La teología cristiana ha sostenido a lo largo de los siglos que Jesús es el nuevo Adán, pero, desde los textos bíblicos, ¿qué o quién es ese ‘viejo Adán’ cuyo destino va unido al de Eva?

El hermoso relato de la creación está en el libro del Génesis, el cual forma parte de la Biblia hebrea (del Testamento Original) y de la Biblia cristiana (del Testamento Tardío), la cual es una revisión drástica de la Biblia de los judíos.  Lamentablemente, varios eruditos bíblicos alemanes del siglo XIX (K. H. Graf, W. Vatke y Wellhausen), para elaborar presuntamente una diáfana descripción histórica de la religión de Israel, propusieron modernamente el a priori hegeliano de que la fe israelita era una preparación primitiva para el advenimiento de la verdadera religión, es decir, el cristianismo.  Veamos el relato del Génesis.

En el Génesis, Yahvé no es un alfarero, simplemente coge un puñado de tierra húmeda y moldea a un varón.  La escultura de arcilla se convierte en carne, es decir, en un ser vivo, cuyo nombre es Adán para recordar que fue hecho de polvo de arcilla roja.  Adán es modelado a partir de adamah (arcilla roja).  (Esto es un monismo radical, es decir, que la realidad última de todo ser humano está compuesta en su totalidad como una única sustancia, siendo lo material y lo psíquico idénticos en su esencia tras la composición.)

Adán lleva dentro aliento de vida como un ser unificado.  La mujer es creada, pues no es bueno para el hombre estar solo, pero, curiosamente antes, todos los animales son nombrados por él, menos la mujer, la cual es ha sido creada “igual a él” o “junto a él” (Gen 2,18).  Adán nombra a la mujer como mujer, suena cómico, pero es así, y la recibe como su pareja.

En un sueño profundo (tardemah), Yahvé hunde a Adán para indicar el misterio del amor.  Este sueño pesado no es natural, aunque relacionado con el misterio del nacimiento.  Este es el primer caso masculino de alumbramiento, nada despreciable, pues la palabra ‘costilla’ indicaría una operación de construcción de una estructura mucho más elaborada y bella (H. Bloom).  La complejidad de la mujer, recién creada, se debe a que ha sido creada de un ser vivo, no de arcilla y que, además, no necesita que le insuflen aliento en su nariz, pues hay que presumir que ella es animada.  Yahvé aprendió a hacer mejor su tarea, y esto suena divertido.

Ahora aparece en escena la serpiente, la cual vive también en el Edén.  La serpiente conoce la malicia; Adán y Eva, no.  En la toma de conciencia de estar desnudo (’arom), también está ser astuto o malicioso (’arum).  Varón y hembra toman conciencia de su desnudez, como también está desnuda la serpiente, en su carácter natural.  La desnudez de Adán y Eva es idéntica a la desnudez/astucia de la serpiente.  La serpiente es una criatura —la más sutil— de Yahvé en el Edén, sin más.  Así pues, los dones naturales no darían ninguna vergüenza o culpa original.

Este relato convierte a la mujer en la criatura más imaginativa y curiosa, mientras que Adán es quien imita. Cuando uno se conoce, conoce su desnudez; abrimos los ojos, vemos todo al vernos a nosotros mismos, a los otros, como un objeto.  La desnudez de ambos se traslada como culpa a la serpiente —y esta no se menciona más en la Biblia hebrea—, mientras ellos han dejado la ‘infancia’ y adquieren la astucia de la serpiente.  Esto es una tragedia familiar:  expulsados, ya no tendrán cerca a Yahvé, padre y madre, quien disfruta la brisa del atardecer. Entonces, el yerro desdichado fue desafiar a Dios (C. Westermann), nada más.  No hay ni crimen ni pecado alguno —Satán no aparece en ninguna parte de este relato tan hermoso de la creación.  La introducción de Satán en la interpretación de este relato bíblico provendría de las reflexiones gnósticas posteriores—.

Después de tocar o comer del árbol de la vida, se recapitularía eternamente el suceso, es decir, se estaría “de hecho allí”, y el origen y fin de la vida es igual para todos:  dolor y esfuerzos de parto y trabajo duro para ganarse el pan de cada día.  La arcilla de que está hecho Adán es la misma de la vida y de la muerte.  La expulsión del Edén no se debería a la caída, sino al Árbol de la vida.

No se ve por ningún lado un sentido normativo (moralizante) en el relato bíblico.  Hasta ahora no hay indicios de ninguna ‘caída’ de un plano superior a otro inferior ni de ningún matrimonio santificador entre el hombre y la mujer.  A lo sumo, el amor sexual une en el acto, pero no esencialmente (H. Bloom) y solamente en el caso de Adán la mujer es hueso de sus huesos y carne de su carne.  Desde entonces, a lo sumo, los seres humanos pueden abrazarse con todas sus fuerzas aquí y ahora.  No hay nada que reparar entre el varón y la mujer, ni tampoco hay nada pecaminoso (moralizante) en este relato bíblico del Génesis, salvo que la reflexión teológica cristiana lo tuerza con su eiségesis.

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