La algofobia se puede definir como un miedo generalizado al sufrimiento (Byung-Chul Han, 2021). Pero la aflicción humana es inherente a nuestra propia naturaleza, en realidad lo que ha cambiado con el tiempo es cómo la sociedad ha valorado la pena de acuerdo a su relación con el Poder y la Economía. El mero hecho de plantear este tema en términos de relacionar la subjetividad con la superestructura me pone en términos de sospecha marxista, sin embargo, ni de lejos lo he sido nunca, hace ya mucho tiempo me robaron a Pegaso.
En la sociedad de los mártires, dentro de la tradición cristiana originaria y posterior, el sufrimiento era una medalla de poder y los cuerpos torturados fueron un signo de control, que en sí mismos trasmitían un mensaje y una agenda, un discurso. En la sociedad disciplinaria que llegaría después, el dolor se ocultó en espacios reducidos porque ya no era conveniente su despliegue público y se redujo a espacios cerrados controlados: cárceles, manicomios, internados, hospitales, cuarteles (Foucault, 1975). Evidentemente, la disciplina del dolor fue de la mano de la Revolución Industrial, servía a la producción, el castigo tendía a suprimir a quienes no eran útiles para generar riqueza, el sufrimiento individual no tenía ninguna importancia a menos que se tuvieran los medios para pagar costosos tratamientos psicoanalíticos al alcance de muy pocos.
En los años 70 del siglo XX, en Estados Unidos de Norteamérica, se dio un resurgimiento del pensamiento estoico, especialmente del filósofo latino Epicteto (nacido 50 años antes de Cristo), quien nació esclavo y le fue otorgada su libertad por Epafrodito, acaudalado cortesano en tiempos de Nerón. El pensamiento estoico potenció el auge de las terapias cognitivo-conductuales, nacidas en los años cincuenta del siglo veinte y enfocadas en el presente, y en técnicas de modificación de la conducta, más que en la búsqueda de respuestas (simplificando en extremo esta corriente psicológica).
En el año 2021 nos encontramos en el auge de la Sociedad del Bienestar, donde existe el deber de estar bien y ser feliz es prácticamente un imperativo social. Se rechaza la negatividad en todos los ámbitos, el dolor carece de sentido y de propósito, se le evita a toda costa y se huye de él como de la peste. La gente consume medicamentos contra todo tipo de sufrimiento (físico y psíquico), Aldoux Huxley tenía razón: el “soma” de “Un mundo feliz” son los ansiolíticos de hoy. Por otra parte, en la vía rápida, las drogas prohibidas de diseño abundan, los más retro escapan con psicotrópicos tradicionales o alcohol, la idea es nublar la conciencia para intentar escapar de sí mismo, sin conseguirlo por supuesto, pero 18 segundos de olvido justifican el intento. El sexo también aplica.
El individuo no está claro de una verdad indiscutible: es esclavo de sí mismo. De su propio desempeño, en la sociedad del rendimiento, tiene que producir resultados tangibles, de lo contrario será expulsado del paraíso del consumo, de la sensación de éxito, del carrusel de ser considerado igual en el infierno de lo mismo. Esa es la lógica de la economía de mercado, la caridad es un lujo para los que tienen mucho y se toman la foto como un bien que pueden exhibirla y si la rebajan de los impuestos mejor.
Hasta el arte esta contaminado dentro de esta “lógica”; el que estaba llamado a causar extrañeza dentro del mundo y a estar en un sitio distinto (Adorno, 2005), es ahora una aberración. Consumo y arte se fusionan en una simbiosis perversa, de tal manera, que la literatura, la pintura, el cine, se comercializan en términos de taquilla y recuperación de inversión y no de propuesta de intención.
En la sociedad de lo igual se consensua para evitar el conflicto, existe miedo a la disensión, se cercena y se envía al Gulag a quienes tienen voz y pensamiento propio, el balde de los cangrejos debe ser eficiente: que ninguno salga, pero se le hala sin hacer ruido y de ser posible, con palabras dulces.
No me canso de escribirlo: hay dolores que nos desintegran, pero en la era de la positividad eso está prohibido expresarlo, quieren negarnos nuestra humanidad. Mi sufrimiento me constituye, me cicatriza, me sulfura, me hace más compasivo, mi mirada se suaviza cuando veo a otro semejante en iguales condiciones, no quiero despojarme de eso, soy también eso, soy también mis dolores.
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