“La unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres, sino inexorable decreto del destino”.
Simón Bolívar, el Libertador
Desde que se prendiera, en los albores del siglo XIX, la chispa independentista que habría de recorrer como polvorín a la región latinoamericana desde el Rio Bravo hasta la Patagonia, nació también la convicción de que, si nuestros países habrían de sobrevivir esta crucial etapa, sería necesaria la unidad y solidaridad entre nuestras sociedades.
Esta noción, descartada por algunos como mera fantasía romántica, pronto se mostró de vital importancia para la región ante la amenaza constante por parte de potencias extra-continentales que no cesaban en su ambición por mantener el control de Latinoamérica y de la enorme riqueza que encierra.
De ahí que hoy, a dos siglos de alcanzada la independencia, recordamos aún los nobles esfuerzos de insignes próceres como Simón Bolívar, el Libertador, que dedicaron su vida a la conformación del sueño que representaba la Patria Grande.
Con el paso de los años, y como consecuencia de conflictos internos y de reiteradas injerencias externas, la noción de la unidad latinoamericana quedó relegada a un segundo plano, y sus estados son eventualmente reconocidos como parte del Sistema Interamericano imperante.
Por ello, el Gobierno de México, en su calidad de Presidencia Pro Tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), y de la mano de socios estratégicos como lo es Costa Rica, busca replantearse este paradigma regional a través de un ejercicio de reflexión sobre la importancia de que América Latina actúe en conjunto en la escena internacional, mostrando un frente unido ante las adversidades propias de nuestros tiempos, sean estas sanitarias, migratorias o climatológicas.
En ese sentido, la idea de la unidad latinoamericana deja de ser una mera autoafirmación cultural, convirtiéndose, como dijera recientemente el secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, en “una estrategia geopolítica de defensa de nuestros pueblos, sociedades y sus posibilidades a futuro”.
Es cierto que los países de América Latina y el Caribe en ocasiones tenemos opiniones encontradas en ciertos temas, sin embargo hemos aprendido que la unanimidad no es requisito para la cooperación y que la coincidencia de criterios para la acción no se contrapone con el respeto a la soberanía de los pueblos.
Ha llegado el momento de discutir abiertamente, sin filias ni fobias, el funcionamiento del sistema interamericano, buscando perfeccionar aquello que pudiera considerarse perfectible, logrando así que exista una voz legítima de esta región en el mundo capaz de representar las necesidades de nuestros pueblos para construir una America Latina unida, fuerte y, sobre todo, próspera.
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