Hace un poco más de una década, la investigadora de la Universidad de Houston, la doctora Brené Brown, trabajadora social (es su profesión de origen), adicta a la medición de los datos y fenómenos que estudiaba, se permitió lidiar con la vergüenza, e inició un viaje de incomodidad hacia lo inconmensurable. Como nada de lo humano debe ser ajeno (bien lo dijo Publio Terencio), ha inspirado a generaciones de personas a vivir mejor. Esta pieza esta inspirada en muchas de sus ideas, no reconocerlo sería rayar en el plagio, el recurso más usado por los que quieren salir en todas las fotos reventando bombetas.

Ser vulnerable, no significa ser débil, ese es un error conceptual muy común, la debilidad es una carencia física o emocional, que puede revertirse en la mayoría de las ocasiones. En cambio, la vulnerabilidad es un estado: tener la guardia baja, la puerta abierta. Es en realidad la única vía hacia nuestro interior real y es un acto de valentía ante la vida. ¿Para qué tantas molestias por camuflarnos si lo que deseamos, más que cualquier otra cosa, es que nos quieran justamente por lo que somos? Mostrarse vulnerable es autenticidad, madurez, autoconocimiento y coraje. No significa que habrá aceptación de todas las personas, pero sí de las que necesitamos para establecer una conexión humana real. Alguna vez me tocó estar en un entorno muy tóxico en donde nadie conocía realmente a nadie a pesar de años de trabajar juntos, recuerdo que detestaba el transcurrir de ese tiempo porque era un baile de máscaras y no precisamente en Venecia con música exquisita, sino que se parecía al juego de detectives Clue, en dónde había que descubrir quién clavó la daga ese día en medio de las sonrisas y los canapés.

A nivel de neurociencias, estamos destinados a conectar con los demás, no implica ser amigos íntimos con todos, eso no es posible, pero sí es parte de nuestra naturaleza, tenemos necesidad de los demás. Lo que pasa es que a menudo, tomamos caminos intrincados para conseguirlo, por el terror de ser nosotros mismos y surgen las murallas que nos mantienen entumecidos los sentimientos para no ser lastimados, y proyectar la mejor imagen posible socialmente hablando, básicamente nos editamos, photoshopeamos y nos ponemos filtros casi todo el tiempo, eso nos va deconstruyendo y erosionando por tanta inconsistencia.

El siguiente paso a la decadencia del ser, es aceptar públicamente un montón de prejuicios y estereotipos de cómo se supone que debemos actuar o pensar, aunque privadamente los repudiemos. Conozco muchas personas que son dos en uno. La doctora Brown menciona que, en el deseo de conectar, de ser aceptados, amados, comprendidos, escuchados y acogidos, trabajamos incansablemente para acercarnos más a los demás convirtiéndonos en alguien que estamos convencidos que gustará más a los otros. Pero cuanto más elaboramos una imagen prefabricada de nosotros mismos, más nos alejamos de la posibilidad de entablar una relación interpersonal real y auténtica, lo que nos hace sentir incomprendidos y solos, sentimos que no somos suficientemente buenos. Y nos ponemos a levantar nuevos muros, alejándonos más y más de la conexión que tanto deseamos. Crece la distancia interpersonal, cada vez es más difícil reconocernos en nuestros propios actos o palabras.

La realidad humana se reduce a que no es posible tener el control absoluto sobre nuestros sentimientos, pensamientos, enfados, frustraciones, inseguridades o sobre aquello que despertamos en los demás (hay que aceptar que inevitablemente vamos a despertar demonios en otros). Y, paradójicamente, cuanto más vulnerables nos mostramos, más sinceridad recibimos, nuestro entorno baja también sus defensas, los miedos de unos y otros se reducen, la autoestima aumenta. Al sentirnos queridos por lo que somos realmente, con todas nuestras imperfecciones, que al final resulta, que ni eran tantas, ni tan horribles, ni tan exóticas, ocurre lo que buscábamos en nuestro fervor por edificar una fachada atractiva: sin darnos apenas cuenta conectamos con los demás. Con el maravilloso efecto colateral de conectarnos, al mismo tiempo, con nosotros mismos. Y viceversa.

Evidentemente este proceso exige que pasemos por la vergüenza, pero que no nos quedemos estancados en ella. Pues en este mundo donde se busca la perfección y el éxito, debemos tener el coraje de aceptarnos como imperfectos, y decirnos: “soy suficiente”. Esto no es conformismo, es el inicio de la salud mental. Estoy convencido que los ricos y famosos padecen de enormes inseguridades y de que la más exuberante de las Kardashian ronca fuerte.

¿Por qué luchamos contra la vulnerabilidad? Nos da miedo ser vulnerables, no queremos ser heridos por ello, no la queremos aceptar en nuestra vida. Escuchamos historias de vulnerabilidad humana todo el tiempo, pero no queremos ser parte de ellas. Muertes, enfermedades, fragilidades de las personas cercanas y lejanas a nosotros. Pero ¿acaso nosotros no somos también vulnerables? No podemos desinvolucrarnos de los malos sentimientos, no podemos ser insensibles a las experiencias de vulnerabilidad. Según Brené Brown, tener siempre la razón, creer que mi vida está siempre perfectamente controlada, que no tengo la culpa de nada, que tengo la certeza y respuesta para todo siempre, culpar a los demás, es llamado en su investigación como una forma de evadir el dolor y la incomodidad. Todos queremos más perfección, ¿pero de qué se trata la perfección? ¿Más dinero, menos peso, reconocimiento público? Nada de eso, se trata de educarnos en el amor y la pertenencia, se trata de amar con todo nuestro ser, se trata de dejarnos ver profundamente. De practicar la gratitud y la alegría. Es un despertar espiritual valorando los días que estamos en este planeta, es decir, un suspiro en el tiempo cósmico.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.