De esta saldremos como mejores personas, decíamos muchos con optimismo hace ya un poco más de un año.

Nos desanima saber que durante el largo proceso de la pandemia y el agravamiento de la crisis actual, lo que más ha prevalecido ha sido el odio, la indiferencia y el individualismo.

El Covid 19 llegó sin que el mundo estuviera preparado, ni se supiera cómo enfrentarlo de forma óptima.  Países desarrollados como Alemania, Italia, España, Estados Unidos han sucumbido en algún momento ante la pandemia.  Igual ha sucedido en nuestra región latinoamericana. ¿Qué nos podía hacer pensar que en Costa Rica todo tenía que ser diferente?  A la larga, la realidad histórica de que no hemos estado acostumbrados a la adversidad nos vino a jugar ahora una mala pasada.

Peor aún. La pandemia ocurre en tiempos de gran polaridad social en nuestro país, donde todo se politiza o todo se critica, la mayoría de las veces sin fundamento o conocimiento técnico o científico alguno propiciando clima de negatividad y animadversión.

Ciertamente la epidemia desde que llegó produjo miedo, ansiedad y estrés.  No pocos, como mecanismo de defensa para protegerse a sí mismos, han buscado crear una realidad paralela en la que se niegue la pandemia, se niegue su gravedad, se niegue la eficacia de las vacunas, y se niegue que son negacionistas porque hasta les ofende admitir esto último.  Al fin y al cabo, el objetivo es no enfrentarse a una realidad que no podemos controlar que a su vez es caldo de cultivo para teorías conspirativas, creer más a ideas falsas o fantasiosas que a la ciencia, rodearse de gente que piensa igual y buscar información que confirme sus creencias, haciendo cada vez su convicción más fuerte.

También está por otro lado quienes simplemente no les importa, pues son indiferentes al dolor ajeno.  No les importa que se enfermen o se mueran otros, pues creen que el virus nunca les va a producir la muerte a ellos o a un ser querido.  Lo único importante es poder continuar con su vida de placer o de trabajo, sin que nadie o nada los restrinja.  Que se sacrifiquen todos menos yo.

Ante la gravedad de lo que se nos vino encima, muchos han buscado echarle la culpa a alguien o algo y de esta forma han transformado su miedo en odio.  Odio a las autoridades políticas, odio al Estado, odio a la institucionalidad.  Todos son culpables excepto yo y los míos.

Como si fuera poco, resulta que al estar en tiempos electorales, candidatos presidenciales y sus allegados políticos -demostrando por cierto gran bajeza- se empeñan en utiliza el tema de la pandemia de forma populista, basados en desinformación, tratando sacar provecho de ello en su lucha desesperada por sumar adeptos y obtener poder.

No existen medidas restrictivas que ofrezcan solución si no hay cambio de actitud y se de el cumplimiento de por parte de la población de los protocolos sanitarios a partir del firme convencimiento que esto es nuestro deber patriótico y humanitario.   La fuente más importante de contagios no está en los restaurantes, en los teatros o los comercios donde la amplísima mayoría cumplen los protocolos.   Está en los barrios, en los vecindarios, en las fiestas clandestinas, las actividades sociales, eventos privados, en los paseos grupales, en las “burbujas” de varias familias, todo lo cual se seguirán dando por más restricciones que se impongan, hasta tanto no se de un cambio profundo en nosotros mismos.

Se hizo creer que la solución estaba en una declaratoria de alerta roja a nivel nacional. Hoy, si nos informamos, podemos entender que ese tipo de alerta lo que conlleva es la suspensión de libertades individuales y la paralización general y cierre de todo el país, todo lo cual provocaría un daño aún mayor al ya existente por la pandemia y lo peor de todo, es que no permitiría hacer más (en vacunación, destinación de recursos, etc.) de lo que ya se permite con la declaratoria de emergencia de marzo del año pasado.

Muchos tienen la fe puesta en las vacunas como solución inmediata a la crisis actual.  Las vacunas sí pueden llegar ser solución a mediano y largo plazo pero hasta cuando se alcance inmunidad de rebaño (alrededor de un 70% de la población vacunada), por lo que no son solución inmediata a la crisis hospitalaria actual.

El proceso de vacunación no ha sido perfecto.  Puede y debe ser mejorado sobre todo en las clínicas que van con rezagos importantes en sus grupos, pero tenemos que entender que tampoco es que todas las clínicas del país están con sobresaturación de vacunas.  El país va vacunando conforme hay disponibilidad y esta disponibilidad existe conforme van llegando al país las 7 millones de dosis contratadas con anterioridad, más las 2 millones adicionales recién anunciadas que servirán para vacunar a jóvenes de 16 a 18 años que no estaban contemplados originalmente y también para dejar como previsión en caso de ser necesaria una tercera dosis.   El país hizo en forma correcta y de forma anticipada las compras de las mejores vacunas disponibles, que tenían aprobación de la agencias de medicamentos internacionales más serias.   La farmacias y centros de salud privado no pueden vender vacunas no por trabas gubernamentales sino porque las farmacéuticas, ante la limitada producción, solo las venden a gobiernos.  Lo que muchos no entienden es que, por desgracia, estamos en medio de una crisis que es mundial y existe una sobredemanda de vacunas y una muy limitada oferta de parte de las casas farmacéuticas, todo lo cual se ve complicado por países muy poderosos que han comprado muchas más dosis de las que necesitan y las farmacéuticas se las han vendido porque les han pagado a un precio muy superior al que los países en desarrollo como Costa Rica no pueden pagar. O el caso de Estados Unidos en que la administración Trump firmó acuerdos con las farmacéuticas según los cuales hay impedimento para que las vacunas que tienen en exceso puedan salir de territorio estadounidense.   A pesar de todos estos inconvenientes globales, sabían que el porcentaje de la población con vacunación con doble dosis que llevamos está entre los mejores a nivel de Latinoamérica?

Por otra parte, cada sector afectado da sus argumentos. Muchos de estos argumentos son antagónicos con los que esgrimen otros sectores y paradójicamente todos llevan razón.  Nos falta empatía para ponernos en los zapatos de los otros pero también ecuanimidad, calma, solidaridad, y ver más allá de nuestro propio entorno para entender que es una crisis o guerra mundial con un enemigo común que es el virus y no los ticos mismos.  Prácticamente todo el planeta se ha debatido entre economía y salud y no existe un justo medio donde todas las partes queden satisfechas.

En esta guerra, el primer frente de batalla lo ha tenido que conformar costarricenses valientes, sacrificados y admirables como lo son los miembros del personal médico y administrativo de los hospitales y sistemas de salud a quienes con justa razón les duele y les ofende cuando ven que la población sigue su fiesta.  Sin embargo, y como se ha insistido, la lucha no se gana en los hospitales, ni la solución está en poner más camas UCI o ventiladores porque igual no va haber equipo técnico ni recurso humano capacitado para atenderlo.  Los llamados a ganarla somos todos y no hay que ir más allá o buscar soluciones o medidas milagrosas.  La única alternativa inmediata es acatar las medidas sanitarias que nos han recomendado e insistido a lo largo de un año y más en la emergencia.

Cuidémonos mucho. Extrememos medidas.  Eliminemos toda actividad social. Cero paseos en grupo, cero fiestas de todo tipo y si lo llaman a vacunarse, vaya. Vacúnese y a pesar de todos nuestros problemas, valoremos la maravilla de tener una C.C.S.S. y vivir en un país como Costa Rica y no dejemos de hacer conciencia en los demás.  Con quedarnos en la queja no aportamos nada a la solución.

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