Miro el variado menú de candidatos a la Presidencia y a fe mía que no hay uno solo con una visión-país. En serio, amable lector, usted no me dejará mentir: no hay un solo partido político ni un solo personaje con una propuesta seria, con una idea o norte estratégico que nos oriente hacia el futuro. Como canta Sabina, pareciera que el destino nos quisiera jugar una broma macabra. Es una ironía que celebremos este año 200 años de Independencia y a juzgar por la oferta electoral, no tenemos la menor idea de qué hacer con ese legado ni mucho menos como plantearnos las décadas que vendrán. En vista de lo anterior, quien les suscribe se ha puesto a cavilar un poco. Tras unos días, he llegado a un par de conclusiones, las cuales comparto a continuación, como un muy modesto aporte para la patria en este su cumpleaños.

En el mundo de hoy, desconectarse no es una opción. Consideremos el apagón de Texas durante febrero 2021, el cual duró más de dos semanas, causado por una combinación de mal tiempo y una red eléctrica deficiente y envejecida. Consideremos también los embates del huracán Ida en Nueva Orleans y Nueva York, los incendios en California y las inundaciones en Alemania. Consideremos también la disrupción causada por la pandemia, en donde los centros de servicio en países como India fueron severamente afectados. Las pérdidas son exorbitantes. El cambio climático, la incertidumbre, la volatilidad, la ambigüedad y la complejidad (“VUCA”) están mutilando industrias, sociedades y naciones. Con este contexto en mente - Costa Rica es demasiado pequeña para darse el lujo de un análisis en el vacío - quiero sugerirle a esa catizumba de candidatos presidenciales un principio orientador que reacomode el sancocho de ocurrencias y promesas vacías que actualmente postulan cual planes para gobernar. Para explicarme, permítaseme recurrir a una aclaradora analogía. En el mundo de las Tecnologías de la Información, cada segundo de conectividad cuenta. No solo eso, en caso de que haya una desconexión, deben de existir maneras de reconectarse rápidamente y de evitar la pérdida de datos. Un par de ejemplos pueden servir para aclarar esos postulados: recordemos aquella noticia donde nos informaban de las filas que colapsaron el aeropuerto cuando el sistema de Migración dejó de funcionar por unas horas, o peor aún, el daño sufrido por cientos sino miles de niños y sus familias cuando se perdieron los datos de imágenes médicas en cierto hospital nacional. Es por eso que los Centros de Datos (“Datacenter”) se diseñan con “redundancia”: conexiones y componentes por duplicado, triplicado o cuadruplicado para asegurar un funcionamiento del sistema básicamente “siempre”, sin fallos o “caídas”.

Entonces, mi sugerencia es que Costa Rica sea Esencial no solo por su aporte ecológico, sino por convertirnos en el país sin tiempo fuera de servicio (“the no-downtime country”): el país al que no se le caen los sistemas, el país que siempre “está ahí” (“ever-green, ever-there”). Esto por supuesto implica una serie de retos descomunales. Para empezar, el ICE debe dejar de defender feudos y enfoques anacrónicos y refuerce la estabilidad de la red eléctrica, apoye un enfoque distribuido de la misma; amén de que entregue las frecuencias 5G pero “para ayer”. Se debe además de seguir mejorando la red vial y la infraestructura en general con diseños que consideren el desorbitante aumento de las lluvias. Ríos y costas deberían ser reforzados con diques y rompeolas. Los márgenes deberían de reforestarse aceleradamente y deben priorizarse los proyectos de riego y reutilización del agua. Es también necesaria una re-ingeniería completa del sistema educativo y debe implementarse un plan para salvar a la presente generación de los años de aprendizaje perdidos entre huelgas, pandemia y otras tragedias. Y algo hay que hacer para permitir un flujo seguro de migrantes, entre muchas otras cosas. Esto por supuesto demandará tiempo, dinero y esfuerzo, más la resiliencia-país si funciona como idea rectora que a largo plazo nos llevará a un futuro mejor, como en su momento lo hicieron la Abolición del Ejército y las Garantías Sociales.

Para ir cerrando, entendámoslo. Todos lo hemos sufrido en carne propia: ese zarpazo a la paz interna cuando después de una hora de hacer fila, llegamos a la ventanilla y con cara de “yo no fui” nos dicen “se cayó el sistema”; por no hablar de la locura desatada cuando se cae internet en nuestros hogares y empresas. Dan ganas de salir corriendo. Las empresas, las transnacionales, los capitales y el turismo sienten precisamente esa misma aversión a la incertidumbre y a los fallos del sistema. Muchos billonarios del mundo han puesto los ojos en Nueva Zelanda: la consideran “el futuro” precisamente por su aislamiento y resistencia. Convirtámonos entonces ya no en la Suiza centroamericana, sino en la Nueva Zelanda del hemisferio occidental: un santuario, un refugio, una “isla” de confianza y resistencia en medio de un mundo cada vez más convulso, volátil y ambiguo.

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