Algunos artículos (la mayoría), nacen de la inspiración, porque de la lectura continua el cerebro se embaraza de ideas hasta que tiene que parir una pieza de pensamiento como una necesidad. En cambio, otros criterios son un grito de resistencia o protesta si se quiere, dado que la realidad resulta demasiado dolorosa u ofensiva cuando uno decide no hacerse el tonto. Estas palabras pertenecen a la segunda categoría, y en ese sentido son contraculturales. El mejor consejo que me han dado para este oficio no remunerado es que escriba en palabras sencillas para ser comprendido. No siempre lo consigo, pero siempre lo intento, apartándome de las palabras complicadas y con la esperanza de un mínimo común cultural.

Gentrificación, es una palabra relativamente nueva que viene del inglés, se le atribuye a Ruth Glass en 1964, y se usa principalmente en términos de urbanismo, en el caso de Glass, estudió cómo desde Islington, donde vivía, se rehabilitaron las casas victorianas de manera deliberada, lo que conllevó un aumento del valor de los alquileres y una plusvalía de la zona, que fue desplazando a las clases trabajadoras por una clase media que cambió la identidad del barrio. En palabras llanas, el aburguesamiento de un sitio, especialmente cuando el territorio es limitado, eleva su precio y genera grandes ganancias a los emporios inmobiliarios. Evidentemente se pierde mucho en el proceso, la identidad o el alma de los individuos que la habitan, porque tienen que mudarse a zonas marginales que puedan costear y los nuevos pobladores se parecen mucho a sí mismos ya que la homogenización de las costumbres les brinda un falso sentido de pertenencia y seguridad.

La gentrificación de la mente, es un brillante ensayo publicado en el año 2012 por Sarah Schulman, novelista y dramaturga estadounidense, que, aunque fue pensado para la ciudad de Nueva York, tiene aplicación universal. Esa idea la formuló también Fran Lebowitz, posiblemente la mente más aguda y mejor cronista viva de Nueva York en el documental de 2010: “Public Speaking” y también en la serie imperdible “Pretend It's a City, ambas dirigidas por el gran Martin Scorsese, admirador rendido de Lebowitz. Les suplico no se lo pierdan.

La premisa de ambas pensadoras se puede resumir satíricamente en que en el momento en que aparece un “cupcake” de una cadena en un barrio que solía ser culturalmente activo, el mismo está condenado a ser más rico económicamente, pero menos vibrante, pensante y con gente mucho más estúpida (no toda la gente de dinero es tonta, al contrario).

El problema es que la mediocridad que ha traído el cambio de los tiempos y el acceso a la tecnología (lo que no es malo en sí mismo), es que nos ha dado nuevos profesionales y gente en posiciones de poder que (apenas sí sabe de la materia para la que fue nombrada en el mejor de los casos), pero no tiene una formación multicultural porque no le interesa en la medida que no les provee poder y dinero.

Si ustedes creen que los arjonazombies no existen, se equivocan. Manejan dos o tres frases trilladas; en el mundo del derecho aprenden dos latinismos que suelen citar mal; son lo que los anglosajones llaman “posers”, y el único propósito de su vida laboral es ascender por casi cualquier medio, dando una imagen, de ser posible intelectual. No se equivocan nunca, su infalibilidad es mayor que la del papado en tiempos remotos y procuran vestir lo mejor posible.

Los Arjonazombies están conectados con los que otorgan las posiciones, como decía un gran maestro: sus alianzas están pegadas con mocos, cambian de bando conforme a los vientos marinos y no se inmutan ante las tormentas. Suelen perpetuarse hasta que la muerte los separe. Al contario que los vampiros, se refugian en las cruces, la religión y sus discursos, no le temen al sol, pero sí a la verdadera verdad, no a la que ellos dicen profesar, sino a la que habita en secreto en las recamaras y roperos de sus oscuros corazones.

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