Durante siglos, las mujeres hemos peleado por nuestro reconocimiento en la gestión política y, en esa disputa, hemos aprendido que la mejor herramienta para enfrentar las limitantes que nos impone la sociedad patriarcal es la sororidad, se trata de romper esa barrera invisible, pero real, sistemática y estructural, la misma que garantiza una exclusión del 53% de las mujeres de la participación laboral en Costa Rica.

No ha sido una lección fácil de aprender, porque para ello debemos vencer todas las conductas excluyentes, por parte de los compañeros, así como machi placientes, por parte de compañeras, que nos alejan de la tarea de romper con ese techo y, en nuestras gestiones, como jefas, como presidentas, como diputadas, incorporar a otras mujeres y respetar sus voluntades políticas, así como sus espacios.

Desgraciadamente en ocasiones prevalecen las prácticas antidemocráticas y los acuerdos de caballeros, como ocurrió este jueves en la instalación de la Comisión Permanente Especial de Discapacidad y Adulto Mayor, donde fui testigo de una clara manifestación de irrespeto y violencia política hacia dos diputadas.

Con una actitud solidaria y de reconocimiento al trabajo realizado por esta comisión en la legislatura anterior, dos compañeras me externaron su apoyo para reelegirme como presidenta de esta comisión. Una de ellas me presentó como candidata. Ya teníamos un acuerdo para proseguir con el trabajo de la comisión que, en conjunto, hemos construido.

Acto seguido ingresaron a la sala cuatro diputados y una diputada, tres jefaturas de las fracciones representadas en esta comisión y el vicepresidente de la Asamblea Legislativa. Dos de los diputados les indicaron a sus respectivas compañeras diputadas cómo tenían que votar en la elección, muy distinto a como ellas habían decidido hacerlo. Ambas se mostraron muy contrariadas e indignadas porque nadie les había informado, hasta ese momento, que había un acuerdo entre caballeros para designar la presidencia de la comisión. Alcancé a ver que una de ellas le tomó una foto al voto.

Quisiera aclarar que esto no se trata de quien gana o pierde una elección, en una democracia el respeto a las voluntades va más allá del momento concreto de la votación. Se trata de evidenciar el trato a compañeras que fueron excluidas del diálogo y la negociación que condujo a un acuerdo. Casi se podía escuchar “usted, mujer, cambia el voto porque yo, hombre, lo digo”.  Una de ellas terminó disculpándose conmigo por haber cambiado nuestro acuerdo.

En otras comisiones apoyamos la reelección por el trabajo realizado anteriormente, por el liderazgo, por el rendimiento, la productividad, el trabajo de equipo y la buena coordinación entre las diputaciones y sus despachos. Sin embargo, en la comisión de discapacidad nada de eso importó a los caballeros que tomaron el acuerdo de cambiar la presidencia.

Me pregunto ¿Sabrán estos caballeros cuánto esperan las personas con discapacidad y las personas adultas mayores de esta comisión? ¿Habrán revisado al menos los proyectos dictaminados y pendientes? ¿Estudiaron la labor de mesas de trabajo y las consultas con las poblaciones históricamente vulneradas para incorporar sus perspectivas en los proyectos de ley que construimos e impulsamos? ¿Entendieron la necesidad de control político que se hace a toda la institucionalidad pública, incluido el Primer Poder de la Republica, por incumplimiento de derechos de estas poblaciones? Evidentemente no.

Y de nuevo me pregunto ¿Será que les interesa la opinión e inquietudes temáticas de las compañeras de fracción, para considerarlas en las negociaciones y acuerdos, o al menos acuerdos informados previamente? O ellas son objeto que, desde la perspectiva patriarcal, se mueven como piezas de ajedrez para ejercer poder.

Agradezco las muestras de apoyo y reconocimiento de diputadas, diputados y de otras personas, por la gestión de esta legisladora. No obstante, me veo en la obligación de señalar estos acontecimientos, por las mujeres que nos vemos excluidas de esos acuerdos patriarcales, que aún en posiciones de poder nos topamos con techos de cristal, por las que en medio de esta crisis se enfrentan a suelos pegajosos que las apartan aún más de su autonomía y dignidad, por la población adulta mayor y la población con discapacidad que merecen el reconocimiento absoluto de todos sus derechos.

Lamento profundamente que haya manifestaciones de violencia política contra las mujeres, en un espacio que debería estar al servicio de las personas con discapacidad y personas adultas mayores, y orientado mediante acuerdos sororos en apego a las múltiples necesidades que aún enfrentan estas poblaciones.

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