Las cuatro letras del tetragrámaton YHVH constituyen el nombre propiamente del Dios de la Biblia hebrea, en donde aparece unas seis mil veces. Es una conjetura saber cómo se pronunciaba el nombre 'Yahvé'. En Jueces 5, antiguamente, en la Canción de Guerra de Débora (s. XI a.C.) se usaba el nombre Yahvé. En el siglo X hay referencia del uso del nombre en Siria. Después del retorno de Babilonia (s. V a.C.) se le daba connotaciones mágicas al Nombre y ya no se pronunciaba. En su lugar, se le llamaba 'Elohim' (ser o seres divinos) o 'Adonai' (mi Señor). Cuando llegaron los griegos, los judíos empezaron a referirse a Él como Kyrios, la palabra griega para Adonai o Señor.

Yahvé no es un maestro, sino alguien que reprende, que camina y charla con los hombres y con los ángeles: devora lo alimentos preparados por Sara en Mamre y se va de excursión al Sinaí con setenta y tres ancianos de Israel. Yahvé es enigmático, pero también astuto como Jacob, que se gana el nuevo nombre de Israel. Celoso, turbulento, inquisitivo y travieso, así es Yahvé. Y paradójicamente, se ocupa especialmente de los judíos y también muestra una maligna negligencia hacia su pueblo ante su llamado desesperado. Los seres humanos perecen tomen o no la espada, y Yahvé hace suyas las guerras de su pueblo. (¡Como el Jesús sedicioso de los evangelios!) Yahvé no es amor, sino amor y miedo, miedo y amor, en una fusión destructiva como cuando se dan entre personas, pero idónea solamente con él. El amor según Yahvé consiste en mantener la Alianza original (véase Levítico), claro está. De esta manera, el judaísmo enfatizó la Alianza, la cristiandad le profesó su fe a Jesucristo como la Nueva Alianza y el islam fue la sumisión a la voluntad de Alá, pero ni la confianza del judaísmo, ni la fe de los cristianos, ni la sumisión son conocimiento de la esencia divina. Yahvé desprecia la teologización, aunque le guste la teofanía, es decir, manifestarse. (Por favor, no hay “teología del Antiguo Testamento”, pues Yahvé no es un concepto teologizable.) Yahvé es la otredad trascendente; y uno no lo encuentra en la Biblia, sino que Él te busca.

Jesús el Nazareno anhelaba a Yahvé y solo a Yahvé. Los predecesores de Jesús fueron Abraham, Moisés, Elías y Juan el Bautista, pero a quien imitaba era a Yahvé. Jesús fue un rabino, enseñaba la Torá y, aunque se permitía ciertas licencias al aportar interpretaciones, no vino a abolir la Ley, sino, como señalan los evangelios, vino a darle cumplimiento. Las disputas de Jesús con los fariseos tenían que ver con las desavenencias producto del intenso deseo de perfección de Jesús como maestro fariseo.

Ni el Tanakh, ni el Talmud, ni la Cábala, ni el Nuevo Testamento, ni el Corán juntos puede abarcar lo que es Yahvé, además de que no lo dice explícitamente. Yahvé supera totalmente el entendimiento humano. Eso sí, es una persona y una personalidad, que incluyen complejidades y laberintos inexplicables, no obstante, el talento interpretativo de los sabios del Talmud y la Cábala, así como en el Corán que enfrentaron los sufíes, y cuyo nombre es Alá. Yahvé somete a los hombres a su voluntad. No hay oposición entre 'naturaleza' e 'historia', pues su reino es totalmente terrenal. Su tierra es adánica y no hace falta imaginarse el cielo. Yahvé no es un dios celestial, sino un hacedor de Jardines, al que le agrada hacer picnic a la sombra de un terebinto. ¿Algún Dios puede ser más humano que Yahvé? (¿Qué necesidad hay de que Dios (Hijo) se encarne si siempre ha sido cercano a su pueblo?)

Aquí surge un problema serio: la teología cristiana ha insistido que Jesús es Yahvé después de la Resurrección, pero no se comprende cómo, sincerémonos. Con esto queda sin solucionar la paradoja cristiana de que Yahvé, la más inquietante de las entidades (real o ficticia, ese no es el punto), haya engendrado de algún modo a Jesús el Nazareno. Estrictamente, antes y en tiempos de Jesús la gente no resucitaba, sino más bien era llevada directamente donde está Yahvé sin morir, tal es el caso de Enoc, Elías y Eliseo. Además, resulta extraño que Jesucristo hable tan diferente a Yahvé y que no tengan conversaciones permanentemente. Que Dios se suicide como le pasó a Jesucristo es propio de una tragedia griega no del Tanakh. Que Yahvé (en la persona del Hijo) sea crucificado es un oxímoron, como también lo es hablar de 'cuerpos espirituales', según Pablo de Tarso (2Cor 12, 1-4). Jesucristo, el de la teología, es divino por influencia helenística, mientras que Jesús el Nazareno es un judío de carne y hueso.

Como señala Arthur Marmorstein, “una de las vacuas ideas inventadas estúpidamente por los estudiosos gentiles a fin de convencerse de que el judaísmo era una religión sin vitalidad y calidez, en la que no cabía la cercanía de Dios (ni la cercanía del hombre a él”, fue pensar a Yahvé como un Dios distante y alejado de los intereses humanos. Ni una ni la otra, pues con Yahvé la paradoja no se ha resuelto.

O los seres humanos están entre el carácter trascendente o en medio de simples mecanismos de entropía, mas sería Yahvé, con su ambigüedad esencial, quien marca la frontera entre ambas posibilidades, claro está que en aquellas culturas que derivan del hebraísmo y su helenización (judaísmo, cristianismo e islam). Amar a Jesucristo es una moda, pero amar a Yahvé es una empresa quijotesca.

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