En 1876, Alois Schicklgruber, cambió su nombre legalmente por el de Alois Hitler. Ello calza a la perfección con el pretencioso y ambicioso funcionario que quería ocultar el ordinario y rústico apellido Schicklgruber, descendiente de campesinos. Él era indiferente a la religión, pero se casó con Klara Pölzl, y tuvieron seis hijos, uno de ellos: Adolf Hitler. Todos criados en la fe católica. Adolf dejó de ser practicante el día que abandonó la casa familiar, pero nunca abjuró formalmente de su credo. De tal manera, que el verdadero nombre de Adolf Hitler, por sangre, es Adolf Schicklgruber Pölzl, si su padre no hubiese cambiado el apellido, ese mero aspecto le hubiera dificultado significativamente el ascenso al poder, así de caprichoso y sensible es el tema que se pondera.

Jesús de Nazareth, fue un migrante también, Según el capítulo 2 de San Mateo (la Virgen) María y su padre (putativo) José, huyeron con el recién nacido para escapar de la furia de Herodes, ya que en sueños san José fue advertido por un ángel del peligro inminente (este artículo es escrito por un creyente, pero la estadía histórica de la familia en Egipto es un hecho mayoritariamente aceptado).

El discurso disruptivo del Jesús histórico

Del hebreo, el propio nombre de Jesús se puede traducir como “Dios salva” o “Salvador”, pero él nunca se autoproclamó como el Mesías que los judíos esperaban y muchísimos continúan aguardando, ni siquiera en el interrogatorio ante Pilatos. Christós es un término griego que significa “ungido” y que usaba con frecuencia Pablo de Tarso, una de las figuras más importantes en los inicios del cristianismo y que contribuyó en gran medida a difundir las enseñanzas de Jesús en el Imperio Romano. Entonces Jesucristo puede entenderse como el “Salvador Ungido”, contrario a lo que se piensa, lo que hoy es el inglés como lengua de uso común, en tiempos de Jesús lo era el griego koiné (antiguo) y no el latín, pese a que Roma era una potencia militar (pero no académica).  Jesús de Nazaret practicó durante su corta vida terrenal, la misma religión que habían practicado sus padres y sus abuelos, asumió y predicó las mismas creencias que desde antiguo habían predicado los profetas de Israel, la diferencia es que su mensaje fue revolucionario porque no fue complaciente ante los poderosos y denunció implacablemente las falsificaciones legalistas que los teólogos de la época (los escribas, o teóricos de la interpretación de la ley) habían ido construyendo a lo largo del tiempo. Eso lo colocó en una posición de peligro, porque iba contra las estructuras de poder político y religioso de su tiempo, primero con los de su propio pueblo, que en la jerarquía gozaban de privilegios y autoindulgencias inimaginables. Pero, además, rompió un esquema, que en realidad lo descalificaba, de facto, como el Mesías (de la manera que lo entienden los judíos aún hoy), ya que, no practicaba el nacionalismo religioso de Israel, porque Dios es el Padre de todos los hombres, y de todos los pueblos. No es el Dios exclusivo de Israel.  Censuró el legalismo de los fariseos, porque su literalidad los llevaba a olvidar las raíces humanitarias que eran la razón de ser de la ley. Estos valores eran la misericordia, el amor incluso a los enemigos, la solidaridad y apoyo a los necesitados, el aprecio de Dios por encima de cualquier riqueza o beneficio. Socorrió a enfermos, se distanció de los poderes terrenales (afirmó incluso que su Reino no era de este mundo), llegó incluso a proteger y salvar de una condena a muerte a una mujer sorprendida con un hombre que no era su marido. No aprobó su conducta, pero fue comprensivo con ella. Los milagros eran señales de que su discurso estaba amparado por Dios Padre (Abba). Como Jesús, llegó a ser un líder, el círculo de poder ya no lo vio como otro falso profeta, que en esa época abundaban con fines de lucro (en nuestro tiempo también), sino que, causó miedo a sus adversarios, que decidieron acabar con él de la manera que fuese. Independientemente de que usted crea si el Jesús histórico es o no el hijo de Dios hecho hombre dentro de un plan de salvación, lo cierto es que tuvo palabras muy fuertes contra el dinero (la ficción humana por excelencia que une a toda la humanidad), especialmente con la parábola del camello y la aguja. No le importó departir con lo que podría llamarse malas compañías: recaudadores de impuestos, algún militar romano, entre otros, Jesús no discriminaba a nadie, solo guardaba distancia del poder institucional, que finalmente le dio muerte.

Paradojas

Si se elije creer en lo que indica el Evangelio según San Mateo, capítulo 16, versículos 13 al 20, hay un aparte que literalmente dice: “Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,”. Para los católicos, ese es el texto fundacional de la Iglesia y el Papado, pero la historia de más de dos mil años demuestra que el poder y el dinero han sido dos tentaciones permanentes en la Historia de la Iglesia Católica y después de la Reforma, en todas las vertientes derivadas del cristianismo. Porque los seres humanos somos imperfectos.

La Shoah y la necesidad de los discursos

Adolf Schicklgruber Pölzl conocido como Adolfo Hitler, educado como católico, veneró en su infancia al Mesías, que es un judío, a través de un rito occidentalizado por Roma. No dudo de la realidad de su odio hacia los practicantes de la religión judía, especialmente a los que podía hacer daño por su proximidad, es decir a los judíos de la Diáspora, los judíos europeos (Askenazis), y los sefarditas. Pero en su catálogo fue más amplio: culpó en su discurso a todos los que podía culpar de la endeble economía alemana después de la Primera Guerra Mundial, es la clásica figura del odio unificador como chivo expiatorio. Y esa fue la base de su triunfo político, el prometer un renacimiento de Alemania reunificada (con Austria) como la potencia militar y económica que estaba llamada a ser por la superioridad y la pureza de su raza, se trataba de una religión laica que fue distribuida brillantemente por un genio maligno llamado Joseph Goebbels.

Hasta las dictaduras que matan a sus ciudadanos (como la de Ortega y Murillo en Nicaragua), tienen un discurso en defensa de la patria que no lo creen ni ellos mismos, pero que sirve para maquillar sus barbaries, aunque sea ridículo, porque cuando se llega a ese punto es evidente que la represión es una declaración del fracaso de un régimen y la proclamación de que ya ha perdido su legitimación popular. La lógica del poder en una democracia real implica convencer de que lo que se dice por parte de un grupo o candidato es posible, y además de que es el mejor producto frente a lo que dice la competencia. Pero el poder es truculento, asimétrico e implica siempre la intermediación de las instituciones. El poder se parece un poco al principio de incertidumbre de Heisenberg, nunca se sabe bien dónde está, pero se siente su presencia sin que sea nombrado. El gran sociólogo alemán Ulrich Beck ​indicaba que cuanto más poderoso es el poder, con más sigilo opera, y que cuando más tiene que hacer hincapié en sí mismo ya está debilitado. (Poder y contrapoder en la Era Global, 2002, p. 105). A Hernán Cortés se le atribuye haber dicho que tenía una enfermedad que solo el oro curaba. Por mi parte, he visto el poder (de larguito) moviendo hilos en la oscuridad y con total anonimato, afortunadamente no he padecido de esa sed, pero algo tiene el poder que mueve tantos devotos al umbral de su templo.

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