Esta columna y podcast tratan sobre la muerte de una familia por lo que podría ser detonantes para algunas personas.
Los tres hombres en su vida eran 100% futboleros. Tal vez es por eso que Hazel no olvida que el Mundial 2010 en Sudáfrica recién había comenzado. Ese sábado jugaba uno de los favoritos, Argentina… ¿sería contra Nigeria? Sebastián y Marcelo tenían práctica en la escuela de fútbol de La Liga y le tocaba a Gustavo, su esposo, llevarlos porque el sábado anterior Hazel había sido el chofer en doble tanda. Los tres salieron temprano, y Hazel decidió dormir un poco más. Poco tiempo después recibió la llamada que le cambió la vida para siempre.
“No los voy a volver a ver”
Un accidente de tránsito. Hazel recuerda todo como si hubiera estado flotando en el limbo. El manejar hasta la pista, el ver la escena, el ser recibida por los rescatistas, el cómo volvió a su casa, la vela, el funeral, los días siguientes.
Que lo que siguió fue un proceso indescriptiblemente duro, está más que de sobra decirlo. Hazel es una persona profundamente religiosa, pero en esos días no quería saber nada de Dios. “¿Para qué me vacilaste?” me contó que le decía, “¿Para qué me dejaste ser mamá si sabías que te los ibas a llevar tan rápido?”.
Poco a poco, Hazel tuvo que enfrentarse a las fotos que ilustraban su hogar, a la ropa que habían dejado atrás las personas a las que más había amado en su vida. Hazel se dio cuenta de que, aunque adentro de la casa que habían estrenado hacía poco tiempo en La Garita todo se había detenido, afuera el mundo seguía adelante. “Nadie te va a resolver, más que vos, tu vida”, me dijo en este episodio del podcast De Tripas Corazón.
Pudieron ser esas evidencias esparcidas por su casa, que le recordaron la vida que construyó con su familia, las que transformaron la postura de Hazel. De pronto sintió muchísimo agradecimiento, se sintió agradecida de haber podido experimentar el amor más grande que hay: el de una madre por sus hijos. Y aún más, decidió que, si pudiera regresar en el tiempo y le ofrecieran la oportunidad de volver a tener su familia, aun sabiendo lo que el futuro deparaba, lo volvería a hacer.
Caminar de nuevo
Han pasado muchos años, y Hazel se permitió hablar de esta experiencia públicamente por primera vez en su vida. Lo hizo porque piensa que, si sus palabras pueden ayudar a alguien, entonces vale la pena. Además de su fe, la cual recuperó y fortaleció, Hazel identificó otras cosas que la ayudaron a levantarse y encontrar de nuevo la alegría en su día a día.
El servicio fue clave. Hazel se involucró en labores de voluntariado en las que conoció a personas en condiciones de extrema vulnerabilidad. Las largas conversaciones le dieron perspectiva, se dio cuenta que aún en su situación, su vida era afortunada. Encontró humildad, dado que antes había sentido un cierto nivel de desprecio por las personas indigentes o drogadictas. Hazel veía el mundo en blanco y negro y de pronto éste comenzó a llenarse de diferentes gradaciones de gris.
Fundamentalmente, el agradecimiento. Y no un agradecimiento por cosas de gran trascendencia, si no por las pequeñas cosas que nos ayudan a disfrutar la vida, y que podemos dar por sentado: una taza de café, una cama bajo techo, amigos. “El poder disfrutar de estar vivo” me dijo, “es una página en blanco que podés usar para escribir tu propia vida. Está en vos.”
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