De marzo a junio 2020 se registraron 1.409 feminicidios en América Latina, 242.144 denuncias por algún tipo de violencia contra la mujer y 1.206.107 llamadas a alguna de las líneas nacionales o líneas telefónicas habilitadas para reportar algún tipo de violencia contra la mujer, estos son los números registrados por Violentadas en Cuarentena, una investigación periodística transfronteriza en 19 países de América Latina y el Caribe, sobre la violencia contra las mujeres por razones de género durante la primera cuarentena por la COVID-19.
Pero para muchos, son sólo eso, números. Para Joe, fue mucho más que eso, creció con la convicción de que la violencia no se tolera, se denuncia. Creció en un lugar donde las mujeres no debían vivir en entornos donde se les agrediera, o eso creía.
Joe, es un joven costarricense, tiene 25 años y creció en un hogar donde no había violencia, por eso el día que vio a su abuelo de 80 años golpear a su abuelita de también 80 años, hizo lo que cualquiera debería, llamó a la policía. Lo que no imaginó fue lo que tendría que enfrentar después.
Y sí, es que, aunque parezca increíble, quien luego debió dar explicaciones fue él, quien tuvo que enfrentar a las tías porque “dividió” a la familia fue él; nadie cuestionó que el abuelo golpeara a la abuela, ella siempre lo había tolerado; nadie nunca pensó en denunciarlo, ni ella, ni sus hijas, ni sus yernos; todos, a excepción de su mamá, reclamaron que él se hubiese ¡atrevido! a llamar a la policía. Todos le reclamaron porque el pobre abuelo estaba muy viejo para enfrentar a la justicia, todos le reclamaron por ponerlos en la posición de tener que decir frente a un juez lo que ocurría. ¡Pero si a la abuela ni le duele! ¡Si el viejo ni fuerza tiene! Las excusas que recibió cuando preguntó porque nadie lo había denunciado antes no sólo eran ilógicas, sino absolutamente incomprensibles.
Nadie preguntó por la abuela, nadie le consultó a ella como se sentía, nadie se imaginó siquiera si para ella aquello era una liberación, por el contrario, presionaron al nieto para retirar la denuncia, para que la familia no tuviese que enfrentar tal vergüenza.
Me gustaría decir que esto es una historia inventada, que Joe no existe, pero no, aunque para esta nota cambiamos su nombre todo lo demás es un cruel relato de la realidad que vive una abuela real en 2021 en Costa Rica. Es reflejo de una sociedad que tolera y acepta el maltrato hacia las mujeres, y que prefiere mirar para otro lado cuando se trata de denunciar a los agresores de la familia, porque es fácil condenar a los de afuera, pero es distinto cuando se debe denunciar a los propios.
La abuela de Joe no terminó en las estadísticas de feminicidio por algún milagro, o quizás porque su sumisión era tal que el agresor sabía muy bien que tenía el poder, pero eso no hace menos grave que a sus 80 años, en lugar de sacarla del círculo de violencia, su familia presione a la única persona que lo denunció para que su agresor no deba cumplir con el castigo que le corresponde. Somos una sociedad que condena a las personas que, como Joe, tiene la valentía de poner a los abuelos, tíos, hermanos e incluso papás, en el lugar que les corresponde, y de llamarlos con el adjetivo que se han ganado: agresores.
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