Nadie esta exento de errores verbales en cualquier etapa de su vida, desde que Homo Habilis desarrolló lo que los científicos denominarían como el primer registro de comunicación verbal; pasando por los gemidos de Neanderthal; hasta la verborrea de Homo Sapiens Sapiens y sus audios de WhatsApp, han existido crasos errores en todas las eras de nuestra existencia, sean estos por una mala expresión o una completa incomprensión, por ejemplo: frente a los asombrados ojos de los campesinos reunidos durante la celebración de la eucaristía, el sacerdote mantenía en alto un pedazo de pan y exclamaba “Hoc est Corpus” (Este es el cuerpo) y el pan se convertía en el cuerpo de cristo. En los oídos de los feligreses de la Edad Media se embarullaba “Hocus pocus”, y así nació el hechizo mágico para convertir no solo el pan en el cuerpo de Cristo, sino también a una rana en un príncipe azul, con un carruaje tirado por caballos blancos (Harari, 2019).

Famoso fue el error que tuvo Nikita Khrushchev en plena crisis de Guerra Fria cuando dijo que “enterraría a los embajadores occidentales presentes en este banquete en la embajada polaca”, la frase hizo eco en todos los medios de comunicación de la época llevando a un punto álgido y de mayor enfriamiento las relaciones entre Moscú y Washington que ya de por sí se encontraban deterioradas. Pero luego de ser puesta en contexto la frase decía más claramente que “aunque no lo quieran la historia está de nuestro lado. Los venceremos” con ello Krushshchev quería dejar claro que el comunismo viviría más que el capitalismo, y que este acabaría por destruirse solo, como lo señala un pasaje del Manifiesto Comunista escrito por Karl Marx y Friedrich Engels (y no por Adolf Hitler) “lo que la burguesía produce, sobre todo, son sus propios enterradores”.

La política criolla costarricense ha estado llena de inconsistencias desde que tenemos registros, hubo un tiempo en el que resultaba gracioso burlarse de las sandeces de algunos políticos y sus salidas de domingo siete, incluso asistíamos estupefactos cuando alegaban no saber quién era el autor del Himno Nacional y algunos datos de Historia básica de Costa Rica. Nos reímos de ellos a la vez que nos reímos de nosotros porque sabemos que estamos expuestos a ridículos mayúsculos como esos. La información la tenemos, pero cuando somos puestos a prueba y estamos frente a una cámara podemos llegar a trastabillar, porque errar es lo más humano que tenemos y una característica endémica de nuestra especie. Pero en los últimos años ha habido una sintomatología preocupante, en la que no podemos justificarnos con el temor a la cámara o alegar ignorancia, porque el ignorante “ignora que ignora”, esto más bien se trata de la más robusta y abusiva negligencia, porque el problema no es equivocarse, el verdadero problema es hacerlo a sabiendas de que se está en un error, y a pesar de ello persistir en él.

Durante la Campaña Electoral del 2018 fue ampliamente conocido el esbozo utilizado en el Programa de Gobierno del Partido Renovación Costarricense liderado por Fabricio Alvarado en el que llamaba abiertamente a quienes disentían con sus ideas defendidas en campaña como “nazifacistas”, justificando ese apelativo en un programa en vivo junto a Ignacio Santos, por las supuestas “reiteradas ocasiones en que en redes sociales les ofendían por sus ideas” o bien, “amenzaban con quemar iglesias”. O quien no recuerda cuando la señora diputada Carmen Chan dijo sin más que “la dictadura ideológica del PAC no es sana para Costa Rica”. Ejemplos como los anteriores sobran: semanas atrás el ex diputado Rolando Araya calificó de “dictadura sanitaria” a las sugerencias del Ministerio de Salud, específicamente del ministro Salas ante las inquietudes surgidas por las convenciones internas que realizará el Partido Liberación Nacional de cara a las elecciones presidenciales del 2022; además, en febrero del año anterior el diputado de independiente, afín al Partido Nueva Republica, Harllan Hoepellman, en referencia al caso UPAD señaló que los hechos del presidente “ratificaban sus intenciones claras de totalitarismo”, y siguiendo con el caso UPAD, la diputada Shirley Díaz (PUSC) y el sindicalista Albino Vargas, la calificaron como una especie de “Gestapo” al estilo criollo costarricense, pero  en clara alusión a la policía del pensamiento de Hitler que se encargaba de arrestar disidentes políticos o enemigos ideológicos y genéticos y enviarlos  a los primeros campos de concentración en la Alemania Nazi. Y el último que nos levantó de la silla, fue la del periodista Josué Quesada, quien en pleno programa afirmó que “el Estado Benefactor Comunista Nazi” había sido bueno, y además que el Manifiesto Comunista fue escrito por el mismísimo Hitler.

En una democracia es saludable y deseable que sus ciudadanos y los miembros de los Poderes de la Republica expresen libremente sus opiniones y que señalen las inconsistencias que pueden haber en el manejo del poder político, pero la libertad de expresión conlleva una enorme responsabilidad: la de ser consecuente con lo que exijo, pero además, ser preciso en mis señalamientos ¿no saben los diputados y demás aspirantes políticos lo que es una dictadura? ¿nunca leyeron a George Orwell o a Hannah Arendt para indagar sobre el fenómeno totalitario? ¿Acaso nunca ojearon un ensayo sobre la Alemania nazi y el Holocausto? Resulta incomprensible que legisladores y algunos otros ciudadanos, comparen acciones puntuales que pueden resultar contradictorias en nuestro régimen democrático, con los mayores criminales de la historia moderna.

Esta insistencia de comparar el contexto del periodo de entre guerras con los hechos actuales para revestirlos de mayor importancia, incluso invocar a Hitler para demonizar a un personaje, fue calificado como Reductio ad Hitlerum o Argumentum ad Nazium, por Leo Straus en un artículo en Measure titulado “A Critical Journal”. Strauss observó que quien perdía una discusión, o no sabía hacia dónde dirigirla, se refería así a sus contendientes. Es una Falacia ad Hominem en la que suponemos que no es necesario insistir en el debate tras dicha acusación. Cualquier cosa que comparemos con el Nazismo, sea totalitarismo, la Gestapo o la dictadura, acaba con las siguientes argumentaciones porque ¿Qué hay peor que Hitler y sus acólitos? Posiblemente nada, pero lo que esto muestra es la ausencia de argumentaciones sólidas para rechazar idearios contrarios al nuestro o que van en contra de las políticas y de las leyes constitucionales. No hace falta llamar “Hitler” a un asesino o terrorista para saber que merece una condena ejemplar y el repudio general por su crimen; o calificar como “la Gestapo” a la UPAD para concluir que fue la peor decisión presidencial de Carlos Alvarado; o decir que vivimos en un “régimen totalitario” para convencernos que lo anterior violentaba las normas constitucionales de confidencialidad de la información. Pero además de esto, y sobre todo lo más importante, estas comparaciones violentan la memoria de millones de personas que sufrieron en carne propia la barbarie del siglo XX a manos de Hitler, Mao, Stalin y Mussolini. No se trata de ignorancia, sino de falta de pericia.

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