Días atrás el presidente de Colombia, Iván Duque, propuso una reforma tributaria para “aliviar” los efectos que causó el COVID-19. Una reforma que tenía como propósito, entre otras cosas, aplicarle el Impuesto de Valor Agregado (I.V.A.),  que llega al 19%, a muchos bienes y servicios de consumo básico que hasta el momento se encontraban exonerados; una aplicación que iba a llegar a empobrecer a una clase media cada día más pequeña y a hundir aún más a quienes menos tienen.  A raíz de dicha situación, sumado al malestar por el atraso en la tan esperada vacunación y un contexto político y social ya agitado, la ciudadanía colombiana decidió tomar las calles de su país en protesta de un gobierno que se olvida de las personas menos favorecidas y amigo de las grandes empresas. La gran mayoría de las protestas compuestas por personas jóvenes.

No es un secreto que la región latinoamericana se encuentra bajo el asedio de gobiernos populistas, déspotas, corruptos, con una población que cada vez más desconfía de las instituciones del Estado y de las estructuras partidarias; una región que siempre se ha encontrado en una constante conmoción política y que desde años más recientes ha visto el poder de los movimientos sociales en protesta. Las personas jóvenes han sido la chispa que enciende el fuego del malestar y que han logrado ser oídas y vistas por gobiernos que son indiferentes a los reclamos, basta con analizar las protestas en Chile en 2019 empezadas por estudiantes de secundaria, Perú ante la profunda crisis de representación que vive, Bolivia como respuesta al golpe de Estado causado por la ultra derecha fundamentalista y ahora Colombia sumida en la injusticia social y un gobierno que responde con balas a su ciudadanía.

Las anteriores mencionadas, y en especial, el caso colombiano demuestran el poder de las juventudes cuando en contextos de inequidad se decide por tomar las calles. Sin miedo y con convicción empezaron la agitación social que ya lleva más de una semana y ha dejado como saldo la muerte de al menos 24 personas, 800 heridos, golpizas, gases lacrimógenos y violaciones sexuales de mano de policías y militares; aún con la respuesta violenta y tirana de Duque y su aliado Álvaro Uribe las y los jóvenes en todo el territorio colombiano continúan al pie de la lucha liberando a su país de la miseria. Con todo esto, resulta de suma importancia ponerle atención a que son las personas jóvenes quienes lideran las manifestaciones, son estas quienes salen sin miedo a la calle a luchar por un país más justo y son quienes están poniéndole la cara y el pecho a las balas; sin afán de romantizar una lucha que no debería de darse en primer lugar, resaltan el valor y la gallardía con que las juventudes latinoamericanas se alzan en protesta ante la injusticia social y la lucha de sus ideales.

Lo más importante a resaltar es la manera en que las juventudes están siendo parte de la política de sus países desde los espacios no institucionalizados. Ya no existe la necesidad o el interés de militar en un partido político, de ocupar puestos de representación o de estar en los espacios de toma de decisiones; la participación política como tal ahora está en la calle con carteles y megáfonos. Esto es una señal urgente de cómo se tiene que replantear completamente la mentalidad hacia las personas jóvenes y la manera en que se hace política, es obligación para las democracias el repensarse y adaptarse. Hasta hace menos de cien años era impensable que las mujeres pudieran ejercer su derecho al sufragio o que una ocupara la presidencia de una nación, pero, fueron cambios necesarios para no solo crear una convivencia más equitativa sino para garantizar la permanencia de los sistemas democráticos. Estos tienen que ir adaptándose a las alteraciones culturales, sociales y políticas, en eso está la clave de su permanencia en el tiempo; actualmente es necesario iniciar con la discusión sobre los cambios en el ejercicio de la política, la manera en que las personas jóvenes se están viendo representadas, y como eso simboliza no únicamente un problema de la democracia en general sino de los actores dentro de estas.

Las mutaciones dentro de las democracias no están únicamente en la manera en que se participa de estas sino también en que mueve esta intervención, y es esta el aspecto medular de la discusión. En América Latina las juventudes ya no son movidas por la personificación de lo político, ya no son bandera los nombres: la movilización de las masas de jóvenes se da por causas; los caudillismos ya no son excitativa para incursionar en la política. Es así como la lucha por los derechos de las mujeres desde la causa feminista, la defensa del medio ambiente y la exigencia por trazar nuevas dinámicas económicas y sociales en torno al desarrollo sostenible, la erradicación de la injusticia social, los Derechos Humanos, la protección de los más vulnerables y el resguardo de los derechos del colectivo están siendo la origen de la movilización y el actuar político de las personas jóvenes.

Colombia es solo un ejemplo de muchos de que las personas jóvenes como sujetos políticos han tomado un papel primordial trazando el camino de las democracias latinoamericanas, lideran movimientos sociales que hoy son determinantes en la construcción de la opinión pública y la agenda política, recurriendo a la organización, la protesta y a espacios políticos no tradicionales. Hoy  un país sumido en la inestabilidad es una oportunidad de análisis y reflexión para el resto de la región sobre las acciones que se están tomando así como el futuro de las decisiones de los países en la construcción de democracias más representativas y sólidas.  Hoy Colombia, toda Latinoamérica y sus jóvenes alzan la voz y hacen suya la política que por tanto tiempo les fue ajena; hoy es un día para recordarles a los mandatarios que el pueblo tiene hambre y las balas no la quitan.

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