En días donde el ya de por sí tenso y hermético estrado político nacional se percibía especialmente efervescente, los medios de comunicación sirvieron de removedor para el café de la mañana cuando informaron sobre el supuesto estado de embriaguez de un diputado de la república que provocó la colisión de su vehículo contra un poste de tendido eléctrico la noche del recién pasado domingo.

“¿No se supone que los Padres y Madres de la Patria deben ser ejemplo? ¡Sólo eso faltaba, otro borracho en la Asamblea!”. Léase esto último por favor con sarcasmo.

Pasaron las horas y se informó a la ciudadanía sobre la detención del diputado y su remisión a la orden de la Corte Suprema de Justicia (por ser el justiciable miembro de un Supremo Poder), pero que al mismo tiempo don Mario renunciaba a su inmunidad parlamentaria, comunicaba la admisión de los hechos que se le achacaban y ofrecía una disculpa pública por su reprochable comportamiento al volante. Finalizó diciendo: “No he logrado afrontar apropiadamente la muerte de mi madre, mi esposa y mi hijo.”

Los abuelos del que escribe gozan desde hace ya algún tiempo de las más sublimes caricias de su Creador y de los secretos del universo; pero es que precisamente por no poder abrazarlos, se motiva él en argumentar alguna causa de exculpación para el señor diputado. Fuera de colores y calores políticos, ¡cuánto daría por poder abrazar a don Mario en este momento! Estoy seguro de que tita Mari, abuelita Cabita, abuelito Emilio y abuelito Raúl estarían orgullosos, y desde su longeva sabiduría reconocerían que su nieto hacía lo correcto.

Deben contarse por miles los que han pretendido olvidar un desamor en la cantina más pintoresca y de cuestionable reputación del barrio, ¿vamos a negar la dolosa intención de don “Chente” Fernández al burlarse de nuestras penas con Mujeres Divinas? Lo único cierto es que no faltarán un par de moralistas que señalen al diputado por no poder gestionar sus emociones “correctamente” o al menos, no como ellos lo harían; obviando por defecto esos datos científicos que tanto gustan. Un reciente estudio realizado a 518.240 parejas - más de un millón de personas- de edades comprendidas entre los 65 y 98 años en EE. UU. avala el llamado “efecto viudedad”; que entre otras cosas arrojó que el 21% de los hombres en edad avanzada, se enfrentan a un riesgo significativamente mayor de morir después de que su conyugue haya fallecido. En ese mismo sentido menciona que un 74% de los enviudados fueron hospitalizados al menos una vez luego de sufrir la pérdida de su ser amado.

Cuando un cónyuge cae enfermo o fallece, su pareja puede acentuar una conducta perjudicial, como la bebida, por ejemplo. El estrés y la falta de apoyo social también pueden afectar negativamente a la actividad inmunológica y lo que es peor: se tiene registro de que las tasas de suicidio son de 8 a 50 veces mayores en los viudos y viudas, que en la población en general.

El diputado Castillo Meléndez celebró hace poco más de 3 meses su septuagésimo cuarto cumpleaños, hace casi una década que engrosa su billetera con el “carné de oro”, pero más recientemente enlutó no de uno, ni de dos; sino de tres seres queridos en muy corto plazo y se enfrentó mientras tanto, diligentemente y todos los días desde entonces -como todas las albas que se cuentan del periodo constitucional que corre- a los embates groseros del quehacer político en el Primer Poder de la república.

Sus compañeras y compañeros acordaron hacia el final de la tarde de hoy, no someter a votación si ejercían o no el poder que el Constituyente les otorgó para ordenar al Poder Judicial la libertad de un representante legislativo del pueblo; pero más allá de pretender juicios sobre el grado de compañerismo entre curules, del inherente y patente cálculo político y ni qué decir de la exigencia de la ley para ser eficaz erga omnes, el caso de don Mario debe llevarnos a la reflexión sobre nuestro grado de empatía, del apoyo que significamos (o no) para nuestros seres queridos, del último abrazo que le dimos a nuestros padres o abuelos, de lo duro de nuestro corazón y de cómo gestionamos nuestras emociones.

Somos la tercera democracia más sólida de América Latina porque entre otras cosas, las personas que orgullosamente nos decimos costarricenses reconocemos que podemos pensar y vivir de manera distinta, que podemos ocupar el mismo espacio público y construir en conjunto a partir de nuestras diferencias y circunstancias. Es por eso que, en democracia, lo esencial es la empatía.

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