La no ratificación del Acuerdo de Escazú es una clara indicación que estamos perdiendo nuestros derechos constitucionales de participación, democracia y acceso a un ambiente sano. La clase política se ha asociado a la económica para garantizar la permanencia de un modelo obsoleto, que ya no es apto para el propósito (si alguna vez lo fue) y que le arrebata los derechos fundamentales a todos los ticos, incluyendo los que aún no han nacido. ¡Actuemos ya!

Según los límites planetarios —publicados en el 2009 por primera vez— la pérdida de biodiversidad tiene en alto riesgo la probabilidad de los humanos de seguir en este planeta. Para seguir vivos, necesitamos de la biodiversidad, que es la que garantiza que los ecosistemas nos brinden los servicios que requerimos para mantenernos en este planeta —alimentación, oxígeno, estabilidad climática, salud, y también el disfrute de lo maravilloso, que alimenta nuestra espiritualidad. Así de sencillo, estamos avanzados en la sexta extinción planetaria y en 75% de la superficie terrestre, los ecosistemas ya no pueden mantener la vida humana. Un niño que nace hoy en Costa Rica puede ver menos del 60% de la vida que vieron sus padres. Yo aún recuerdo tener que limpiar los parabrisas cada vez que salíamos de la ciudad. La forma de producir nuestros alimentos (agricultura comercial y uso de fertilizantes sintéticos) también nos tienen en riesgo extremo de desaparecer. Mientras tanto, ninguno de los 193 países firmantes del Plan Estratégico para la Biodiversidad, acordado en Nagoya en el 2010, llegó siquiera cerca de cumplir las 20 metas sencillas que nos propusimos para salvar la vida en el planeta. Nos quedan muy pocos años antes de llegar a momentos irreversibles, la extinción es para siempre.

Cuando el editorial de La Nación incorpora el siguiente texto: “La defensa del ambiente no debe exponer el desarrollo de actividades productivas al capricho de grupos motivados por el radicalismo o propósitos inconfesables”, demuestra la plena ignorancia de quien lo escribe. Ignorancia que también afecta a la mayoría de los tomadores de decisión y quienes los asesoran. Ignorancia que ha sido fomentada por el reduccionismo en nuestro sistema educativo e institucional y promulgada por los famosos programas de MBA que pregonan la competitividad y lo económico como principal meta de vida. ¿Alguno de ellos habrá leído los informes que aseguran que el origen del coronavirus es la destrucción de la naturaleza y que hay hasta 870 mil virus más que van a saltar con más frecuencia y más impacto a la humanidad si seguimos poniendo la economía antes que la vida?

Durante muchos gobiernos hemos visto como se ha ido impactando la naturaleza en Costa Rica, la misma que nos ha puesto arriba en el estrado internacional y que nos ha convertido en un pequeño país ejemplo. La excusa es el desarrollo económico. Economistas, abogados, empresarios y hasta personas sin formación académica alguna, que toman las decisiones relevantes en el Poder Legislativo, siguen afirmando, como lo hacían mis profesores de economía hace 40 años, que el desarrollo económico es lo más importante y que no debe estar afectado por “abusos ambientales”. Hoy tenemos claro que el Producto Interno Bruto —que también se podría llamar Producto Interno para Brutos— nunca tuvo relación con el “desarrollo”, pero, además, está estrechamente correlacionado con la inequidad (crece el PIB, crece la inequidad). El Poder Ejecutivo se ha encargado durante décadas de privilegiar el desarrollo económico y este gobierno, de manera muy sutil, ha logrado desarticular la institucionalidad ambiental para dar paso a “destrabar” proyectos, y sus excusas son dinero y empleos.

Nuestra democracia también está sufriendo un deterioro acelerado. Un modelo educativo, desarrollado para producir trabajadores para los industriales hace 200 años, aunado a la obsolescencia de sus contenidos y prioridades, ha generado una población pasiva, sin argumentos, que se informa (¿educa?)  en las redes sociales. La mezcla de política y religión y en especial las iglesias accionando en los procesos políticos, refuerza la incapacidad de un análisis crítico que pueda desafiar la desinformación difundida – el dogma predomina. Actualmente somos testigos de una campaña política más populista que nunca, sin contenidos relevantes, sin propuestas reales para la solución de problemas, usando artimañas de políticos de antaño, pero con grandes recursos respaldando la manipulación de la desinformación en las redes sociales. Vemos candidatos usando argumentos falsos sin siquiera arrugar sus caras, al mejor estilo Trump. Políticos de ultraderecha divulgando fotos abrazando árboles. Vemos cómo otros intentan desacreditar la institucionalidad nacional, que nos ha permitido llegar bien o mal, a donde estamos. Son tan descarados que, por ejemplo, culpan al gobierno del desempleo ocasionado por el COVID-19 o la falta de vacunas. ¿Será que un trabajo estético en el rostro hace más capaz a un futuro presidente? ¿Es la imagen percibida la razón de elegir?

Costarricenses, nos toca tomar una decisión importante. Para asegurarnos un futuro, ya no es suficiente frenar el deterioro del ambiente – un estudio de impacto ambiental puede ser legal, pero es inmoral. Cualquier proyecto debe favorecer la regeneración planetaria. Es hora de poner en primer lugar la vida, la de todos los seres vivos con que compartimos nuestra existencia.

Hoy tenemos toda la ciencia, conocimiento y demostración que se puede producir en abundancia en armonía con la naturaleza. Lo llamamos desarrollo regenerativo, que nos permite co-crear el futuro que queremos, en vez de aprender a adaptarnos a un planeta en colapso.

Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro”, Carta de la Tierra.

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