Dejar tu país, echarte tu casa al hombro, pasar de ser ciudadano a ser extranjero no siempre bienvenido, no poder acudir a tu consulado o a tu embajada. El duro exilio. Duro para los exiliados y duro para el país que los recibe. En el caso de Costa Rica, exilio en un país azotado por el desempleo y el subempleo.

Más de 108.000 nicaragüenses han huido de la tierra de Sandino desde 2018; el setenta y cinco por ciento ha buscado asilo en Costa Rica.

Más de 5,4 millones de refugiados y migrantes de la Venezuela Bolivariana están fuera de su país de origen. Solamente en Costa Rica se encuentran 30.000. Millón y medio de cubanos se han exiliado o huyen de la pobreza de la isla de Martí.

No dudo que de Honduras, El Salvador y Guatemala (no precisamente socialistas) hasta los niños huyen, caminando por esas tierras de Dios, golpeados, rumbo al Norte.

Nicaragua, Venezuela y Cuba me duelen porque a nuestra latinoamericana y española tradición de exilio unen la persecución a los ciudadanos que se oponen al socialismo autoritario (si llamamos, claro, socialismo a la propiedad estatal de empresas clave y al control burocrático de la economía).

En los tres países, el impulso para cambiar la sociedad y la  lucha por las libertades públicas se han separado. Como se separaron acusadamente desde el triunfo de la Revolución rusa. Liberales progresistas y socialistas, hasta entonces, compartían causa. El triunfo de la revolución en un país sin tradiciones democráticas, necesitado de industrialización a palos, acabó con la ansiada unión de las izquierdas y la democracia.

Los socialdemócratas uruguayos, chilenos y tantos brasileños luchan por alguna forma socialista pero en el marco de las libertades públicas. En Venezuela, en Nicaragua y en Cuba socialismo es sinónimo de persecución y de exilio.

Acaso las amarguras del exilio comienzan a sacudir a América Latina. La Organización de Estados Americanos pidió recientemente la liberación de los presos políticos y de los precandidatos presidenciales nicaragüenses. La propia Nicaragua, Bolivia, San Vicente y las Granadinas votaron en contra de la resolución condenatoria. Ya es bastante que Argentina y México simplemente se abstuvieran.

Entre los detenidos en Nicaragua se encuentran los exguerrilleros Dora María Téllez y Hugo Torres, y el exvicenciller (primer gobierno sandinista) Víctor Hugo Tinoco.  Dora María, entonces de veintidós años, tomó junto a otros héroes el Palacio Nacional, golpe certero a Somoza, y se destacó en la toma de León. Hoy se esconde de Ortega y de Murillo. La revolución se come a sus propios hijos, como se comió a Sergio Ramírez, a Ernesto Cardenal, a las muchachas y los muchachos sandinistas.

Sandino nunca separó la  lucha anti imperialista de la lucha por las libertades. Nunca fue socialista autoritario. En una película que hace años vi en la Sala Garbo, el salvadoreño Farabundo Martí le regala un caballo cuya montura tiene grabada la hoz y el martillo. Sandino le dice que le quite el martillo, porque en Nicaragua no hay obreros.

¿Qué pensaría Sandino de una Nicaragua de la que huyen más de 108.000 nicaragüenses desde 2018?

Martí era liberal por sus convicciones políticas y acaso moderadamente socialista. ¿Qué pensaría de un régimen que exilia a millón y medio de cubanos?

Bolívar fue ante todo militar heroico contra España y tuvo sus veleidades autoritarias. Pero ¿qué pensaría Bolívar de más de 5,4 millones de refugiados y migrantes venezolanos?

Me dirán:

¿Y Honduras, narco estado que no ha inquietado a los Estados Unidos, El Salvador con un presidente desquiciado en un país sangrado también por su izquierda, Guatemala, martirizada desde 1954 por sus derechas genocidas apoyadas por Estados Unidos?

Cambiar la sociedad guatemalteca, la hondureña, la salvadoreña, vistos los resultados cubanos, venezolanos y nicaragüenses, habrá de estar unido a la voluntad de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños en las urnas, y a un estado con auténtica separación de poderes y respeto a las libertades.

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