Costa Rica cuenta con un parque empresarial compuesto, en más de un 90%, por Pymes que generan cerca del 34% del empleo y representan un 37% del PIB, aproximadamente. Con esos números, usted podría pensar que las pequeñas y medianas empresas representan un sector mimado para la clase política local, pero la realidad es otra.

En nuestro país, los políticos de turno se han dedicado, desde hace varias décadas, a crear sectores productivos privilegiados, que, a la postre, más que producir riqueza para la nación, se han convertido en su clientela electoral y en grupos de presión, creando un vicioso círculo de amiguismo, que ha tenido y tiene aún, terribles resultados para la gran mayoría de costarricenses.

Ha sido esa práctica, la que ha impedido a dichos sectores productivos ver más allá de lo inmediato y darse cuenta de que el bienestar de un país depende de que el progreso llegue a la mayor cantidad de personas posible. Por esa razón, sin importar si usted habla con alguien del sector turismo o del de agricultura, todos le dirán que ellos son el motor de la economía, que son los que generan empleos y crean encadenamientos y que, por lo tanto, merecen un trato preferencial… razón por la cual ya vamos por 1000 exoneraciones y seguimos contando.

La realidad, al contrario, es que absolutamente todos los empresarios, sin importar la actividad económica a la cual nos dediquemos, requerimos que bajen los costos de producción; más, para que eso sea posible, se deben eliminar los monopolios y oligopolios creados por leyes que benefician a unas pocas personas físicas o jurídicas, a costa del resto de los consumidores.

Así, por ejemplo, la competencia en el sector financiero permitiría que las tasas de interés fueran competitivas para los que quieren producir, tal como sucede en países como Panamá, para no ir muy lejos. Además, si el Estado se saliera del sector bancario comercial podría concentrar sus esfuerzos económicos en una verdadera banca de desarrollo, que tanto bien le haría a dicho parque empresarial.

Por las razones expuestas, es que es necesario plantear una profunda reforma del Estado costarricense, una que acabe con el despilfarro de los recursos públicos y los odiosos privilegios; Estado que, así reformado, entienda que el progreso del país sólo vendrá de la mano de la educación y la salud. Para ello, eso sí, debemos abandonar los dogmatismos que nos impiden ver la tragedia en la que se ha convertido nuestro sistema educativo y la inoperancia de nuestro sistema de salud.

No obstante, la reforma más urgente que debe hacerse en el país es la de nuestra sociedad. Sólo cuando entendamos los costarricenses que lo que el Estado le cede a un sector le encarece la vida al resto, podremos atacar la raíz estructural del problema: Costa Rica no puede sostener por más tiempo a un Estado ineficiente, ni a las ineficaces recetas del actual “capitalismo de compadres”.

Entonces ¿qué le parece, ciudadano, si replanteamos nuestros esfuerzos? A sabiendas de que Costa Rica es un país con gran potencial económico y social, convirtámonos en el movimiento civil que genere un cambio en la toma de decisiones de la clase política, actuando como bloque ciudadano y enfrentando unos problemas estructurales bien definidos.

Para lograrlo, para salir del hoyo en el que se encuentra nuestro país, superar la indiferencia es el primer paso; el segundo es hacerlo unidos, como un equipo. Por eso, lo invito a hacerse la pregunta: ¿en cuál equipo juega usted?

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