Esa noche me pareció escuchar los balazos que mataron a José Joaquín Tinoco, en 1919, o ver huir por las calles a Beltrán Cortés, asesino del Dr. Ricardo Moreno Cañas, casi 20 años más tarde.

De repente, me sentí como uno de los pocos testigos de dos de los asesinatos más sonados de la primera mitad del siglo XX. Poco me faltó para haber corrido la misma suerte del extranjero que pagó con su vida la trágica casualidad de toparse de frente con el homicida mientras éste se daba a la fuga.

Afortunadamente, si bien pasamos por el mismo lugar, yo lo hice más de 80 años después, lo que, a la postre, me tiene vivito y coleando, contándoles unas de las múltiples y diversas historias de antaño que albergan los míticos rincones de San José.

Las conocí durante los tours nocturnos organizados por los amigos de Chepecletas. Tal y como lo reseñan en su perfil de Facebook, son un colectivo que, desde el 2010, realiza este tipo de actividades, a pie o en bicicleta, con el objetivo de promover la apropiación del espacio público, el turismo urbano y la movilidad activa. Según los creadores de esta iniciativa, al ser la ciudad un lugar más seguro, también se mejorará el tránsito y la movilización sin depender del automóvil.

Totalmente de acuerdo. Ya había escuchado de ellos el año pasado, cuando en esas solitarias noches de cuarentena en las que había que buscar algo productivo qué hacer, me apunté a un tour virtual que realizaron por los principales cementerios de la capital. Una grata experiencia, aunque fuera a punta de fotos y videos.

Desde entonces, contaba las horas para que se reanudasen los eventos presenciales, y la oportunidad me llegó hace un par de semanas, cuando anunciaron un safari –así les llaman— por casas de expresidentes y otros personajes históricos de los barrios Aranjuez, La California y Escalante.

¿Sabía usted que en la casa que alberga actualmente el restaurante Limoncello vivió el Dr. Calderón Guardia y que el Parque Francia se inauguró en 1964, en un terreno donado por la familia Robert?

Ni siquiera la pertinaz e inoportuna lluvia nos disuadió de nuestro afán por explorar esos icónicos puntos de la geografía capitalina. Armados con capas y paraguas, empezamos una caminata, cargada de historia, anécdotas y curiosidades, relatadas con vasta propiedad y conocimiento por parte de los anfitriones de la jornada: Roberto y José Pablo.

Una semana más tarde, ya con clima de verano, repetí la experiencia por San José de noche, esta vez en Amón y Otoya. Por espacio de más dos horas, niños, jóvenes y adultos, con mascotas incluidas, tomamos las calles de estos dos barrios históricos para develar los secretos y hasta leyendas urbanas celosamente guardados tras las fachadas elaboradas a la antigua usanza europea.

¿Sabía que en Otoya hay una emblemática propiedad que se le conoce como “la casa de los siete ahorcados”, aunque, en realidad, no existe prueba documental ni testimonial de que allí haya fallecido alguien?

Lo que más me llamó la atención, aparte del estilo victoriano, neoclásico o neomudéjar de las propiedades que recorrimos, es que la mayoría de ellas se ubican en sectores céntricos y altamente transitados. No creo que ninguno sea desconocido para el grueso de la población, es mas, me atrevería a apostar que, en nuestro apresurado y distraído caminar, entre celulares y un sinfín de ocupaciones, pocos se han detenido a contemplar, menos a averiguar lo que hay detrás de semejantes edificaciones que engalanan la ciudad.

A decir verdad, sabía poco o nada de muchos de los sitios visitados. Si bien me alegró sobremanera salir de la ignorancia —nunca es tarde para ello— no dejé de sentir un poco de pesar reconocer cuánto nos falta por conocer a fondo el lugar donde habitamos.

¿Sabía que el Castillo Azul fue construido en 1911 por encargo del entonces candidato presidencial Máximo Fernández Alvarado?

Como auténtico y orgulloso josefino, me di cuenta que hay mucho que (des)aprender, empezando por esos prejuicios y estigmas sociales que nos quieren hacer creer que vivimos en una ciudad fea, sucia e insegura. Sinceramente, en ningún momento del tour me quedó esa impresión (hasta un vehículo de la Fuerza Pública y el camión de la basura vimos pasar).

Al igual que mis acompañantes, me sentí tranquilo y seguro, caminando plácidamente por las calles de una ciudad que nos pertenece y como tal estamos llamados a conservar, defender y proteger. En Chepecletas están convencidos que los ciudadanos podemos ser los mejores policías y no necesitamos armas, solamente interés y amor por nuestra ciudad.

¿Sabía que el Castillo del Moro, en Amón, pertenece a una familia española de apellido Herrero y cuenta con una exquisita ornamentación arabesca?

No niego que existan defectos y graves problemas, pero solo apreciando, valorando y agradeciendo lo que tenemos, se puede trabajar para mejorarlo. Es cuestión de proponernos observar, redescubrir y estudiar esas bondades y bellezas que nos rodean por doquier.

Investigando un poco, encontré que hay muchas iniciativas que lo facilitan (Art City Tour, Barrio Bird Walking Tours, Free Tour San José, San José Urban Adventures, entre otros colectivos). Todos inspirados en la meta de posicionar a San José como un polo de atracción para el turismo histórico. Brindan opciones no solo económicas y accesibles, sino también creativas y muy edificantes para, a pie o en bicicleta, aprovechar todo el potencial de la ciudad. No seremos Buenos Aires o Montevideo, pero, en definitiva, San José tiene mucho que ofrecer, a pesar de ser tan joven, comparada con otras ciudades latinoamericanas.

Al finalizar el recorrido, le quedará la sensación de haber nutrido el cuerpo –haciendo un poco de ejercicio-, la mente, el espíritu y hasta el fervor patrio, explorando y reviviendo esos detalles tan particulares, misteriosos y trágicos que marcaron una historia labrada entre insospechados recovecos capitalinos.

¿Sabía que la Casa Verde –hoy propiedad del TEC-, le perteneció al matrimonio de Carlos Saborío e Isabel Yglesias y que toda su estructura es de catálogo?

Se dará cuenta que Chepe es mucho más que basura, inseguridad, ruido e indigencia. Quienes aún no estén muy convencidos, les sugiero apuntarse a alguno de los próximos safaris nocturnos de Chepecletas. Serán más que bienvenidos a caminar, cletear, saborear y amar San José, una ciudad tan icónica como subestimada.

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