Hace más de un año, corrió la noticia que cambiaría por completo la manera en que estábamos acostumbrados a vivir: un virus, que inició en China, comenzó a propagarse hacia otros países, hasta poner al mundo entero en situación de pandemia.
Los establecimientos comerciales empezaron a cerrar. Los centros educativos implementaron clases virtuales. Los empleos (que podían) pasaron a teletrabajo, mientras muchas personas perdieron sus fuentes de ingresos. Todo esto nos deja un saldo en común: un aumento en el número de personas que se ven obligados a pasar más tiempo en sus casas.
Se han visto múltiples escenarios de cómo las personas han afrontado la situación; algunos lo han tomado como oportunidad para retomar algún pasatiempo, adquirir una nueva habilidad o fortalecer sus lazos familiares. Otros se han visto bajo los efectos de la desigualdad, ya que no todos viven bajo condiciones que les permita continuar con sus vidas desde la comodidad de sus hogares. Pero, hay un grupo de personas para las que, el hecho de que su núcleo familiar pase más tiempo en casa, en lugar de ser una ventaja, se ha convertido en una pesadilla: las mujeres víctimas de violencia doméstica.
Como se sabe, la violencia doméstica, es una problemática que se puede ver influenciada por la época del año o eventos masivos. Ejemplo de ello es el aumento de casos en días festivos/feriados, que muchas veces son relacionados a consumo de licor, o las denuncias que reciben los centros de atención telefónica sobre violencia manifestada hacia mujeres cuando se están jugando partidos de fútbol importantes.
Si en estos escenarios se ha visto un crecimiento en casos de violencia doméstica, siendo eventos relativamente cortos, ¿qué podemos esperar en el nuevo contexto, en que los agresores pasan días enteros encerrados junto a sus víctimas? Claramente, un aumento en dicha problemática, ya que, según datos de la ONU, en muchos países se han incrementado hasta cinco veces la cantidad de llamadas a líneas de atención para casos de violencia doméstica.
Podemos tomar en consideración los diversos factores que impulsan esta cuestión (partiendo siempre del principio de que los únicos responsables son los agresores y nunca las víctimas). Pero el impacto que esta pandemia ha tenido en la salud mental es, sin duda, un desencadenante al aumento en las agresiones hacia las mujeres. La incertidumbre por no ver un fin a la crisis, la histeria colectiva, la angustia ante el desempleo, además de las consecuencias implícitas en una persona que tenga que estar encerrada la mayor parte del día, son causas directas a esta situación
Sin duda, se sabe que esta pandemia ha sacado lo mejor y peor de las personas, por lo que quienes ya eran agresores desde antes, pudieron aumentar sus manifestaciones violentas, mientras que aquellos que presentaban conductas de alerta, sin llegar a llevar a cabo el acto violento, pudieron comenzar sus ataques agresivos contra sus allegadas. Las estadísticas a la hora de hablar sobre las perjudicadas de violencia doméstica abarcan un número mayor, el cual desconocemos, porque no siempre existe un subregistro que no nos permite saber a ciencia cierta cuántas mujeres están pasando por un proceso así.
Pese a que ya existen programas enfocados en la intervención y apoyo hacia víctimas de violencia doméstica, incluso desde antes de que comenzara la pandemia por COVID-19, la realidad es que no todas las mujeres afectadas recurren a estos servicios. Algunas pueden no tener la información sobre las opciones de ayuda que tienen a mano, mientras otras no tienen acceso a los medios que les permita solicitar ayuda ante sus diferentes escenarios, por lo que nunca está de más compartir esta información:
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