Desde el inicio de esta Administración, México anunció su intención de recalibrar su brújula de política exterior y volver al voltear al sur. Y, en esa tónica, hemos tenido un renovado y más profundo acercamiento que privilegia nuestras relaciones de amistad y cooperación con América Latina, pero, de forma particular, con Centroamérica.

Hoy, el Gobierno de México da muestra irrefutable de este compromiso, al inaugurar, junto con Costa Rica y Panamá, el Puente Binacional sobre el Rio Sixaola, ubicado en la frontera entre esos dos países. Tenemos la convicción de que el Puente Sixaola está destinado a convertirse en un detonante de desarrollo y prosperidad a través del comercio regional y local, así como del turismo, para una región que —si bien ha sido históricamente rezagada— cuenta con un gran potencial gracias al constante flujo de personas y mercancías que transitan diariamente por esta región.

La construcción de esta importante obra de infraestructura fue posible gracias a una donación del Gobierno de México de $10 millones de dólares a través del Fondo México (anteriormente conocido como Fondo Yucatán). Esta contribución se sumó a aportaciones económicas importantes de los Gobiernos de Costa Rica y Panamá y al apoyo técnico y logístico de la Oficina de Naciones Unidas de Servicio para Proyectos (UNOPS).

Si bien este puente une físicamente a costarricenses y panameños, dos naciones hermanas con las cuales México ha históricamente trabajado de la mano en proyectos de desarrollo de gran envergadura para la región, nos une también a nosotros los mexicanos quienes, por vecindad geográfica, cultura compartida e historia común, debemos, con la frente en alto, asumirnos también como mesoamericanos.

Hoy, Costa Rica, Panamá y México deben sentirse orgullosos, ya que, a la luz de la cooperación instrumentada por nuestros países, el rezago económico y social en esta zona será atendido gracias al empeño común de construir puentes y no muros que limiten el espacio natural de convivencia de nuestros nacionales, particularmente de los grupos indígenas y afrodescendientes que llaman esa zona fronteriza su hogar.

México y Centroamérica no nos limitamos a construir puentes, sino que somos un puente, ente hemisferios, entre culturas y entre dos de las regiones más diversas y dinámicas del mundo, por lo que unir en lugar de dividir no solo es nuestra vocación, es nuestro destino.

Por ello, con la mirada puesta firmemente en el futuro, México agrega otro capítulo positivo en sus relaciones con Costa Rica y Panamá que permeará en el desarrollo de nuestra Mesoamérica y abonará al gran anhelo de unidad y prosperidad de nuestro gran hemisferio latinoamericano y caribeño.

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