La inspiración para escribir un artículo a veces es el paraguas que no encuentras cuando lo necesitas, otras veces surge de un recuerdo de algo leído. Este es el origen de esta pieza: en octubre de 2019, leí una hermosa definición de lo que se puede entender por humildad en una columna de Benedict Carey en The New York Times, que decía que es un rasgo humano que alguna vez fue generalizado y que está caracterizado por una capacidad de reconocer con precisión las propias limitaciones y capacidades, una postura interpersonal que está orientada hacia el otro y no hacia uno mismo.

Los primates superiores, especialmente los humanos, tendemos a equivocarnos con frecuencia, la manera en que manejamos nuestras metidas de pata dice más de nosotros que los yerros en sí mismos. Es menos complicado admitir un error y disculparse si es del caso, o admitir que no sabemos algo, que empezar una guerra de egos para ocultar nuestras deficiencias. Las personas más inteligentes que he conocido tienen un común denominador: no se toman demasiado en serio a sí mismas, son humorísticas, cambian de opinión en segundos apenas advierten que deben corregir el rumbo e ignoran, y no les importa ser reconocidos como sabios; en el otro lado de la moneda, he visto falsos profetas de la sabiduría, que cuando hablan parecen predicar, impostan la voz, uno siente que un mar imaginario se abrirá en dos partes en cualquier momento y reviso si andan en chancletas proféticas. Se toman muy en cuenta, son rígidos, no admiten fallos, corrigen a todos (menos a sí mismos), y de verdad se creen muy importantes. En lo personal, esta segunda especie me causa una mezcla de desconcierto y lástima.

No es un requisito tener fama, dinero, reconocimiento, títulos o un buen puesto para no ser humilde, al parecer quienes no lo son, constituyen una legión. Cuando tienen un milímetro de algo parecido al poder lo ejercen como Alejandro Magno en sus días de gloria, aunque solo sea para revisar un bolso para entrar a un sitio.

Los narcisistas son muy dados a fingir humildad, rayando casi en sumisión, me consta y asusta. Esa actitud es solamente una actuación para lograr un fin, carecen de empatía real, solo usan a las personas. Recuerdo a un expresidente de una potencia que todos los días aparecía en los medios de comunicación dividiendo y causando sobresaltos, realmente él se creía el mejor líder de la historia. Su sucesor es callado y no aparece casi nunca, porque está trabajando por el bien de su país, no en su imagen.

Si tuviéramos que hacer la labor que le exigimos a muchos de nuestros funcionarios no corruptos, especialmente si son mujeres (a quienes, por un sesgo machista les exigimos más), nos daríamos cuenta que no es tan fácil, y probablemente seríamos más humildes en juzgar su trabajo y más lentos en condenar sus circunstancias de vida sin fundamento, no todo es lo que parece, porque a veces vemos algo que no debería existir y lo permitimos por mucho tiempo, porque es evidentemente podrido: quizá por eso la humildad es tan rara y se parece a un unicornio.

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