En el momento más crítico de la pandemia, cuando el promedio de muertes por día alcanza los valores más altos, es evidente la existencia de una crisis ética más allá de la crisis en el liderazgo. Es lamentable que las autoridades ignoren el llamado del personal de los hospitales y que los hayan abandonado a su suerte, así como a sus pacientes, actuales y futuros. Subyace un desdén por el valor de la vida. Simplemente no es ético propiciar un "sálvese quien pueda".
Mueren familiares, vecinos, amigos y lamentablemente seguirán muriendo por esta terrible omisión, directa o indirecta, en la toma de decisiones. Evidenciamos un serio problema ético sobre la valoración de la vida humana. ¿Vale más el mantenimiento de la economía que salvar vidas? ¿Se justifica restringir algunas libertades individuales con tal de salvar vidas? ¿Vale la pena cometer algunas injusticias, por ejemplo, cerrando algunos comercios, con tal de salvar vidas? ¿Qué priva, el valor de la justicia o el de la vida? ¿Cuál es la mejor manera de actuar bien?
Uno esperaría que los líderes se hayan detenido un momento a plantearse y responder este tipo de preguntas. Que hayan establecido un marco de valores y principios sobre el cual orientar la toma de decisiones. ¿Lo habrán hecho? ¿Si lo hicieron, por qué no lo han compartido? Nos ayudaría a entenderlos mejor. Esta crisis ética, sin embargo, no es exclusiva de los líderes del país. Es también una crisis ética en la sociedad, según se observa en las reacciones de instituciones, cámaras, prensa y gran parte de la ciudadanía. Asimismo, espanta el gran silencio de muchos que deberían estar alzando su voz. Silencios cómplices.
Por otro lado, apelar solamente a la conciencia y la responsabilidad de los ciudadanos es claro que no ha funcionado. Es irresponsable asumir que toda la gente actuará responsablemente. Por tanto, es necesario repensar la necesidad de declarar alerta roja y establecer cierres temporales, con las respectivas implicaciones éticas y económicas. Es claro que este tipo de decisiones no son fáciles de tomar, además no serán totalmente aceptables y menos aún entendidas. Sin embargo, es mucho peor no tomar decisiones.
Consecuentemente, será necesario replantear los subsidios del gobierno a personas y pymes, utilizando, por ejemplo, recursos de un impuesto solidario, extraordinario y temporal, a todos los empleados públicos y privados de deciles superiores, o recurriendo a los mecanismos que dispone el Banco Central, aunque sean innombrables para los economistas clásicos. Es una situación excepcional y urgente. Es un asunto de proteger vidas. Será prácticamente imposible salir de esta crisis sin afectar intereses personales y colectivos.
Por último, todas estas omisiones en la toma de decisiones posiblemente estén propiciando una horrible especie de selección natural que posiblemente afecte, en mayor proporción, a las clases sociales más vulnerables desde un punto de vista socioeconómico. Esto se paga con vidas o secuelas permanentes. Hagamos algo para evitar el fracaso de nuestra sociedad. Que esta crisis ética no nos sea indiferente.
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