Pareciera que, al igual que en otros países, la democracia en Costa Rica está en crisis. En un pasado no muy lejano los partidos políticos eran parte fundamental de la democracia, contaban con centros de capacitación donde sus pensadores planteaban las ideas que daban cuerpo a cursos especializados, se estudiaban las teorías y doctrinas políticas que inspiraban a esas agrupaciones e ilusionaban a sus seguidores. Además, eran la cuna de los jóvenes líderes que, más tarde, tendrían en sus manos dirigir el país.

Lamentablemente, esos mismos partidos se han sido convirtiendo en simples cascarones electoreros sin sentido claro y cuyo único objetivo es alcanzar el poder… para repartir puestos, que no para gobernar en sentido estricto. Así, prácticamente, no se diferencian de los grupos que hacen lobby o de las organizaciones que persiguen un fin específico, alejándose del diseño de la política pública nacional que debería ser su agenda.

Mas, como de momento no se ha inventado un mejor sistema para gobernar un país que la democracia, a todos los amantes de la libertad nos debería importar esa decadencia.

¿Muerte a los partidos?

Porque a ella, se suman ahora además los más pintorescos personajes que a lo único que aspiran es a figurar y, cuando menos, a alcanzar una parte del poder expreso en curules. Esos individuos, entonces, cambian de partido como cambiar de camisa, pues lo que les importa es su figura más no así las ideas o los principios; algo que, evidentemente, causa decepción en un electorado que se siente cada vez más traicionado.

Surgen por eso voces extremas como las que sugieren que los partidos políticos deberían desaparecer, deseo trás el que se esconde el anhelo autoritario de contar con una instancia “neutral” y “objetiva” que regule los asuntos políticos sin disputas democráticas ni participación de los ciudadanos: un Estado autoritario.

Ante ésta última propuesta, me pregunto: ¿en cuál país del mundo un sistema así funciona? ¿Cómo evitar que algunos abusen de la apatía y la aprovechen para manipular los procesos democráticos? ¿Cómo evitaríamos caer en las manos de un carismático líder populista? ¿Cómo hacemos para que no sólo las personas con recursos económicos puedan participar de los procesos? ¿Cómo nos garantizamos que las personas que ocupen los puestos públicos compartan los mismos ideales y principios? ¿Cómo nos garantizamos que sean capaces? Si bien es cierto esto no se está cumpliendo con el método actual, la propuesta tampoco lo solucionaría.

No sé si será por mi vocación de educadora, pero pienso que la mejor manera de solucionar algo es explicándoselo a la mayor cantidad de personas; sentido en el que hemos fallado como país al permitir el deterioro de nuestro sistema educativo, que hoy no contempla la educación filosófica ni política que brindaría a las personas mayor información de los sistemas de gobierno, de modo que pudieran escoger por convicción.

Esa carencia, aunada al fomento del asistencialismo, sienta las bases para los métodos de manipulación populista. Hoy más que nunca se necesita una ciudadanía crítica, informada y pensante; pero mientras solucionamos ese problema educativo nacional que nos ahoga, necesitamos trabajar en otro frente para detener la espiral de decadencia política, y ese es, a mi juicio, la reinvención de los partidos.

Un “partido” es una “parte” de la sociedad, por lo que su objetivo político debe ser representar a esa parte de la población que considera que la visión-país que proponen a los demás es la adecuada. Hoy, en cambio, en su afán electorero, los partidos políticos han dejado de ser mediadores entre los ciudadanos y el Estado, y al abandonar sus razones doctrinarias tienen más dificultades para atraer nuevos militantes, inspirar y enviar mensajes convincentes a los votantes.

Factores de decadencia

Por lo general, se atribuye el desencanto con la política a un problema comunicacional, lógica de acuerdo con la cual bastaría con cambiar el discurso dirigido al electorado y los afiliados. En lo personal, me parece que ese desencanto surge ante el distanciamiento de su razón de ser, como consecuencia de al menos cuatro factores, cada uno de los cuales requiere un análisis individual:

  1. Desconexión con el público, lo que provoca la falta de representatividad. Una forma de lograr conexión con los electores es un mensaje claro y coherente, y para lograrlo los partidos políticos deberían elaborar un plan de desarrollo país acorde con su doctrina, de manera que las personas puedan escoger con base en sus ideas y no en la apariencia de personas que les parecen simpáticas, bonitas o inteligentes. Tener un perfil político diferenciado y poseer una marca reconocible, hace que las personas se acerquen y estén dispuestas a cooperar.
  2. Ausencia de liderazgo. Los países que logran progresar de forma radical y constante tienen a un visionario, a un estadista dirigiendo el rumbo. El liderazgo requerido para dirigir un país, ha estado ausente desde hace muchos años en los candidatos entre los cuales nos obligan a escoger; lo que hace que ante la ingobernabilidad se busquen excusas como: los mandos medios, la Asamblea Legislativa, las leyes, etc., nada de lo cual es totalmente cierto. Los buenos líderes son capaces de rodearse de los mejores, establecer objetivos y alcanzarlos, inspirar y asumir el costo de los cambios que es necesario implementar; y si su propuesta fue escuchada, debería contar con el apoyo de sus electores para afrontar los retos dichos.
  3. Operar únicamente en época electoral. Resulta indispensable que los partidos dejen de ser maquinarias electorales y se conviertan en institutos de formación donde las personas que aspiran a trabajar para el país y, eventualmente, ocupar un puesto político, reciban la capacitación requerida y vayan escalando como en cualquier otra organización. Es importante medir las habilidades y elaborar perfiles para que los mejores sean los escogidos, pues ya estuvo bien de insistir en reciclar candidatos. Convertidos así en centros de análisis de los problemas nacionales, sin importar si están en el poder o en la oposición, los partidos ofrecerían soluciones y negociarían sus puntos de vista, permitiendo así un mejor y más ordenado desarrollo del país.
  4. La corrupción propia de volverse un fin en sí mismos. La naturaleza humana siempre nos hará buscar nuestro bienestar personal y el de nuestras personas cercanas. Entonces la única forma de evitar que reine la corrupción en los partidos, como ahora, es acabar con la impunidad. En ese sentido no se puede dejar de lado la importancia de los Comités de Ética porque si siguen pintados en la pared, no pasan de ser buenas intenciones. Las acciones deben tener consecuencias y lo correcto es predicar con el ejemplo.

Evolución partidista

Los partidos políticos deben evolucionar e innovar, no pueden seguir igual que hace 100 años, las demandas ciudadanas han variado y la realidad se ha vuelto más compleja. Deben ser agrupaciones donde se inspire, se fomente la innovación y el progreso, transparentes en su operar, sus mensajes y objetivos. Se deben preparar para responder eficientemente y con altos estándares a las demandas ciudadanas, de manera que actúen a la altura de las circunstancias, con seriedad y visión de futuro. Si las demandas ciudadanas se canalizan y se transforma el descontento en una fuerza de cambio positivo, el progreso sería inevitable. Dejemos de creer las excusas que nos han repetido hasta el cansancio.

En lo personal, estoy convencida de que Costa Rica puede llegar a ser un ejemplo de desarrollo sostenible e innovación, un país en el cual sus habitantes tengamos oportunidades de prosperar; pero nada de eso será posible si nuestro destino sigue en manos de los políticos menos capaces, carentes de un plan país. Hay que abandonar la visión cortoplacista. Exijamos que los partidos políticos propongan a sus mejores exponentes, abandonemos nuestra posición de indefensión, seamos valientes, tenemos el poder de cambiar las cosas. El problema no es la democracia ni el sistema de partidos, es la apatía. Necesitamos patriotas: ¿quién se apunta?

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