Si robo dinero cometo una falta ética, pero también un delito; si me atrapan y me llevan a juicio, lo harán con base en la tipificación del delito y no por lo primero. Si participo en un nombramiento irregular en la administración pública falto a la ética, pero también cometí un acto de corrupción, y al igual que en el caso anterior, podré ser juzgado y condenado según las normas administrativas y legales, pero no por irrespetar la ética.

Si estudio medicina porque creo que es una profesión bien pagada, pero sin interesarme en la salud de la gente, sin duda falto a la ética, pero mientras no cometa ningún acto de corrupción o un delito tipificado, tampoco se me podrá juzgar o sancionar legalmente.

Pedirle a la ética que elimine la corrupción es como pedirle a un nutricionista que extirpe un cáncer gástrico. El nutricionista te puede orientar a elegir mejor los alimentos, a balancearlos con una adecuada actividad física; con lo que logras mejorar tu salud, tu calidad de vida y, de paso, prevenir enfermedades. La ética funciona de forma semejante: te ayuda a tomar mejores decisiones, a balancear las diferentes facetas de tu vida y, de paso, previene la corrupción.

Pero cuando necesitas operar un cáncer, no vas al nutricionista, necesitas un cirujano; y cuando hay corrupción, que es un “cáncer social”, requerimos un sistema legal, administrativo y disciplinario que funcione adecuadamente para extirparla de raíz.

No es que una cosa sea importante y la otra no, sino que hay que conocer en qué nos puede ayudar cada una. El nutricionista no extirpa el cáncer, la ética no es anticorrupción.

Si bien tanto la ética como las leyes se ocupan de la conducta humana, a la ética no le importa perseguir y castigar infractores, sino formar personas capaces de pensar y tomar decisiones razonadas y razonables. Es, por tanto, preventiva y nos interesa que las organizaciones inviertan en ella; es mucho mejor evitar que la gente caiga en corrupción que detectar y castigar a cientos de corruptos.

Dicho lo anterior, me refiero ahora a la forma equivocada y descuidada con la que se ha hablado de ética bajo el pretexto del llamado caso Cochinilla. Empezando por la propia auditoría interna del Conavi que señaló la ausencia de mecanismos para atender denuncias sobre “incumplimientos éticos”, cuando en realidad se trata de delitos, corrupción o hasta faltas al deber de probidad, pero no a la ética. El problema es que, al equiparar la ética con normas legales o disciplinarias, creemos que atendiendo lo segundo abracamos lo primero y terminamos por descuidarlo. Es comprensible el equívoco de la auditoría, que utiliza como base la Guía para el Desarrollo de Auditorías de la Ética de la Contraloría General de la República, que tiene errores conceptuales desde su creación y, como he hablado innumerables veces con personal de esa institución, requieren corregirse. Y debo agregar que existe un buen ambiente para hacerlo en el mediano plazo.

Pero también han salido en estos días seudo especialistas en diversos medios de comunicación abogando porque las instituciones tengan centros de atención telefónica llamadas “líneas éticas” para poner “denuncias éticas” cuando en realidad son líneas de denuncia de ilícitos tipificados, porque, como se indicó al inicio, no tendría sentido que se denuncien actos que sean contrarios a la ética que no estén incluidos en normas legales o disciplinarias, es decir, hasta negar un saludo a una persona es una falta ética, pero no es per se, un crimen.

Comprendo que suena más elegante hablar de ética, pero flaco favor le hacemos al equipararla con el cumplimiento de normas legales o disciplinarias.

Puede ser que en el Caso Cochinilla haya habido faltas a la ética, puede ser que se requiere mayor fortalecimiento de la ética en el CONAVI, así como en el sector público y privado en general; pero lo que hoy se investiga y se busca demostrar y castigar son delitos, no “faltas de ética” y si no tenemos claras las diferencias, podremos generar recomendaciones o líneas de acción que, en lugar de solucionar los problemas, los hagan cada vez más difíciles de solucionar.

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