE QUEMÓ EN UN INCENDIO, NO TENGO NADA, AYÚDEME! ¡CIGARROS, CIGARROS! ¡LLEVE, LLEVE SU DUCHA PORTÁTIL! ¡SOMBRILLAS, PARAGUAS! ¡SOMBRILLAS, PARAGUAS! ¡CABLES, CABLES, CABLES! ¡CARGADORES! —Le vendo estas gomitas a 100, pa.  ¡CIGARROS, CIGARROS!

—Pa, gracias por escucharme, vea yo me quedé sin trabajo, y tengo una hija, y no tenemos nada que comer, ¿me compra un… SOY REFUGIADO Y NO TENGO TRABAJO ¡PASE ADELANTE, APROVECHE LAS OFERTAS!  —¿No tiene un menudito? ¿No? ¡Malp…  ¡VENGAAA, APROVEEECHE 2 X MIL! NO TENGO DÓNDE DORMIR, REGÁLEME UNA MONEDA ¡DURO, SUAVE, MENTOLADO! ¡CIGARROS, CIGARROS! —Mae, ¿no tiene una tejita que le sobre por ahí? Gracias, hijuep… ¡VENGA, PASE ADELANTE! ¡APROVECHE! ¡MASCARIIILLASS 2 X MIL! ¡VENGA APROVECHE, PREGUNTE! ¡CIGARROS, CIGARROS, CIGARROS! ¡HAAAY MERCADERÍA: HAY CABLES, HAY AUDÍFONOS, MANOSLIBRESSSS! ¡CUARENTA VEINTISÉIS TREINTA Y CINCO! ¡PARA HOY JUEGUE CHANCES!

—¡Ah no varas mae… en realidad… [Suenan los pájaros en la Plaza de la Cultura]

¡MASCARILLA VALE MIL! ¡LA MASCARILLA VALE MIL, VALE MIL! ¡HAY VENENO PA’ MATAR CUCARACHAS Y RATONES¡ ¡VENENO PA’ MATAR CUCARACHAS Y RATONES! ¡VENENO PA’MATAR CUCARACHAS Y RATONES!

¡VENGA PASA ADELANTE! ¡CLAAARO, MOVISTAAR! ¡CLAAARO, MOVISTAAR!

II

Te amo, perrita” estaba inscrito en grafiti por el Morazán

La doña se me puso violenta, papi, y se me vino, y me golpeó, mae, yo la verdad, mae, si no me controlaba le metía un solo pichazo, la quería matar mae, la mae se me tiró encima, con el cuerpo,  yo mejor fui y me encerré en el baño, y de la cólera me empecé a cortar, agarré una Gillette y me empecé a cortar, ni sentía nada, la bebé llorando por supuesto, miher, yo pienso en la chiquita, tan pequeña, yo le digo, Roxy, tranquilícese, pero qué va, empieza a gritar, se vuelve loca la hijueputa, se pone malcriada y me pega, vieras cómo quedé todo cortado, hasta se me veía el músculo, yo lloraba mae de la cólera, ya se está curando, por dicha, pero sí mae, ando aquí pulseándola a ver si acaso sacó los diez mil del día, fui al hospital porque la vi fea, mi hermano, tenía fiebre, está dura la calle, pero ayer unos gringos me dieron un billete de veinte mil, ahí les dije que thanks! y mae yo necesito sacar la plata de la semana para mandarle para los pañales y la leche a Roxy, la mae dice que me va a meter pensión, tras de todo se va, mae, y se llevó a Crystel, y diay, dice que yo no le mando plata, que no alcanza que no es suficiente, yo ando todo los días vendiendo, no he comido en todo el día, tengo hambre, y además tengo que sacar los cinco mil del cuarto hoy, y  vea ya son las tres y no he hecho mucho, ando aquí vendiendo, a ver cuánto saco, vieras ayer los pacos, mae, que les enseñara la cédula, yo les dije que andaba en lo mío que no se metieran conmigo, y los maes ensañados como si vendiera droga, vieras qué varas de maes, echándome el cuerpo, pero bueno, no me quitaron la mercadería por dicha… les ofrezco un bombón!, no tienen una tejita? maesss, muchas gracias, bueno, compas, ya voy subiendo a ver si vendo más, porque jueeeeputa, el centro está feo feo, Chepe está duro.

III

San José es un cementerio. Camino por las calles, y cadáveres yacen en las aceras. Son cadáveres vivos, zombis. Se tambalean, autómatas; parecieran no estar presentes: y no lo están. Unos están cercanos a la muerte, aparentan estarlo; otros, a la sobredosis urbana. Hurgan basuras. Recogen chatarra y vidrios. Conocen las calles, es donde viven. A pesar de estar muertos, están vivos. He encontrado cadáveres en bolsas negras, respiran, rechazan la luz. Sus pies los delatan. También hay sábanas blancas que cubren cadáveres dormidos. Sus formas humanas, aun así cadáveres, extraviadas en la inclemencia del ajetreo josefino, un cementerio inhumano, sobreviven. Algunos mueren por completo: dejan de estar y no estar, son olvidados absolutamente. Sentencia esperada.

Al anochecer, las calles están solas. Cuerpos deambulan a la distancia, a la luz de los postes con faroles de la Avenida Central. Las calles se convierten en campos amenazantes: callejones oscuros, y sombras movedizas; calles totalmente oscuras, donde caminan drogadictos, alcohólicos, expresidiarios, extasiados, descolocados de sí, perdidos en una realidad oscurecida, peligrosa; diablos, chapulines, también, a la espera de transeúntes expuestos. San José observa, repleta de cámaras y policías. Una ciudad segura. Cementerio seguro. Panteoneros policiales: cavan tumbas, conocen a los muertos. Requisan, sí. Aseguran el perímetro, la vida, dicen. En una ciudad cementerio es importante tomarles el pulso a los muertos, pero también a quienes dicen estar vivos. Policías violentos: todos se evaden a sí mismos. Ratas y cucarachas pululan en los desagües. Mujeres sufrientes también transitan la noche josefina: parecieran estar enojadas, violentas; gritan, golpean, finalmente la ciudad las acoge, y las maltrata.

Al amanecer, San José está silenciosa. Un silencio que se prepara para el bullicio del día. Escaparate de miseria. Un hombre, herido, con su pierna lacerada, desbordante de pus, se coloca expuesto a la mirada de todos. Pide dinero, a cambio da lástima, repulsión. Dice palabras que no se entienden, o no se escuchan. Los transeúntes se alejan, lo miran morbosamente; otros le dan monedas; algunos no determinan su existencia siquiera. La vaca de Marito Mortadela no tiene oreja: ya nada escucha en una capital retorcida, pero sí ve. Todos siempre vemos.

IV

Esta noche la ciudad está viva. Viva como un organismo monstruoso. Dispuesta violentamente con sus elementos imponentes: un olor fétido, jugos de cuerpos muertos y materia descompuesta; un ruido abrumador, frecuencia desordenada de notas agresivamente agudas y graves; una atmósfera asfixiante, humo saturado de fugas amenazantes. Un azul abrumador y oscuro cubre todas las calles, interrumpido por luces dispersas que se cuelan malintencionadamente por la córnea. Uno que otro perro rompe las bolsas repletas de basura, de donde escurre un líquido espeso que se mezcla con el agua verdosa del flujo acelerado de las cañerías. La ciudad emana calor de las alcantarillas y expele ondas de temperatura imperceptibles; transpira, sí, viva y jadeante.

Me dilato en esa oscuridad activa. Todo está difuminado, todo da vueltas, o soy yo, y esta calle, a dónde va. La noche es peligrosa, pero aquí hay postes que iluminan, pero allá no, a partir de ahí solo hay oscuridad, sí, únicamente oscuridad, dónde está mi celular. Ahora, a partir de esa luz ya no habrá más iluminación. Todo está oscuro. La noche está fría. Una sirena, rojo, azul, rojo, azul. Hay un hombre, sí un hombre, alto, no puedo verlo, pero está ahí, quieto y esperando, qué quiere, no logro ver su cara, no se mueve, qué hice, dónde estoy, allá hay una luz, y sigue ahí, detenido y acechando, qué hago, siento miedo, no se mueve, por qué no lo hace, se está moviendo, despacio, si corro hacia atrás me persigue, hacia adelante me encuentra, y ahora, dónde están las patrullas, si grito quién me escuchará, la noche parece callar todo... debo correr, es hora, debo correr, corro, más rápido, ahí hay otro hombre, no, es el mismo, dónde estoy, no puedo pensar, allí hay unas luces, doscientos metros, también él corre.

La calle nos va separando y los carros también, ambos estamos empapados de temor y, de repente, ya no está, y yo estoy ahí, respirando agitadamente y recuerdo, segundo a segundo, por qué decidí huir. Correr había sido una escapatoria momentánea porque la noche seguía vigente y cínica. San José parecía conservar cómodamente ese aspecto grotesco y ominoso. Camino por las calles solas, despojadas de sí mismas y del gentío, y siento, de forma intensa y espontánea, un deseo patológico por vivir.

Fotografías por: Valeria Salas Montero. Cineasta emergente y artista visual, graduada de la Universidad Nacional de Costa Rica. Entre sus trabajos destacan la dirección de los cortometrajes ““ Olor a Coco y Jazmín”, “Reflejos Comunes” y “He leído y acepto los términos de uso” Co-dirigió, co-escribió y guionizó el videoarte/cortometraje Tálamo (en conjunto con el Colectivo en Fuga); además, fue directora de fotografía del documental “Entre Canas y Recuerdos” dir. Zandra Campos. Actualmente se encuentra trabajando en futuros proyectos cinematográficos y artísticos.

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