El circulo vicioso. Dos son los efectos deletéreos fundamentales de la penetración del narcotráfico en nuestras sociedades:
- La corrupción y el debilitamiento institucional (dos caras de una misma moneda),
- El aumento dramático de la violencia (de quienes para resolver sus disputas no pueden acudir a la ley).
Ambos son efectos directos e inevitables de la política criminal que expulsa el negocio de las drogas al mundo de la ilicitud, la llamada “Guerra contra las drogas”.
Para no reconocer este rotundo fracaso, se afirma que es el precio del “combate contra la droga”. Sin embargo, se trata de un subterfugio, cualquier revisión estadística evidencia que los niveles de producción y consumo per cápita de drogas ilícitas a nivel mundial, se han mantenido constantes desde hace varias décadas. Las toneladas de droga incautadas y destruidas que nos muestran como prueba de éxito, no son otra cosa que manipulación simbólica: no tienen ninguna relevancia estadística en el consumo, pues forman parte de los costos de producción, y en todo caso inciden únicamente aumentando los precios y eventualmente desplazando la preponderancia de una sustancia ilícita por otra (baja el consumo de cocaína, pero sube el de metanfetaminas, por ejemplo).
Es decir, la “guerra contra las drogas” es absolutamente incapaz de cumplir su supuesto cometido (disminuir el consumo y la producción), al tiempo que es la verdadera responsable de un dramático deterioro de nuestras sociedades e instituciones. La razón fundamental: La ilicitud y criminalización de las drogas, no solo no disminuyen la demanda de estas, sino que más bien asegura la rentabilidad del negocio. Entre más difícil sea llevar un kilo de cocaína al país de destino, más costará y más rentable será el negocio. La ilicitud es la clave del negocio.
Relación simbiótica. La eventual (muy probable, aunque todavía no plenamente demostrada) penetración del narcotráfico en la Asamblea Legislativa y el Poder Judicial, debería llevarnos a reflexionar sobre este fracaso de la política criminal contra las drogas y la necesidad de replantear profundamente dicha estrategia.
Sin embargo, esto no ha sucedido y probablemente no vaya a suceder. Precisamente en el reciente llamado de un grupo de diputados a orar por la salud de los habitantes, mientras nos azota la pandemia, podemos entender por qué: disociación cognitiva y evasión de responsabilidades. Es más, lejos de ello, no sería extraño que las fuerzas represivas y represoras, se valgan de lo expuesto para pedir más de lo mismo.
Y es que los narcotraficantes y los anti-narcotraficantes viven en una relación simbiótica, que implica persecución y agresión recíproca (especialmente simbólica), pero paradójicamente eso justifica la existencia de ambos.
Como ya se expuso, es la criminalización lo que garantiza y hace prosperar el negocio de la droga; pero a su vez, es la existencia, reproducción y expansión de este negocio, lo que justifica los enormes recursos policiales y judiciales dedicados a “combatirlas”. De modo que la policía, al igual que fiscales, jueces y políticos, también se benefician indirectamente del negocio de la droga, pues este justifica sus presupuestos y discursos.
Precisamente por esta relación simbiótica, es que resulta tan sencillo como frecuente, los cambios de bando. Mientras unos se hacen informantes, otros se hacen corruptos. Y así se van entrelazando profundamente los lazos entre ciertos grupos narcotraficantes y las autoridades que supuestamente deben perseguirlos.
Digo “ciertos” grupos, porque justamente uno de los efectos de la “Guerra contra las drogas”, es el surgimiento de alianzas secretas entre algunos bandos del negocio ilícito y algunas autoridades; en perjuicio de otros bandos (y en ocasiones otras autoridades). En buena medida, los decomisos de esas toneladas de droga con que gustan impresionar a la opinión pública, no surgen de inteligencia policial, sino de “informaciones confidenciales” proveniente de bandos rivales. De esta forma, la policía al aparentemente atacar el narcotráfico en general, en realidad está trabajando para eliminar la competencia del grupo dominante (unas veces instrumentalizados, otras deliberadamente).
Por todo lo anterior, resulta natural que surjan serios y sistemáticos esfuerzos del narcotráfico y los legitimadores de capitales, por influir y penetrar en diversas instancias públicas. Claro, no para pedir la legalización (¡jamás, eso acabaría con el “bisnes”!), sino para asegurar su impunidad y el éxito de las operaciones. Así que no debería sorprendernos las visitas y reuniones entre unos y otros, es la propia “Guerra contra las drogas” la que crea los incentivos institucionales para que esto sea así.
Los tránsfugas y las voces de siempre. Mención aparte y final, merecen los mas eficientes articuladores de la simbiosis narco/público, que son necesariamente los más ambiguos. No son los que cambian de bando, sino los que trabajan para ambos: los agentes dobles. Gracias a ese juego doble, tienen una posición privilegiada (aunque siempre riesgosa claro está) que les permite prever los acontecimientos y adelantarse, haciéndole creer a unos y otros que sus aportes son indispensables. El ejemplo histórico paradigmático de la modernidad, es Joseph Fouché. O, en palabras de una buena amiga: son los que te apuñalan por la espalda, y luego van al funeral.
Por eso, los que ayer eran jueces, hoy defienden presuntos narcotraficantes; y los “expertos en seguridad” que ayer defendían la Guerra contra las Drogas, hoy hablan de legalización. En el fondo, se trata de personas que no creen en nada más que sus propios intereses, y por ello, para poder superar este circulo vicioso, lo primero que habría que hacer es desconfiar de los que siempre han estado ahí, supuestamente luchando contra el narcotráfico.
Solo voces nuevas y perspectivas diferentes, podrán guiarnos hacia al cambio de paradigma que urgentemente necesitamos: sustituyendo el enfoque represivo por uno de salud pública. Mientras no lo hagamos, nuestras instituciones seguirán deteriorándose y la violencia social aumentando, al tiempo que dichos grupos criminales y funcionarios corruptos continuarán enriqueciéndose, gracias al fraude de una guerra condenada irremediablemente al fracaso.
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