¿Por qué participar?

Alberto Cañas decía que las convenciones para elegir candidato presidencial debían ser una cosa cerrada del partido. Yo creo que el viejo estaba equivocado. En un mundo ideal, las elecciones presidenciales deberían ser una decisión difícil porque tendríamos para escoger las mejores opciones posibles. En vez de eso, con demasiada frecuencia terminamos escogiendo al “menos malo”, como se autodenominó Luis Fishman.

Si dejamos la elección de los candidatos a las intriguillas y jugarretas políticas de los partidos, a menudo quedaremos entre la espada y la pared. No es imposible, quizás ni siquiera difícil que líderes políticos muevan los hilos de las estructuras para cuasi autoelegirse.

No se mantiene la democracia sacando media hora cada 4 años. Es mucho más que eso. Pero si no nos vamos a involucrar tanto como pudiéramos, deberíamos involucrarnos lo mínimo que debiéramos. Ese mínimo, como yo lo veo, es asegurarnos que a "la ronda final" solo lleguen las mejores opciones objetivas. De cierta forma, de rebote, elegir a los mejores también significa sacar de la carrera a quienes creemos que serían realmente dañinos.

¿Y la adhesión?

Debemos participar de tantas convenciones partidarias como sea posible. Y si eso significa darle la adhesión al partido, pues que así sea. La realidad es que dar la adhesión no es un pacto con el diablo. A decir verdad, no significa nada. Como mucho, para el partido que la reciba significará que puede decir que tiene tantas o cuántas personas militantes que participaron de su convención, y ya. Eso es todo.

Hay partidos que piden firmar una boleta, pero eso solo significa que tienen su correo y número de teléfono para una eventual campaña de comunicación —asumiendo que lleven la cosa en orden—, si no, pues datos perdidos en algún archivero.

Más aún, en el momento en que se participa en una segunda convención, la adhesión al primer partido se rompe. Después de la última participación es tan simple como presentar una carta en el partido diciendo que se quiere renunciar a él. Y listo, eso es.

¡Participemos! Si no queremos que una hipotética segunda ronda nos toque escoger, entre lo malo y lo peor, empecemos por llevar solo los mejores a la primera ronda.

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