Hoy abordaré dos temas: el “Escándalo Sobrado” y el desastre del MEP. Este es un editorial largo, si no le sobra tiempo, mejor disfrute de un buen café y salga a caminar, que está haciendo un día precioso.

Vamos a ver: sobre la mesa tenemos, ahora mismo, todos los ingredientes necesarios para terminar de cocinar la receta del desastre, que a estas alturas pareciera inevitable.

Apatía ciudadana. Desconfianza. Hartazgo. Impunidad. Nula atribución de responsabilidades. Inexistente rendición de cuentas. Corrupción desaforada. Descaro desatado, cinismo a 2x1. Por supuesto, además: un ambiente altamente polarizado en el que el sentido común y la ecuanimidad son especies extintas.

Todo el rollo “pacifista” que se nos atribuye como sociedad se cae a pedazos con tan solo ver a personas con formación académica superior intercambiar un par de opiniones en redes sociales: pasivo agresividad disparada y agresiones sutiles o ya de plano groseras al suave. Mentiras, falacias, difamaciones, teorías de conspiración, ataques personales, insultos; en fin, nos abrimos paso en la web a la pura patada, con una sonrisa maquiavélica de satisfacción de oreja a oreja. Somos adictos a tratarnos peor que basura y a celebrarnos por ello.

¡Menudo triunfo!

Mi plan de retiro es claro: tan pronto pueda pensionarme no volver a leer redes sociales nunca jamás. Ver cómo se trata la gente que tiene tanto en común (para empezar un país) es un atentado a la salud mental.

Por lo pronto, lo considero parte de mi trabajo. Trato, tanto como puedo, de leer y escuchar atentamente. Y veo un patrón común muy, muy marcado, que es el mismo que verifico en conversaciones de sobremesa y en la mayoría de los mensajes y correos que recibo: la noción de que existe “una única opinión”. Además, de que esa “única opinión” es, naturalmente, la correcta. Y por supuesto y de feria, es “la mía”.

Como sea, procuro escuchar, porque escuchar me ayuda a entender.

Entiendo, entonces, que esa pasión desmedida por ese criterio tan emocional, tan militante, tan pero tan visceral, poco quiere saber de contrapesos, de balances, de contexto, de perspectiva. El comprensible enojo (¡más que comprensible!) de la gente la ha arrinconado a una posición en la cual lo instintivo es primero, esperar lo peor de los demás, y segundo, “meter el pichazo y preguntar después”. No hay espacio para la prudencia, la reflexión y, lo que es peor: la consideración. Ya ni ese beneficio nos damos: tratarnos como gente.

Lo noté, por ejemplo, con el tema del expresidente del Tribunal Supremo de Elecciones, Luis Antonio Sobrado González. Hablemos con claridad...

#1. Las notas de prensa que salieron sobre su supuesta implicación en el Caso Diamante eran escuetas, confusas, casi arbitrarias. Siguieron, precisamente, esa línea de “meta el pichazo y preguntamos después”. No denunciaban nada concreto, no ayudaban a a establecer ni aclarar nada, ni siquiera lograban “sugerir” algo concreto. Parecían responder al legítimo “¡tire esa vara pa!”.

#2. A pesar de eso, o bien, precisamente por eso, las redes sociales se llenaron de teorías de conspiración, todo tipo de conclusiones precipitadas y por supuesto, un sinnúmero de ataques personales contra el señor y hasta contra cualquiera que se haya atrevido a sugerir antes que es una persona decente, en cuenta, por supuesto, quien escribe este editorial.

#3. Naturalmente me viene flojo esto último, estoy más que acostumbrado. Pero ver a personas que respeto, con un intelecto claramente privilegiado escribir “¿Dónde se meten todos los que lo tenían en un pedestal?” me da pena ajena; legítima tristeza. Primero, reconocerle a alguien su decencia y honestidad, no es ponerlo en un pedestal. Segundo, si se comprueba que la persona carece de esas cualidades, no pasa nada, se revisa y corrige la posición, como lo haría cualquier persona pensante y con verdadero criterio crítico, que, sobra decir, no es lo mismo que un conveniente y cómodo postureo militante. Tercero, absolutamente nada de lo que se dijo en prensa daba pie a pensar que había que revisar esa posición en torno a la decencia de Sobrado que, sobra decir, hoy sostengo. Y no, no me “meo” encima por pasar frente al Tribunal Supremo de Elecciones, pero tampoco tengo ningún reparo en reconocer sus méritos (así como en señalar sus deficiencias) porque afortunadamente soy alérgico al pensamiento fanático y las posiciones fundamentalistas, vengan de donde vengan.

#4. Entonces... ¿Qué terminó pasando? Algo muy grave, en lo que pocos parecen estar reparando. En efecto se estableció (de la forma más pintoresca posible, porque... ¡Costa Rica!) que el “presidente del tribunal” del que hablaba Johnny Araya Monge no era Sobrado, sino el del Tribunal Electoral Interno del PLN. La nota del Semanario Universidad al respecto, por supuesto, me llegó cero veces por WhatsApp. Mejor ni les cuento cuántas veces recibí las que implicaban a Sobrado como receptor de “dietas” pagadas por Araya. Tampoco voy a aludir a la gran cantidad de personas que rectificaron y se disculparon por el avispero que armaron a partir de humo, porque naturalmente son especies mitológicas que solo habitan en mis más idealistas sueños de opio. Lo que sí voy a señalar es lo que me parece más preocupante de todo esto: ¿Qué clase de “informe” preparó el OIJ donde al suave y sin corroborar absolutamente nada se dejó decir lo que dijo? ¡Por los clavos de Cristo! Son el Organismo de Investigación Judicial. Corroborar que se trataba de Sobrado era una tarea no solo básica, sino ¡muy sencilla! Qué va, mucho pedir. Así lo mandaron, así lo reprodujo la prensa y así mismo la gente armó su quema pública, eternamente enamorada de ese frenesí digital por despedazar a quien sea a partir de lo que sea sin tener la menor idea de absolutamente nada. Esta semana fue Sobrado, la siguiente será cualquiera. El que lo sufre, que aguante, los demás... ¡¡¡Porta mí!!!

La gran pregunta: ¿Va a pasar algo? No. Cero autocrítica en el OIJ, en la prensa y por supuesto en la ciudadanía. ¡Que sigan los juegos del hambre! Nótese que lo del OIJ es grave y debería de ser producto de una “investigación”. Pero ya todos sabemos lo que pasa con las investigación en el sector público.

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El otro gran tema de la semana, por supuesto, es el MEP. Pero de nuevo, perdemos de vista la gravedad del problema de fondo por reparar en la bombeta del momento. Es como pararse frente al río Tárcoles e impresionarse porque de pronto aparece un horno microondas flotando. “¡¡Mirá el microondas!!”. Ojalá fuera el hornito el inconveniente: ¡todo el río está absolutamente contaminado!

Por supuesto que lo que pasó con FARO es grave e inaceptable pero no es más que un síntoma de un cuadro mucho más complejo. Si el MEP operara de forma medianamente eficiente (a la altura, digamos, de lo que este país invierte en educación) algo como esto jamás habría sucedido. Sin embargo, a pesar de que tuvieron toooooodo el tiempo del mundo para preparar la aplicación de FARO, a pesar de que hicieron cien mil consultas, pagaron consultorías, etc, etc, etc.... a nadie se le ocurrió (¡a nadie!) que aplicar un censo socioeconómico a menores de edad con preguntas de esa naturaleza (encima en el contexto actual) era una pésima idea.

Claro que ya llegaron las renuncias, pero una vez más nos damos por satisfechos con que se pague el costo político (¡hasta en la Asamblea! ¿se les apagó de golpe el espíritu circense?) y con que se nos anuncie otra “investigación” como si realmente fuera tan difícil de determinar la cadena de mando y las responsabilidades del caso.

De todos modos no hubo ni tiempo para que se acomodara el polvo tras ese huracán porque este viernes (de nuevo viernes...) cayó otra bomba con el temita de la revista Conexiones. Como no podía ser de otra forma ya se desataron todo tipo de hipótesis en torno a como un texto de esa naturaleza terminó en una revista oficial del MEP. Incluyendo, por supuesto, la siempre popular tesis de que Fidel Castro nos adoctrina desde la tumba, porque recordemos, el autor del cuentico analizado es cubano.

Le damos mucho crédito a Fidel, basta con vernos a nosotros mismos para corroborar que no requerimos ayudar externa para “meter cuento”, si no me creen escuchen el abordaje de la historia de LACSA —entre otros temas— en esta clase de estudios sociales impartida desde la plataforma de “Aprendo en Casa”.

Volviendo al texto, cuando digo “de esa naturaleza” no solo me refiero al fondo, también a la forma. Sobran textos de literatura erótica de alto nivel para entrarle al análisis que se pretendía, este porno-relato (que pretenden enmascarar como “realismo sucio”) no tiene, ni cerca, el nivel necesario para una discusión académica como la que se supone se pretendía tener en la revista.

Ahora bien, el autor del análisis (el académico Carlos González Hernández, asesor nacional de español en el Departamento de Bibliotecas Escolares) tiene todo el derecho a apreciar la obra del cubano y a analizarla si lo desea, incluso a enviar su análisis a la revista Conexiones para que se contemple su publicación.

Tema muy distinto es que calce dentro del criterio editorial de la publicación. A ojo de buen cubero uno podría estimar que no hay criterio editorial alguno y que una vez más se impuso la ley del mínimo esfuerzo por lo que ni siquiera se tomaron el trabajo de leerlo o valorarlo detenidamente. Legítimo: “entró este análisis de orientaciones sexuales en una obra cubana, metelo”.

¿El problema? Diay, que si bien esta posibilidad no haría otra cosa más que ilustrar nuestra mediocridad como estilo de vida, la situación va más allá y encuentra otros vibrantes y coloridos ejemplos. Resulta y sucede que con una celeridad inusitada y una eficiencia alemana sin parangón alguno en el terruño el propio sábado el MEP se apeó el enlace del sitio web y saltó a aclarar “de manera contundente que (la revista) no está dirigida a ningún estudiante del MEP ni a personas menores de edad". 

¡¡De manera contundente carajo!!

El problemita es que en el sitio donde se podía leer la revista se indicaba con toda claridad que Conexiones “es una publicación cuatrimestral dirigida a los profesionales de la educación, estudiantes, padres, madres de familia y a la comunidad educativa en general”.

El propio enlace decía que el contenido estaba dirigido a “administrativos, docentes, estudiantes, familia”. De feria: “Niveles, primera infancia”. ¡¡¡!!

¿Se dan cuenta del nivel de indiferencia y mediocridad? Lo peor es que la respuesta es la misma de siempre: ante el incendio, aclaraciones de medio palo sacadas a la carrera en las que siempre, indiferentemente del tema en cuestión, no se sientan responsabilidades. Y cuando se hacen, no trascienden el papel político pero nunca llegan a acariciar el tema de fondo. En este caso, la educación costarricense, ¡nada menos!

El cuentico porno, reitero, es el menor de nuestros problemas (altamente probable que ni una sola persona menor de edad haya llegado a ese enlace). Lo que refleja la historia es lo que debe preocuparnos: el trasfondo.

En un tema tan importante como la educación de nuestro país, damos cuenta, una vez más, del poco esmero y esfuerzo que ponen las autoridades para atenderlo con un mínimo de interés y eficiencia. Esa, y no otra, es nuestra verdadera gran crisis. 

¿O acaso creemos que la facilidad con la que nos insultamos y maltratamos en redes es producto de otra cosa más que de la falta de educación?

Mientras tanto, aquí estamos, viendo en primera fila cómo la más importante de nuestras apuestas a futuro se desmorona en  manos de gente a la que pareciera no podría importarle menos el destino de toda una generación que ni siquiera tuvo una oportunidad de construirlo por su cuenta.

Esta “nueva generación perdida” de la pandemia, de las huelgas, de la ineficiencia, del apagón educativo, del mínimo esfuerzo, de la nula responsabilidad, del abandono, del olvido, ninguna culpa tiene en lo que tendrá que enfrentar mañana. ¿Y los responsables? ¡Porta mí!