El “green pass” o el pase sanitario, usado en Europa, es propiamente un código QR que certifica de manera ágil y sencilla la condición de vacunado de una persona. La oposición en Costa Rica a la intención del gobierno sobre la implementación para acceder a los locales comerciales y los centros de trabajos no solo está equivocada, sino que responde a una visión miope de la pandemia y de la economía.

El sector turístico y otros empresarios opuestos a la medida, parecen ignorar que en economía existen las externalidades, si realmente se quiere lograr la activación económica esta es la mejor vía para evitar o retrasar nuevas restricciones como la que están viviendo los países de Europa que no exigieron el pase sanitario en muchos espacios.

Por su parte el discurso irresponsable solo por intereses electorales que emiten los políticos opuestos a la medida del gobierno está poniendo en peligro a todo el país, el desgaste emocional y físico del personal de salud, y la vida de muchas personas. Es cierto que el gobierno costarricense no ha hecho un trabajo excelente ante la pandemia, pero tampoco ha sido inactivo. Junto a asegurarse el suministro de vacunas desde el inicio, la propuesta del QR es de las más acertadas y la mejor carta de la reactivación económica que tiene el país, basta con volver los ojos sobre Europa e Italia para aprender.

Italia es un país conocido por su rica cultura y su larga historia, no por su eficiencia ni estabilidad —incluso para el estándares del tercer mundo— sin embargo, durante la pandemia, a pesar de ser el primer país occidental golpeado por la primera ola, y ser altamente castigado pues partía de una situación económica frágil, su gobierno ha sido bastante prudente y cauteloso en los distintos procesos de reaperturas, sin triunfalismos y dispuestos a dar pasos hacia atrás cuando ha sido necesario, a pesar de las presiones internas de grupos civiles y políticos populistas, así consiguieron tener un respiro en el verano del 2020 mientras que Francia y España se ahogaban en el mes más turístico con récords de contagios y hoy, de momento, logran vislumbrar una temporada navideña relativamente normal.

Lo han logrado porque desde el pasado setiembre, a pesar de su alta tasa de vacunación, siguieron el ejemplo francés, exigiendo ese “green pass” o pase sanitario para poder acceder y permanecer a lo interno de locales, transporte público de larga distancia, centros educativos y de trabajo. El resto de Europa no lo hizo y hoy sufren la “pandemia de los no vacunados”, países como Alemania y Austria, entre otros, intentan evitar con restricciones y confinamientos el colapso hospitalario y salvar la temporada navideña con todo lo que eso significa simbólica y económicamente, sus proyecciones son poco alentadoras. Mientras Europa sucumbe, el gobierno italiano se prepara en ser más estrictos con el “green pass” y otras medidas preventivas para paliar la ola actual que ya azota a los países vecinos, como me dijo una profesional de la salud la otra noche “en el trabajo sabemos que la situación no está tan calmada como están las calles de Pisa”, aun así, cada día que pasa sin el embate de la cuarta ola es una pequeña victoria.

Es cierto que la posibilidad de realizar sacrificios a partir de las restricciones o cierres totales depende de los contextos económicos y sociales de cada país, pero también pesan voluntades y compromisos de los actores políticos, económicos y sociales. No debería sorprendernos en considerar la pandemia por COVID-19 no solo como una crisis sanitaria, sino como una crisis total, ya que lo social, lo político, lo económico, lo cultural; y sus diversos fenómenos están intrínsicamente relacionados. Es más, difícilmente se podría encontrar otro ejemplo en la historia de la humanidad en la que un solo evento ha provocado un impacto de esta índole por todo el globo en tan poco tiempo, un ejemplo veloz del efecto mariposa.

La saturación de los hospitales y las medidas para evitar el colapso hospitalario dispararon una serie de consecuencias económicas, con la paralización de la economía; sociales, con la ruptura total de las dinámicas sociales; psicológicas, por el estrés constante de la incertidumbre y la destrucción de los tejidos sociales; políticas, por las crisis de todos los gobiernos como consecuencia de sus acciones o inacciones para para enfrentar el virus, es decir, nadie ni nada en el mundo se ha salvado de sus consecuencias.

Costa Rica no debe de caer en la irresponsabilidad y en la visión miope de sectores económicos y políticos, incapaces de ver el costo de su avaricia, pues es preferible limitar el acceso a personas no vacunadas a diversos espacios que tener hospitales desbordados, forzar el cierre de la economía, dejar a miles sin sustento, terminar de romper nuestro ya maltrecho tejido social y sobre todo evitar muertes totalmente innecesarias.

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